Las fuentes de la creatividad están en el humor, el esparcimiento e incluso el aburrimiento y todo problema requiere de creatividad para superarse.
No pensar (o dejar que nuestro pensamiento vague errático), irnos de vacaciones, pasear por la playa… Todas estas actividades son excelentes técnicas para encontrar buenas soluciones a problemas que, a priori, nos parecen irresolubles.
La lógica nos sugiere lo contrario: cuanto más tiempo invirtamos en reflexionar sobre un asunto, mejores soluciones encontraremos. Sin embargo, cientos de experimentos revelan que, llegados a cierto punto, resulta más productivo no pensar que pensar.
Esto no es una loa a los tontos. En realidad no es que dejemos de pensar, sino que una parte de nuestro cerebro, la consciente, deja de hacerlo, y se pone en marcha otra parte que, en modo zombi, como una app en segundo plano que no hemos cerrado del todo, se dedica a ponderar el problema y busca soluciones creativas. Por eso, si quieres ser creativo, muchas veces tendrás que dejar de intentar ser creativo y hacer cualquier otra cosa.
Me doy una ducha y se me ocurre de todo
Algunas de las mejores ideas que mi cráneo ha alumbrado, ya sea para resolver algún giro argumental de una novela o sencillamente para escoger el tema del que tratará mi próximo artículo, han surgido en un sitio que en absoluto se parece a un despacho lleno de libros o una sala polivalente tipo coworking.
La mayoría de mis buenas ideas han nacido en la ducha.
Cuando ya había tirado la toalla (literal y metafóricamente), había dejado de pensar en ello y solo me disponía a disfrutar del relax que supone una ducha de agua muy caliente. El cuarto de baño, en ese sentido, obra como una suerte de cámara reverberante de la creatividad (¿acaso las propiedades acústicas de esta estancia no permiten también interpretar piezas musicales que suenan mucho mejor?).
No soy el único. La historia de las grandes ideas está llena de anécdotas similares. Los grandes descubrimientos de la ciencia, por ejemplo, se han producido a menudo cuando el investigador estaba haciendo otras cosas, a veces tremendamente cotidianas.
Por ejemplo, uno de los fundadores del moderno campo de la evaluación criptográfica, Peter Schweitzer, suele tener sus mejores ideas mientras da un largo paseo o se tumba al sol con los ojos cerrados.
El matemático Henri Poincaré, a finales del siglo XIX, advirtió súbitamente que la geometría no-euclidiana era igual a las transformaciones aritméticas de las formas cuadráticas ternarias indefinidas (sea lo que sea que signifique eso) mientras caminaba por un acantilado.
No en vano, según un estudio publicado en Journal of Experimental Psychology realizado por investigadores de las universidades de Stanford y Santa Clara (EEUU), decía que para fomentar la creatividad, antes que quedarse sentado, es mejor salir a pasear.
Incluso a Newton se le ocurrió lo de la gravedad cuando estaba sentado en el campo y una manzana se precipitó sobre su cabeza (aunque la anécdota probablemente sea una invención del mismo Newton).
A este proceso azaroso se le conoce por el nombre de serendipia. La palabra fue acuñada por Horace Walpole en una carta a su amigo Horace Mann, en 1974. En la carta se hacía referencia a un cuento de hadas titulado Los tres príncipes de Serendip, los cuales «siempre estaban haciendo descubrimientos, por accidente o sagacidad, de cosas que no se habían planteado».
Por eso, los espacios comunes de las oficinas de Google disponen de juegos y habitáculos para echar un cabezadita, porque los trabajadores son más creativos si apartan su mente del trabajo de vez en cuando y sencillamente se divierten.
Según un estudio publicado en la revista Psychological Science, quienes hacen una pausa en el trabajo para escuchar música o ver vídeos divertidos en YouTube pueden estar procrastinando, sí, pero lo cierto es que también están potenciando su creatividad. Los investigadores de la Universidad Northwestern encontraron que las personas tenían mayor probabilidad de resolver puzzles de palabras de forma repentina cuando se divertían.
A juicio del psicólogo de Harvard Daniel Goleman, en su libro Focus, la razón estriba en que la mente necesita descanso para reflexionar. Una pausa en el bombardeo de correos electrónicos, whatsapps y, también, el propio asunto que queremos resolver:
Es la razón por la cual los anales de los descubrimientos están repletos de relatos de intuiciones brillantes en medio de un paseo, un baño o un largo periodo de vacaciones. El tiempo libre posibilita el florecimiento del espíritu creativo, mientras que las agendas demasiado estrictas, por lo contrario, lo sofocan.
Incluso aburrirse, si con ello nos abstraemos del problema en ciernes, es bueno para mejorar la creatividad en su resolución: un equipo de investigadores de la University of Central Lancashire sugieren que hacer una tarea aburrida durante 15 minutos, como copiar números de un directorio de teléfono, incrementa considerablemente la inventiva.
Los dos cerebros
Nuestro cerebro opera con dos sistemas mentales separados y relativamente independientes. Uno funciona de manera activa y lo usamos en nuestra vida consciente. Pero el otro, con un gran poder de computación, siempre está funcionando más allá del horizonte de la conciencia.
Esta forma de atención, que discurre a nivel freático, puede emerger inesperadamente trayendo consigo sus nuevas ideas. Y resulta más propicio que emerja cuando las aguas están tranquilas: es decir, cuando no estamos pensando en el problema que nos acucia.
Según la ciencia cognitiva, la primera mente es ascendente, favorece el pensamiento a corto plazo, la toma rápida de decisiones y es producto de millones de años de evolución biológica.
La segunda mente es descendente y su cableado neuronal es más reciente. Los circuitos descendentes, situados en las áreas superior y frontal del cerebro, agregan a nuestro pensamiento la autoconciencia, la reflexión, la deliberación y la planificación.
Como apunta Daniel Goleman:
El sistema multitarea ascendente escanea en paralelo una gran cantidad de entradas, como rasgos de nuestro entorno que todavía no han llegado a ocupar el centro de nuestra atención y, después de analizar lo que se halla dentro de l rango de nuestro campo perceptual, nos informa de aquello que ha seleccionado como más relevante.
Nuestra mente descendente procesa secuencialmente, en cambio, las cosas, una tras otra, lleva a cabo un análisis más concienzudo y necesita más tiempo para decidir lo que nos presentará.
Así que deja de darle vueltas a ese problema que no parece tener solución. Sal a la calle y da un largo y enérgico paseo para distraerte con todo lo que te salga al paso. Tal vez, antes de regresar a casa, grites aquello de: «¡Eureka!».
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Sigan adelante.
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