Un museo interactivo dedicado al Titanic, el gigante que naufragó en el Atlántico el 15 de abril de 1912, se abrió en Belfast, Irlanda del Norte. El museo nos remite a la tragedia en la que murieron 1.500 personas. Robert Ballard fue quien encontró los restos que se exhiben. El gran interés demostrado por el público revela que existe hoy una Titanicmanía.
Secreto de familia. Louise Patten, era nieta del oficial Charles Patten, y escuchó de su abuela Sylvia de 92 años, en 1960, el secreto del naufragio, el fatal error humano cometido por el piloto Robert Hitchins. Louise calló 40 años hasta que decidió develar el secreto que nadie esclareció. El Titanic se construyó en la transición de barcos a vela a barcos a vapor. En un barco a vela si el timonel desea ir a la derecha, debe girar hacia la izquierda. El barco a vapor se conduce como un auto. El error se debió a que el Titanic tenía ambos sistemas.
Cuando vio el iceberg a dos millas, el oficial William Murdoch, le dio la orden de alejarse, Hitchins se equivocó, enfiló hacia la muralla de hielo y en estado de pánico quedó inmóvil. Cuando Murdoch advirtió lo que pasaba, ya era tarde. Para colmo de males Bruce Ismay, director de la compañía propietaria del buque -White Star Line- ordenó que siguiese navegando en lugar de frenarlo. Creía que el buque era insumergible. Eso aumentó la presión del agua que entraba por el casco averiado y se hundió rápidamente.
Encuentran los restos. El Titanic no embistió de frente al iceberg. De haber sido así, no se hubiese hundido. Chocó de costado, abriéndose un gran boquete. Al no haber un impacto frontal, muchos ni lo notaron. Ocurrió a las doce de la noche y en tres horas, desapareció bajo las aguas. Fue una de las mayores catástrofes marítimas en tiempo de paz.
El petrolero Jack Gimm, financió tres expediciones, pero sus intentos fallaron. Ballard cambió la estrategia, no buscó al barco sino su rastro. Supuso que debió haber una lluvia de escombros. Como el Capitán Nemo, en 20.000 leguas de viaje submarino, no fue detrás del barrilete, sino de su cola y halló la pista: un objeto metálico con forma de caldera.
Por qué interesa tanto el Titanic. El hombre es el único animal que choca dos veces con la misma piedra. Ve lo que pasa pero no hace nada o hace lo contrario de lo que debería.
El iceberg de nuestra época es el dinero, que atrae como el Titanic, mientras los valores se mueren de anemia. El hedonismo presagia la decadencia y la miseria espiritual futura.
El mundo gasta 190 veces más en armas que en comida. No son los negocios sucios los que sanearán este mundo. Expertos de Wall Street generaron el Tsunami financiero que puso en riesgo al mundo. El oportunismo y el desenfreno destruyen la política.
Jérôme Bindé, director de la Unesco, subrayó «la necesidad de salir de la democracia del instante”. Ulrich Beck sostuvo que hay que recrear la política para que pueda incidir sobre la economía. La política desaparece si se subordina a ella. Hay variables que el cálculo no contempla. La política exige algo distinto que la ciencia, un arte mayor y olvidado.
Lo primero es lo primero. El proceso de cambio individual comienza por aceptar la realidad e ir directamente al bien en lugar de evitar el mal. La opción polariza y el obstáculo termina ejerciendo una atracción fatal, como todos los Titanics. Pero la mente tiene una capacidad sugestiva que le permite transformar en acto lo que decide aceptar. Sembrando pensamientos positivos o negativos se recogen frutos o tragedias.
En el cuento “El rey desnudo” unos estafadores lo convencieron que vendían telas mágicas. El que no la veía era un tonto. Así el monarca se paseaba desnudo por las calles sin que nadie se atreviera a decir lo que veía. Esto ocurrió hasta el día que un niño gritó: “el rey está desnudo”. No se puede violar la realidad. En la cubierta del Titanic festejaban. Su ceguera era ideológica: no sabían que tenían 20 botes ni que el barco no estaba blindado.
Modelos mentales que distorsionar la realidad. La realidad siempre está allí pero lo que importa es la percepción. Ciertos errores mentales impiden ver lo que es evidente.
Todo o nada. Ver la realidad en blanco y negro sin matices. Rigidez mental para pasar de la euforia al desánimo con facilidad. Generalizar. Partir del suceso y amplificarlo con expresiones como todo, nunca, siempre, etc. Filtrar. Elegir un detalle y centrar en él toda la atención, de manera que la perspectiva general se oscurece. Descartar. Rechazar lo positivo insistiendo en que hoy no cuenta. Precipitarse. Interpretar rápidamente sin un análisis que avale la conclusión. Leer el pensamiento. Asumir que se sabe lo que otro piensa, sin pruebas. Magnificar-Minimizar. Exagerar o rebajar la importancia de un problema. Razonamiento emocional: Utilizar las emociones como evidencia. Creencias rígidas. Suponer que las cosas son como queremos que sean. Etiquetar. Tomar el todo por las partes. Personalizar. Asumir responsabilidades por lo que está fuera de control. Victimizarse. Sentirse indefenso en lugar de hacer algo para mejorar.
Titanicmanía. 100 años pasaron y la historia siempre atrapa porque espeja grandezas y bajezas humanas, errores que nunca terminamos de descubrir. Un ejercicio es imaginar qué habríamos hecho esa noche. En el barco navegaba una muestra representativa de la humanidad. Algunos actuaron con heroísmo y otras con cobardía.
Han pasado cien años, pero «cada generación vuelve a descubrir el Titanic». Es una de las metáforas de nuestro tiempo. Le siguieron dos guerras mundiales, genocidios, el uso de armas atómicas, pero la del Titanic es la novela perfecta, porque efectivamente sucedió.
Gente arrogante hizo que un barco con 2.000 personas a bordo navegara a toda velocidad en aguas desconocidas, llenas de icebergs. “No nos puede pasar. Somos demasiado grandes para caer” ¿Cuántas veces oímos eso antes? Hay muchos paralelos con la actualidad.
El hombre sigue siendo la cenicienta pese al avance de la ciencia. La historia provoca un efecto similar al del 11-S. Las torres no podían caer como el Titanic no podía hundirse.
La mortandad más alta tuvo lugar –como era previsible- entre los pasajeros de tercera clase.
¿Hubo caballerosidad a bordo? Se salvaron el 75% de las mujeres y solo el 20% de los hombres. Una visión menos heroica sugiere que no creyeron que se hundiría y prefirieron enviar a sus mujeres mientras esperaban a ver qué pasaba, actitud muy masculina.
El millonario canadiense John Hugo Ross, informado del percance en su camarote, pronunció una de las frases de la noche: “Hace falta más que un iceberg para que yo me levante de la cama”. Murió ahogado. A Ben Guggenheim, en traje de etiqueta en la cubierta ladeada, se le acredita haber dicho: “Estamos listos para morir como caballeros”.
Mucha gente se ahogó por falta de botes, por eso fue escandaloso que muchos se llenaran a medias y con mascotas de pasajeros de primera. La paradoja es que iceberg asesino, formado por tres cúspides, siguió navegando tan tranquilo y con cara de yo no he sido.
El más sobrecogedor de los recuerdos es el de los supervivientes en los botes, mientras el gigante desaparecía. En aquella noche estrellada un sonido aterrador se impuso en la soledad del mar inmenso: eran los gritos de los que se ahogaban y el coro disonante de gemidos de los congelados. En medio de sollozos, el barco ya no estaba y el mundo se iniciaba en el siglo de las grandes catástrofes, en contraste con los avances de la ciencia.
Como bien afirmara Pascal “Ciencia sin conciencia es la ruina del alma”.
Dr. Horacio Krell es el director de Ilvem. Dicta conferencias gratuitas sobre métodos para optimizar la inteligencia. Su mail de contacto es horaciokrell@ilvem.com