- El conocimiento del cerebro no es igual a autoconocimiento. Entre el espíritu y el cerebro existen interrogantes y misterios que no se entienden por procesos bioquímicos
El conocimiento del cerebro no es igual a autoconocimiento. Entre el espíritu y el cerebro existen interrogantes y misterios que no se entienden por procesos bioquímicos. Se conoce más al ser humano leyendo literatura. La fiebre por el autoconocimiento generó falsas teorías de crecimiento interior. Pero la puerta de acceso no se abre desde afuera sino explorando el sentido de la existencia través de una tarea íntima, silenciosa, solitaria y a veces dolorosa.
En el templo de Apolo, dios de la música, de la armonía, del sol y de la sanación, se leen la consigna “Conócete a ti mismo” y significaba saber cuál es tu lugar en el cosmos, en el orden de un universo que funciona según las leyes naturales. El caos sobreviene cuando esas leyes son alteradas por la conducta humana. Quien lo hace cae en la híbris (soberbia, exceso) y suele ser castigado con la némesis, mediante la cual los dioses restituyen la armonía trastocada.
El conocimiento de uno mismo es aprender de lo singular, de lo que hace a cada uno parte de una totalidad que es más que la suma de esas partes. Autoconocimiento es conciencia de uno y del mundo, es decir de uno en el mundo. No es autoconocimiento a la moda, que redunda en justificación del egoísmo, de la indiferencia hacia el otro, del egocentrismo y el narcisismo.
Al sumar la consigna: “Todo en su medida”, invitan a encontrar la justa ubicación en el orden cósmico, a no creerse superior, a protegerse de la híbris, porque la falta de sabiduría conduce a una catástrofe anunciada. Esta enfermedad de la mente y del alma aqueja también a la humanidad, y se detecta encarnada en ídolos con pies de barro, cegados por la necedad y la soberbia o fanáticos que se presumen dioses capaces de violar las leyes de la naturaleza.
El conocimiento utilitario
El mensaje que el adulto da al joven es que adquiera conocimientos y diplomas, so pena de convertirse en un desempleado sin futuro. Una educación utilitaria sin el interés genuino de comprender el mundo en el que vive, el verdadero acontecer humano, lo lleva a no aprender lo que no sirve para los utilitarios (como, por ejemplo, las humanidades).
El conocimiento utilitario sería el arma para un futuro temible, pero no la herramienta para construir un porvenir con sentido. Quien aprende bajo amenazas es educado como un soldado para una vida pensada como batalla. Para competir no para cooperar. Esa meritocracia premia al indiferente, prioriza eficiencia sobre solidaridad, al rigor sobre la compasión.
Sabiduría o conocimiento
Lo utilitario es un camino a la ignorancia, ya que vale más saber algo del todo, que conocer todo de una sola cosa. Sabiduría y conocimiento van por caminos divergentes. El conocimiento se enfoca en especialistas que tienen un martillo y que sólo ven un clavo. La sabiduría resulta de procesar las experiencias que se atraviesan. Hay personas con mucho conocimiento y poca sabiduría y otras que, sin ser expertos, son sabias a la hora de vivir y convivir. El conocimiento no exige amor, pero ser amoroso resulta inseparable de la sabiduría.
El conocimiento es una puerta que se abre desde afuera con información y adiestramiento, que son fuentes externas, la puerta de la sabiduría se abre desde adentro con dudas, exploraciones, intuiciones, dolores, tránsitos, experimentados a lo largo de la vida con la conciencia despierta.
Un sabio no nace, se hace como los especialistas y los conocedores, pero el sabio se hace en la vida y los otros en academias, libros, laboratorios o universidades. No son sinónimos.
Sócrates dijo «solo sé que no sé nada», esa es la condición de sabio. Es el que se mantiene abierto al asombro, a la incertidumbre, al misterio, el que no se aferra al salvavidas del conocimiento utilitario, el que se hace preguntas sin conocer las respuestas y sin temores.
Cada día conocemos más y entendemos menos, dijo Einstein, ante el peligro de sobrevalorar el conocimiento como fin o arma ante el futuro y que termine reemplazando al pensamiento.
Es mejor saber después de pensar y discutir que aceptar los saberes sin discutir para no tener que pensar. Es mejor aspirar a la sociedad de la sabiduría que a la sociedad del conocimiento.
El propósito en la vida
Vivimos en sociedades donde no hacemos lo que nos gusta y eso les resta productividad a los países donde esto ocurre. La orientación vocacional arroja resultados pero las elecciones en la vida son procesos. Peguntar qué quieres hacer debería reformularse por quién quieres ser, qué tipo de persona. La profesión ya no define a la persona. Ni el saber ni el tener asegura la felicidad.
El desafío mayor como padres es escuchar a los hijos y ayudarlos a descubrir sus intereses, que puedan distinguir lo qué les gusta y lo qué no. Más que ayudarlos a elegir una carrera, debemos orientarlos a elegir un propósito, porque hay distintas carreras que pueden cumplirlo. Es cuando el niño llega a una determinada edad cuando la cuestión vocacional debe plantearse. Hay que empezar a pensar en la vocación promediando la secundaria, en los colegios. El primer corte se hace cuando se pasa de la primaria a la secundaria, al elegir entre una escuela técnica o un bachillerato.Hay que darles las herramientas para empezar a descubrir su genio interior, para observar si tienen un interés particular y si preguntan hay que escucharlos con atención.
Los chicos tienen hoy una multiplicidad de intereses. Hay que indagar sobre sus sueños y deseos para que puedan ir construyendo su proyecto de vida, modificarlo y reelegir. Las carreras no son cerradas y se puede abordar los problemas desde distintas especialidades. Las posibilidades son abiertas y dinámicas. Y el deseo es algo muy importante. El deseo de trabajar en algo que sea «útil» para el planeta o la sociedad está muy presente. Los jóvenes tienen conciencia de la importancia del cuidado del ambiente. También fantasean con la idea de emprender: pero la creatividad implica capacidad de innovación.
El problema es que quieren todo ya y saber que eso lleva tiempo les genera angustia
Yo quiero saber lo que quiero. Esta es una afirmación clave en la vida de una persona, ya que puede cambiar radicalmente lo que siente, lo que hace y lo que piensa. Concentrarse es mantener la mente en algo durante un tiempo y controlar los desvíos. La concentración es el medio y el querer es el fin. La vida nos somete a un test continuo entre el querer y el poder. Concentrarse en saber lo que quiero le da a la mente una dirección hacia su mundo interior.
Para optimizar el proceso de convertir el querer en poder hay que descubrir algo que nos apasione. La energía necesaria para el logro de cualquier objetivo importante se nutre de la batería interior del autoconocimiento, para aprender a ser lo que queremos ser.
Cuando la rutina nos hace olvidar el propósito original, trabajamos sin saber por qué. Para salir del encierro, cuando la atención se atasca, la mejor estrategia es volver al resultado esperado, alineando el foco de atención con la asignación de importancia. Para eso hay que repetir Yo quiero saber lo que quiero, o simplemente eso es lo que quiero, cuando la verdad aparece.
Serás lo que sepas ser o no serás nada
Al saber lo que queremos la energía circula por el hemisferio creativo del cerebro. Entonces la imaginación abre ventanas hacia el futuro para que la voluntad elija. Inspirar la vida en un propósito y concentrarse en él, permite observar al suceso como oportunidad. El esfuerzo sin método agiganta el obstáculo.
Hay que saber navegar por la mente y ante el extravío aprender a concentrarse.
Teoría de las inteligencias múltiples
Fue la que cambió la forma de medir -el IQ o coeficiente intelectual. Se puede ser inteligente de diferentes maneras. El enfoque clásico no se enfoca en la vocación. Pero no hay vientos favorables si no sabes a dónde quieres llegar.
Tenemos un poder interior que el mundo conoce como empowerment y se convierte en poder inteligente (smart power) cuando conjuga el querer con la eficacia.
Acceder al querer implica armonizar la vocación, el talento y el mercado laboral.
No alcanza con saber lo que se quiere; sin conseguirlo el deseo se frustra. Lo mismo ocurre si la carrera se elige por imposición de la familia o de la sociedad de consumo, la que brinda un radar para imitar a ricos y famosos pero no la brújula del autoconocimiento. La inteligencia se bloquea también por carencias metodológicas.
El filósofo Nietzche sugirió que los métodos son la mayor riqueza del hombre.
Bloqueos a la inteligencia
Un primer desajuste es la desinteligencia emocional, la no correspondencia entre la vocación y las emociones que se experimentan en la tarea. El querer también se bloquea por falta de imaginación, o por la bohemia: calentar la pava pero no tomar el mate. El bloqueo estratégico es no fijar metas; fallar al planear es planear fracasar. Otro error es no saber ejecutarlo. Las destrezas deben entrenarse (aprender a aprender y a emprender).
Una virtud clave es la inteligencia social al elegir a los que nos acompañarán en la ruta de la vida. El capital social es la suma de las relaciones productivas. Conviene saber que el verdadero “desarrollo” no es lo que tenemos sino lo que hacemos con eso, para convertir el espíritu en materia. Para que el genio que llevamos dentro no se quede encerrado en la lámpara de Aladino, debemos poder crear ideas y llevarlas la práctica. Para lograrlo se necesita un coach que facilite la tarea de concretar la vocación. Para lograrlo, la educación debe ser la industria pesada del país porque es la que fabrica los ciudadanos del futuro.
La autoestima es un capital invisible
La autoestima responde a ¿me quiero mucho, poquito o nada? Si nada me quiero a nada me atrevo. Si me quiero mucho puedo realizar mis proyectos. La autoestima es invisible como todos los valores, pero también es la clave para sobrevivir en un entorno competitivo. No puede haber autoestima sin autoconocimiento. Autoconocimiento es el proceso de conocer al ser que vive en nosotros. Parece sencillo pero no lo es.
El peor enemigo es ir a la deriva
El que siente que se dirige a concretar su misión se energiza, el que no va para ningún lado se detiene. El primer paso es descubrir el mensaje socrático: “Conócete a ti mismo”. Sin saberlo nos dirigen desde afuera nuestros padres, maestros, amigos o autoridades. Conocerse es como tener la brújula que orienta y alumbra el camino. Las personas más felices son las que saben lo que quieren y tienen la sana autoestima que les asegura que pueden alcanzarlo. Pero hay que superar algunas trabas:
* Tenemos demasiadas opciones y para un indeciso no hay nada peor que el surtido.
* Somos libres de elegir pero tenemos miedo de ejercer esa libertad.
* Las urgencias nos engañan y no nos animamos a alcanzar nuestros sueños.
* El reproche es: si realmente lo queremos porque no salimos a conseguirlo.
* No se trata tan solo de perfeccionamiento o de tener un pensamiento positivo. Lo imprescindible es detectar lo que uno quiere y hacer algo para conseguirlo.
* Cada persona recibe un mensaje de lo que se espera que sea que se esconde como una resistencia y aparece siempre con una voz muy potente que le dice: fracasarás.
La autoestima hoy
Esta época de cambios demanda recursos psicológicos nuevos: donde había repetición se necesita innovación, donde regía la obediencia se pide independencia, donde existía centralización hay delegación. La autoestima se nutre de la satisfacción con uno mismo, del reconocimiento ajeno, y la autopercepción define la conducta. Cuanto más baja es la autoestima más se busca la aprobación de los demás y la base del éxito consiste en agradar a todo el mundo. La autoestima representa la diferencia entre lo que uno es y lo que querría ser.
El exceso en el ideal rebaja de la autoestima. Como la mente tiene la capacidad autosugestiva de transformar en acto lo que se decide a aceptar, aquello en lo que se cree se logra. Es la seguridad de que se poseen los recursos para alcanzar la felicidad y afrontar las dificultades.
El nivel actual de autoestima
Conocerlo es la clave para superarlo: por eso es importante saber ¿dónde estaba ayer, dónde estoy hoy, dónde quiero estar mañana y como haré para conseguirlo? Tomar conciencia de la realidad evita reprimirla o negarla y abrirse a la información, analizar sus causas, actuar sin instrucciones fijas e invertir en innovación.
Aceptar el problema
No basta que esté al alcance intelectual y que se pueda resolver; hay que aceptar como uno es y lo que quiere, si el querer es grande el obstáculo se vuelve pequeño.
Crear autoestima
Al fomentar autoestima en los que nos rodean mejoramos nuestro capital social. Implica respeto, criticar con propuestas, señalar las consecuencias y hacerlo en privado.
Hacerse responsable
Dejar de buscar culpables y reconocer errores. Para que otros crezcan hay que clarificar su campo de acción, premiar la iniciativa y tener pautas de rendimiento.
Ser auténtico
Es defender lo que se piensa aunque no nos convenga. Para generar autenticidad en los demás debemos permitirles aprender de la experiencia, equivocarse sin temor, respetar el disenso, cambiar la cultura autoritaria y que cada cual pueda hacer lo que le gusta
Tener un rumbo
Relacionar lo que se hace con lo que se pretende, ser proactivo y no reactivo. Para enseñar a lograrlo hay que otorgar poder de decisión y recursos, ayudar a coordinar objetivos personales e institucionales y a comparar los resultados con las metas.
Ser congruente
Es cumplir los compromisos. Quien traiciona se traiciona. Predicar con el ejemplo, reconocer errores, alentar la crítica, fomentar la ética, evitar el haz lo que yo digo pero no lo que yo hago. Autoestima es rendimiento, respeto y escucha, es dominar al miedo, delegar para que arriesguen sin el doble discurso: “arriesguen pero no fallen”, es reconocer aciertos, humanizar las relaciones y lograr que el aprendizaje continuo se convierta en forma de vida. No consiste en tratar al semejante como uno quiere ser tratado, sino como él prefiere que lo traten.
Sumando a la autoestima propia la de los demás creamos la autoestima social. Proyectemos el concepto: cómo sería una sociedad donde todos sus miembros tuvieran muy alta su autoestima.
Si querer es poder quererse es lo que potencia el rendimiento.
El secreto de la autoestima
Los que la tienen alta tienen los ojos en el cielo y los pies en la tierra. No son como el iluso que construye castillos en el aire. También dominan métodos facilitadores de la acción y de confianza, conociendo bien cómo funciona su cerebro y las técnicas que provienen de un metodología intelectual sistémica que potencia el rendimiento.