por Dr. Horacio Krell*
«La juventud pasa, la inmadurez se supera, la ignorancia se cura con la educación y la embriaguez con sobriedad, pero la estupidez dura para siempre» (Aristófanes)
El adjetivo «idiota» se usa como insulto y llegó al español a través del latín y en griego significaba “de uno mismo, privado, particular, personal”. Hay otros sustantivos derivados como «idiosincrasia» («rasgos, distintivos y propios de un individuo o de una colectividad»)).
De este significado básico se derivó que era quien se dedicaba únicamente a lo suyo, a lo privado, y no a la vida pública, lo común. Se esperaba que un ciudadano participara en política, quien no lo hacía era el idiota que se ocupaba solo de lo suyo y no de lo público.
La diferencia entre la malicia y la estupidez
Mientras que el mal es un enemigo del bien contra el cual se puede protestar y hacer algo para combatirlo, frente al estúpido estamos indefensos porque lo que se le diga o se le haga caerá en saco roto o en oídos sordos. El grave problema para un país es que si hay muchos son los que definen el resultado de las elecciones.
Cuando se le presentan a los estúpidos hechos objetivos los rechaza como falsos o intrascendentes. Esa persona está siempre satisfecha de sí misma y le resulta sencillo lanzarse al ataque.
Es peligroso actuar sobre ella sin comprender su verdadera naturaleza: su falla no es intelectual sino moral. Su mente funciona, pero se convirtió en estúpido. No es un problema congénito.
Yo soy yo y mis circunstancias
Los estúpidos eran antes personas normales que bajaron la guardia y dejaron que eso suceda. Esto no les sucede tanto a las personas que actúan por sí solas o por su cuenta sino a las que operan en grupos o redes sociales. Es decir que es un problema más sociológico que psicológico, un problema asimilable a la sociedad de masas.
El poder enferma y el poder absoluto enferma absolutamente
El poder de uno precisa de la estupidez del otro. El poder en ascenso de un líder va minando la capacidad interior y la independencia de los sujetos, que van perdiendo su autonomía. Se van haciendo testarudos y sin independencia de criterio. Si alguien intenta hablarles y analizarlos verá que no trata con personas sino con consignas y reglas que internalizaron y repiten sin pensar en lo que dicen.
Están como hechizados, abusados y maltratados por alguien que se ha apoderado de su ser. Convertidos en herramientas serán capaces de perpetrar maldades inclusive contra sí mismos, sin advertir sus efectos. No basta con instruirlos porque no aceptan la información contrastante.
Solo liberarlos del hechizo puede salvarlos. La liberación interna es precedida por la externa. Antes no se puede hacer nada. La acción no brota del pensamiento sino de la responsabilidad. La prueba de la responsabilidad moral es el mundo que legaremos a nuestros hijos.
Un acto de liberación, no de instrucción, puede vencer la estupidez
Aquí debemos aceptar que debemos abandonar todo intento de convencer al estúpido. Nuestra intención de saber qué piensan es en vano, porque no están pensando ni actuando responsablemente. La liberación interna para vivir la vida responsable es el único camino genuino para vencer la estupidez.
Las ideas sobre la estupidez también ofrecen un consuelo: nos prohíben considerar a la mayoría de las personas como estúpidas en todas las circunstancias. Depende de que si los que están en el poder esperan más de la estupidez de la gente que de su independencia interior y sabiduría.
Los grandes males se cometen ignorando que lo son, se consuman con tranquilidad de conciencia y suelen recibir el aplauso de la opinión pública. En cualquier página del libro de la historia, vemos que los pueblos sufren no por los ataques de los malhechores, sino por los que destrozan el cuerpo social con tranquilidad de conciencia y beneplácito de la comunidad. También irrita la ausencia de reacción de las iglesias ante problemas de índole universal:
«La Iglesia fue muda, cuando debía haber gritado. Reconoce haber sido testigo del abuso de la violencia brutal, del sufrimiento físico y psíquico de un sinfín de inocentes, de la opresión, el odio y el homicidio, sin haber alzado su voz por ellos, sin haber encontrado los medios para ir en su ayuda. Es culpable de las vidas de los hermanos más débiles e indefensos”
La máscara del mal ha trastornado los conceptos éticos. Que que el mal aparezca bajo el aspecto de la acción benéfica, de la necesidad histórica, de la justicia social, es perturbador.
Los problemas más acuciantes del género humano tras el surgimiento de las grandes ideologías y sus ascensos al poder desembocaron en las guerras pasadas, actuales y futuras.
El fracaso del hombre sensato
Es el que pretende componer al mundo con la razón. También fracasó el “fanático ético” enredado en lo accesorio en su lucha contra el mal. El “hombre de conciencia” acaba contentándose, con una conciencia tranquila (engañada). El “hombre libre” da más valor al acto necesario que a su conciencia; pero acaba aceptando lo malo para evitar lo peor. Otros se refugian en la inacción practicando la “virtud individual”. El “coraje cívico” en tiempos difíciles es tan importante como el éxito, imposible de considerar solo desde la ética. Ante una derrota inevitable la responsabilidad no es el heroísmo, sino la generación venidera.
La estupidez no es un defecto intelectual sino moral puesta en relación con situaciones de poder. Todo fuerte desarrollo externo del poder, trata a gran parte de la humanidad como necios.
La insolencia, el desdén de todas las distancias humanas, es su característica, al igual que la inseguridad interna, el compadreo y coqueteo por obtener el favor del insolente y la propia identificación con la chusma. Este es el camino para convertirse en estúpido.
La cualidad es la enemiga de la masificación
En el aspecto social, esto significa la renuncia a la caza de la posición, la ruptura con el culto de la personalidad, la mirada libre hacia arriba y hacia abajo. En lo cultural, la cualidad significa el retorno al libro; de la prisa, al ocio y al silencio; de la distracción, a la concentración; de la sensación, a la meditación; del ideal del virtuosismo, del esnobismo, a la modestia; de la desmesura, a la mesura.
Las cantidades se disputan el espacio; las cualidades se complementan mutuamente.
“Si el “hombre de cultura enciclopédica” desaparece, si la formación intensiva sustituye a la extensiva, y si de la formación intensiva surge el “especialista”, todos seremos sólo “técnicos”.
Lo más doloroso es que los problemas lejos de desaparecer se han ido naturalizando. Nuestra civilización no parece dispuesta a aprender de los funestos errores, sino que evidencia haberlos asumido como partes ineludibles de un extraño sentido del progreso humano.
En todo ser humano hay grandeza
Ben Carson es el Director del Hospital Johns Hopkins de EE.UU., y el mejor neurocirujano infantil del mundo. La CNN lo reconoció como uno de los veinte médicos más destacados. Nació en Detroit. Su madre, Sonya, no tenía estudios y cuando Ben tenía 8 años debió tener tres trabajos para poder mantener a sus hijos. Era una familia disfuncional, el caldo de cultivo perfecto para que se convirtieran en pandilleros.
El más estúpido de la clase
Ben Carson era el peor alumno. No sabía leer. Era objeto de burlas por sus compañeros y eso lo llevó a desarrollar un temperamento agresivo e incontrolable. Al ser una escuela predominantemente blanca, era ignorado por sus maestros. A pesar de todo, su madre constantemente le decía: “Ben, todos lo pueden hacer, pero nadie mejor que tú”.
Menos tele y más libros
Un día, Sonya quedó admirada por la cantidad de libros que había en su casa. En ese momento entró el profesor dueño de esa casa, y la mujer se atrevió a preguntar: “Profesor, ¿acaso ha leído todos esos libros?”. El hombre contestó: “Casi todos”.
Eso fue suficiente, intuyó los pasos a seguir con sus hijos y tomó la decisión de condicionarles la televisión. El trato consistió en permitirles ver exclusivamente dos programas a la semana; pero si leían dos libros de la biblioteca pública y escribían las reseñas. Los niños protestaron, pero ella no cedió. Ben empezó a disfrutar de los libros y a imaginarse a sí mismo como doctor.
De estúpido a sobresaliente
En el lapso de un año y medio, ante la mirada incrédula de sus compañeros y maestros, pasó de ser del alumno “más tonto del mundo” al más sobresaliente.
Se graduó con honores. Esto comenzó un día cuando un profesor mostró una piedra y preguntó si alguien sabía algo sobre ella. El tonto de la clase no se animaba a hablar para ser parte de la mayoría. Pero esta vez levantó la mano. El profesor le preguntó ¿Qué es? Oxidiana dijo, y habló y habló sobre la roca. El profesor sabía que había grandeza en todo ser humano.
Al poder hablar recuperó la confianza. Y pasó a ser el mejor alumno de la escuela. Creyó en sí mismo y llegó a ser el mejor neurocirujano de niños de la historia. Ben separó a dos gemelos con cerebros pegados aplicando nociones cardíacas a la neuroanatomía. Ben es un ejemplo.
Nos demuestra que, aquellos que tienen más recursos muchas veces se quedan en el camino, y esos que menos oportunidades tienen, terminan asombrando a propios y extraños.
Este ejemplo demuestra que todos tenemos un don milagroso que debemos descubrir. Siempre hay espacios de oportunidad si la educación ayuda a hallar al genio interior que nos habita. Educar es sacar de adentro el potencial que todos traemos al nacer.
En 1994, Ben y su esposa crearon el Fondo de Estudios Carson que mantiene dos programas: Las Becas Carson premian a estudiantes de escasos recursos que manifiesten altos niveles de excelencia académica. El segundo es el Proyecto de Lectura que tiene como objetivo incentivar la lectura a través de la creación de Salas de Lectura en las escuelas.
Es increíble cómo la lectura puede transformar la vida de las personas
A pesar de que vivimos invadidos de pantallas, la vida del Dr. Carson nos invita a apagar la televisión, los videojuegos, desconectar Internet y disfrutar de las oportunidades de vida que la lectura nos regala.
Es la educación, estúpido
Un año antes de la elección, Bush tenía niveles de aprobación superiores al 80%. Pero la economía atravesaba una recesión. Bill Clinton ganó las elecciones acuñando esta frase: “Es la educación, estúpido”.
Frente a los problemas el ser inteligente es dinámico: busca la solución desde distintos flancos, abandona el que falló y recomienza en otro. El estúpido queda atrapado sin buscar la salida, aunque a veces adopte la agitación convulsiva de una mariposa encandilada o los movimientos desesperados de un animal enjaulado. Las reacciones del estúpido son la resignación o la violencia, dos falsas salidas, dos fracasos. Ante la gente parecen iguales, porque no responden, pero el inteligente tratará de comprender la situación, procurar la solución y actuar en consecuencia, el estúpido entrará en un estado de “estupor”, quieto, inmóvil, paralizado, aunque reaccione moviéndose hacia ningún lado.
Mientras más complejo sea el problema, más tardará en resolverlo el hombre inteligente. Y en esa brecha temporal aparece la figura la del vivo. La viveza es la habilidad de manejar los efectos de un problema sin resolverlo. El vivo buscar zafar del problema, no solucionarlo.
Al comienzo el vivo parece inteligente y el inteligente estúpido. Vivos y estúpidos generan círculos viciosos, el inteligente prioriza sus fortalezas y transforma sus defectos en virtudes que refuerzan su autoestima: su capital más valioso. Los inteligentes viven los problemas como algo que les pasa y generan cambios para que las cosas sucedan como quieren que ocurran.
Ante los problemas, los estúpidos se resignan o actúan con violencia. Los vivos maniobran con el efecto o intentan culpar a terceros sin resolver la causa. Los estúpidos no hacen nada, el vivo elude las consecuencias, el inteligente los estudia. El estúpido se paraliza, el vivo manipula y el inteligente resuelve. El inteligente parece estúpido ante ciertos problemas que el estúpido ni siquiera advierte, mientras tanto el vivo zafa. El estúpido se cree moralmente intachable, el inteligente es neutro y el vivo deja la ética al costado. El estúpido puede saber, el inteligente sabe que no irá muy lejos sin conocimientos, el vivo lo que sabe es aprovecharse del otro.
La realidad a veces nos deja estúpidos
La inteligencia es la que luego nos rescata. El vivo comparte con el estúpido la salida equivocada y con el inteligente la movilidad mental.
El vivo piensa en el efecto, el inteligente en su objetivo. Los vivos y los estúpidos van la deriva, el inteligente se conoce sí mismo, sabe lo que quiere y domina métodos con acciones efectivas. El vivo disfraza la realidad con un mensaje oscuro, el estúpido no percibe lo que pasa, el inteligente valora la verdad, el esfuerzo y lucha contra quienes prefieren que les mientan. El vivo cree que puede lograr cualquier cosa, el inteligente sabe que los recursos son escasos y que debe administrarlos con eficiencia.
El vivo y el estúpido anticipan su próximo fracaso porque no visualizan el futuro, el inteligente lo ilumina con ideas y su deseo de concretarlas. El vivo y el estúpido aceptan su destino perdedor, el inteligente es el artífice de su éxito. Vivos y estúpidos se concentran en no perder.
El inteligente imagina el triunfo y visualiza las acciones necesarias para lograrlo. Se concentra en ganar. Vivos y estúpidos se debilitan con el fracaso al que no aceptan, el inteligente aprende de sus fallas: el obstáculo, la adversidad y el error, son sus motores para el cambio. En todos los países conviven inteligentes, estúpidos y vivos en diferentes proporciones. Pero ahora imagine un país donde por razones genéticas o por razones históricas, los vivos y los estúpidos estén en mayoría.
¿Qué país se imagina? Es la educación, estúpido revela como un país rico en recursos naturales puede convertirse en pobre por la relación entre el poder y las masas a las que vuelve estúpidas.
Cuando los consensos surgen de los resultados
No se acuerdan políticas de Estado, como en el “Pacto de la Moncloa” y luego se ejecutan. Se implementan políticas y, si salen bien, el votante medio las adopta como propias. La convertibilidad, la apertura y las privatizaciones contaban con poco apoyo. Pero cuando la economía creció pasaron a formar parte del consenso.
Los que enfrentaron a la convertibilidad tuvieron la suerte de que los precios de las exportaciones subieran a su máximo histórico. Las mayorías no siguen la política y confunden suerte con pericia. Y el nuevo sistema ha llevado al país a una situación de quiebra. La pregunta del millón es si quien gane las elecciones podrá educar a los ciudadanos hacia la inteligencia o a convertirlos en vivos o estúpidos, que representan la peor cara de la inteligencia.