La innovación fue, es y será siempre un experimento que necesita la aprobación del mercado.
La innovación se está banalizando. El rotulo de innovador está circulando ante merecimientos débiles y dudosas mejoras. Parece ser un nuevo y a la vez saturado fenómeno y pero… ¿Quién dijo que la innovación es una moda relativamente reciente? Quizá sean los mismos que piensen que la rueda y el fuego no son innovaciones.
El mundo de la innovación es ciertamente complejo. Porque depende de que varias luces se enciendan simultáneamente: el riesgo, la creatividad, el tempo, la empatía y la suerte. Y lidiar con semejante complejidad, siempre aleatoria, siempre cambiante no es para cualquier CEO; tampoco para cualquier empresa.
Van ocurriendo algunas nuevas paradojas y máximas (se relatan con más amplitud en “El Pensamiento en Montaña Rusa”, Creatividad en tiempos sin tiempo, libro de mi autoría). Algunas de ellas son:
“A mayor cantidad de innovación más posibilidades de innovar (por aceleración de elementos a combinar) pero más posibilidades de invisibilidad (por saturación de la novedad)”
“No hay tiempo para innovar porque se dedica ese tiempo para sostener una innovación que indefectiblemente perecerá”
“En innovación hay más probabilidades que envejezca más rápido algo nuevo que ese otro algo que viene desafiando el tiempo”, porque eso que viene desafiando al tiempo tiene convalidado (secreto entre producto-mercado) alguna razón que se adentra en la subjetividad. La innovación que ingresa tiene que superar primero la aceptación y más tarde el sostenimiento en el tiempo de la innovación”.
La innovación necesita de implementaciones prácticas y atajos realistas (en definitiva la innovación no es otra cosa que “hacer” algo nuevo y que sea aceptado por el mercado) pero también necesita de una visión que inspire y ordene. Que deje el voluntarismo retórico y muestre un camino, los primeros pasos, la señal inicial.
Mi idea es que la innovación necesita de la “estrategia de batalla” dentro de la compañía ¿Cómo funciona? con dos ejércitos que se enfrentan entre sí. Uno para sostener la innovación, otro para canibalizarla. Ocurre que cada guerrero debe ser parte y jugar alternada y simultáneamente para los dos ejércitos
Pero la innovación necesita también de cerebros creativos que puedan imaginarla, pensarla, soñarla. Asistiendo a una explosión en la recolección de datos a través de herramientas como el Big Data (se dice que un 92% de los conocimientos del mundo fueron creados en los últimos dos años) la capacidad de interpretarlos primero y de combinarlos creativamente después es una imperiosa necesidad y estratégica visión. El big data es el excel del siglo XXI. Solo mentes holísticas, sincréticas y creativas puede tomar lo relevante del Big Data y transformarlo en innovación.
Nadie nos dará por adelantado los acertijos que propondrá el futuro: ¿La muerte del dinero físico como predice el CEO de Starbucks, ¿Ciudades submarinas como ya está planificando Japón? ¿La desaparición de la TV como anticipa el creador de Netflix? ¿El final de la privacidad y su imposibilidad de recuperarla como dice Leonard Kleinroc, padre de Internet? ¿O que los ordenadores nos quitarán los empleos como dice Larry Page de Google?
La creatividad será la única herramienta que pueda imaginar las respuestas. La innovación la única que podrá resolverlos. Al fin y al cabo la innovación fue, es y será siempre un experimento que necesita la aprobación del mercado.