por Dr. Horacio Krell*
El sentido común es núcleo de marcos conceptuales, tradiciones y teorías. En la ciencia hay también creencias que conforman un sentido común científico análogo al sentido común.
El sentido común comprende actitudes, percepciones, expectativas, prácticas y creencias, en los que se asienta la estructura cognitiva básica heredada de la genética y de la tradición.
Un sentido tiene capacidad de percibir estímulos. Los clásicos son vista, olfato, gusto y tacto. La interocepción es la relación entre órganos y percepción (temperatura, dolor y picazón)
Experimentar una activación inespecífica como una emoción demanda interpretar la situación. Existen técnicas de biofeedback (feedback sensorial) para lograr un control voluntario.
En un esguince de tobillo, la señal sensorial queda alterada. Cuando cicatricen las heridas, hay que reentrenar al cerebro para evitar nuevas lesiones y que no se repitan las torceduras.
Interocepción
Es la habilidad de sentir el interior del cuerpo con claridad y propósito. El sistema nervioso regula las relaciones corporales a través de vías receptoras y ejecutivas.
Los sistemas sensoriales reciben información externa (exerocepción) de los cinco sentidos.
Propiocepción
Es la percepción del movimiento y de la posición del cuerpo en músculos y articulaciones. El cerebro conoce la posición del cuerpo y si es necesario reaccionar para evitar una caída. Esta interpretación incluye gestos y posturas que le envían una información a la que responde. Una cara alegre o enojada activa mecanismos neuronales correspondientes. Ante una sonrisa fingida el cerebro le sigue la corriente, es como decirle ¿de qué te está riendo?
El todo es superior a la suma de las partes
Los cinco sentidos son los menos importantes. La conducta no se apoya tan solo en la cabeza. El sentido más importante es el que le informa sobre el estado de los órganos mientras que los tradicionales son los cinco sentidos. Estamos hablando del corazón, de la respiración, del estómago, del intestino, a los que presta la máxima atención.
En la propiocepción, la información le llega al cerebro según la postura, los gestos, las sensaciones en las tripas, un nudo en la garganta, o la pesadez de ojos por cansancio.
La propiocepción es el segundo sentido más importante. Y luego vienen los demás. Un sentido envía una información que el cerebro recibe y responde. En la llamada corteza somatosensorial, está representado el cuerpo y le da más importancia la cara, a las manos y a la posición del cuerpo. Un dedo tiene muchas más neuronas dedicadas porque las manos son muy importantes. Al hablar se gesticula con ellas, activando esa zona. Las personas que fruncen el ceño activan la amígdala, relacionada con la emoción. Fruncir el ceño, activa la amígdala y si llega una situación estresante se excita y reacciona aún más. Pero lo mejor es que esté calma.
Ante una situación estresante, se va a hiperactivar, y esto hará que se hiperreaccione. Suavizar el ceño la relaja. Fruncir el ceño o sonreír cambia la forma de interpretar el mundo. Además de los ojos, otra parte importante para de la cara es la boca. Tiene un poder impresionante.
En un experimento los participantes tenían que agarrar el bolígrafo entre los dientes, una sonrisa, pero sin sonreír, que era lo importante. Y les ponían una serie de imágenes y tenían que decir qué les habían parecido. Cuanto tenían el bolígrafo en la boca, simulando una sonrisa, las imágenes les parecían más simpáticas. Pero con el bolígrafo entre los labios, simulando una cara de enfado, las mismas imágenes ya no parecían agradables.
Cuando vemos personas sonrientes somos más creativos, aumenta la capacidad cognitiva, la respuesta neuronal es mucho más fuerte que ante una cara que no sonríe o una cara enfadada.
La ínsula, que es una de las zonas del cerebro más involucradas en la identidad, se activa cuando vemos a alguien sonreír o cuando sonreímos nosotros mismos. Sonreír no es lo mismo que reírse, es diferente. Entonces vemos el poder que tiene una sonrisa, porque el cerebro, dedica una gran cantidad de neuronas a la cara. En la propiocepción, ante la información que el cerebro recibe, tiene que reaccionar con mecanismos que buscan la congruencia mente- cuerpo.
Al principio el cerebro dice “esto no cuadra, está nervioso, pero pone una cara relajada”. Y luego empieza a generar algo que se llama la migración del estado anímico. El cerebro dice, “bueno, intentaré adaptar el estado anímico a la cara”. Es un recurso que tiene disponible.
El cerebro tiene una zona que está dedicada a la postura del cuerpo, hay posturas que asocia a un estado emocional. Mover los brazos arriba y abajo, el cerebro no tiene un registro de que subir una mano sea algo emocional, porque no solemos hacerlo. Sin embargo, estar encorvado es algo propio de estar triste, y es así, cuando estamos mal, nos encorvamos. Adquirimos posturas encorvadas, porque pasamos ocho horas al día frente a una computadora.
Una postura encorvada afecta a la percepción emocional del mundo y a la memoria.
En otro experimento se puso una laptop a la altura de los ojos de los participantes, y aparecían una serie de palabras. Luego pusieron la laptop en el suelo de tal forma que obligaba a las personas a encorvarse. Cuando el cuerpo tenía la postura hacia abajo, encorvada, las personas recordaban menos palabra y más las palabras negativas que las positivas. Es decir que cuando se está triste, se es menos ágil cognitivamente y uno se fija más en lo negativo, el cuerpo tiene una postura propia de estar triste y activa los mecanismos neuronales propios de estar triste.
Aprender de la observación corporal
La conclusión es que se podría ser más consciente del cuerpo e ir corrigiendo vicios e ir adquiriendo hábitos positivos y desarrollar la capacidad de observar el propio cuerpo. El cuerpo no grita, susurra, pero no sabemos escucharlo.
Hay que aprender a observarlo. Y gran parte de la población tiene una conciencia corporal muy baja, cada vez que nosotros sentimos una emoción, esto lo sentimos en alguna parte del cuerpo, las emociones sin el cuerpo serían solo un concepto.
¿Cuándo usted está nervioso, donde localizaría esa sensación? Muchos no saben responder, porque nunca observaron su propio cuerpo. Hay que pararse a observar, ¿cómo esté mi cuerpo? Y cuando sintamos una emoción parar y decir, ¿dónde la localizo? ¿Cómo siento mi cuerpo en este momento? Es decir, hacer una observación corporal.
Con los nervios siento algo en el estómago
O un nudo en la garganta. Todo eso lo está sintiendo el cerebro, lo recibe. Siendo consciente de esas sensaciones, esa información que le ha llegado es más nítida, y, por tanto, el cerebro tiene más capacidad de discernir una emoción de otra. Es decir, una cosa es ese susurro casi no consciente y otra es hacerlo palabra.
Y eso lo hacemos con la consciencia, que también es una aliada en la gestión de las emociones. Porque cuando uno está metido en una emoción, si para y desvía la atención a las sensaciones del cuerpo, esto lo alivia y mucho. Es una de las formas de relajarse, de frenar esa vorágine en la que nos metemos cuando tenemos una emoción. Esto se llama la consciencia corporal.
Son bondades que tiene ese marcador somático, quienes tienen mayor conciencia corporal, toman mejores decisiones, el cuerpo les dice dónde están. Y si estamos en una situación que es compleja y hay emociones de por medio y yo no sé ni dónde estoy o qué emoción tengo, es más difícil que pueda saber a dónde tengo que ir.
Las emociones son muy complejas y normalmente están mezcladas. Poder identificar una emoción solo con un análisis mental es más difícil que observando mi propio cuerpo. Para eso hay que entrenarse, a lo largo del día, observar las sensaciones del cuerpo, cuando estoy cansado, cuando estoy contento, cuando estoy más neutro, cuando estoy enfadado, Cuando me agobio. ¿Dónde lo siento? Esto nos ayuda a conocernos.
La respiración es un aliado
La tenemos siempre a mano, pero no sabemos respirar. La postura y la respiración están íntimamente relacionadas. Si cuidas la postura cuidarás la respiración, entonces lo que se ha visto en la neuroanatomía de la respiración es que la respiración influye en la memoria, en la atención y en la gestión de las emociones. Pero la inspiración debe ser por la nariz. Si inspiramos por la boca, no tenemos tanta capacidad de activar al cerebro.
El cerebro necesita que le marquen ritmos y la respiración es uno de los marcapasos que tiene para que las neuronas generen sus ritmos, sus descargas eléctricas. Si respiramos por la boca es un marcapasos atenuado. Tiene que ser la inspiración por la nariz.
Cuando inspiramos el momento en el que más memoria tenemos es cuando estamos inspirando, porque se activa el hipocampo. Una palabra escuchada en el momento de la inspiración, tiene más probabilidad de ser recordada que al exhalar el aire. Esto señala la importancia de la respiración lenta.
El poder de la respiración lenta es un analgésico en casos de dolor. Y para las emociones lo importante es que el tiempo que tardamos en exhalar, sea más largo que tardamos en inhalar. Cuántas cosas podemos hacer con el propio cuerpo, es el instrumento con el que suena la vida, pero no lo sabemos tocar. Aprendamos a conocerlo, y luego aprendamos a tocarlo.
El menos común de los sentidos
Descartes señalaba que el sentido común era la cualidad mejor repartida del mundo; todos disponen de ese regalo juicioso. El célebre matemático y filósofo entendía que, más allá de la idiosincrasia de cada uno, permite tener claro a todos por igual que es lo correcto, lo aceptable y lo que rozaba la irracionalidad.
Voltaire afirmó que el sentido común es el menos común de los sentidos
¿Qué significa esto? Que no se da o se percibe esa supuesta unanimidad a la hora de entender qué es lo lógico o lo esperable en cada situación. De algún modo, cada uno integra en su ser su propio sentido común, el cual, en ocasiones, no armoniza con el que tienen los demás.
Lo más curioso es que nos iría mejor si fuéramos capaces de aplicar esa sencillez en la actuación, partiendo de una esencia juiciosa casi universal. Pero aun sabiendo qué sería lo más aceptable en cada situación, no lo aplicamos; bien por dejadez, por desafío, desidia o porque nuestra mente está ocupada en otra cosa.
El sentido común nos dice, por ejemplo, que deberíamos llevar una vida más saludable; sin embargo, no siempre anteponemos nuestra salud a la gratificación inmediata. El sentido común nos susurra a menudo que ese papel debería ir a la basura, que deberíamos reciclar más, que no hay que leer los mensajes en el móvil mientras conducimos o que deberíamos compartir tiempo de calidad con las personas que amamos.
Este concepto busca siempre un propósito: el bien común.
Con esta competencia se intenta que todos dispongamos de un sentido práctico con el cual facilitar la convivencia, evitar conflictos hostiles y actuar por el bienestar de todos.
Para Aristóteles el sentido común se centra únicamente en las experiencias sensoriales. De este modo, todos experimentan lo mismo ante un estímulo (ver un vaso que se rompe, sentir el calor del fuego, el sonido del viento…). El sentido común partía para él de los objetos sensibles, de lo que se podía percibir a través de los sentidos.
René Descartes el matemático y filósofo francés, decía que no importa que cada persona proceda de una cultura diferente. Todos poseemos un sentido común universal, desde el cual, juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, lo bueno de lo malo.
La filosofía pragmatista aporta una visión más útil
Según dicho marco, el sentido común parte de las creencias y experiencias del día a día; es decir del contexto que nos rodee. Y este puede variar dependiendo del tiempo y de las condiciones. No debemos dar nada por sentado: a veces, lo que se considera de sentido común es un auténtico sinsentido.
Sentido común es pensar y proceder como la mayoría. Es decir que combina una forma de pensar y de comportarse, bien o mal. En cambio, sentido tiene que ver con sensaciones provocadas por la recepción y el reconocimiento a través de vista, tacto, olfato y gusto.
Existe un sentido propio coincidente con el de la mayoría y que por eso se lo denomina común. Pero esto cambia con el tiempo y según el lugar. Desde lo individual se tiene un sentido propio que cada cual usa para juzgar el sentido común del otro. Racionalmente no se puede calificar un sentido como común y decir al mismo tiempo que es el menos común de todos los sentidos.
El sentido común y el propio no son incompatibles. Aquellos que poseen un sentido propio coincidente con el modo de pensar y de proceder de la mayoría, tienen su sentido propio repleto de sentido común. Pero tener un buen sentido común, o incluso un buen olfato, nos hace confiar en él. Pero así como la vista nos engaña, el oído nos engaña y muchas veces la memoria nos engaña, por qué no pensar que el sentido común también puede hacerlo.
Oliver Sacks en “Ver y no ver” publicada en The New Yorker en 1993, cuenta de una persona adulta que po una compleja cirugía puede ver por primera vez. La pregunta es: ¿qué vio cuando pudo abrir los ojos y los primeros rayos de luz impactaron en sus pupilas? La respuesta es que no podía comprender lo que veía. Nunca había aprendido a ver. Se aprende a ver.
Los conceptos no son innatos, son el fruto de la observación y la experiencia. El problema se da cuando no se puede desaprender y todo se limita a la memoria, los saberes o la experiencia. Todo es inducido por la repetición de casos. Bertrand Russel en el pavo inductivo señala el caso de un pavo que creyó que todas las navidades serían iguales hasta que un día le cortaron el pescuezo y se lo comieron a él.
Lo que sabemos conspira con lo que podemos descubrir y aceptar, esto es necesario para salir de la zona de confort y cambiar radicalmente los conceptos. El sentido común debería ser el menos común de los sentidos si tomamos la frase en el sentido de que abrir la mente y pensar de otra manera es mejor que repetirse. Porque haciendo siempre lo mismo seguiremos obteniendo los mismos resultados que necesitamos mejorar.