En 1997 Kasparov fue derrotado por Deep Blue y acusó a IBM de hacer trampa y se rehusó admitir el fracaso: «Que nadie interprete esto como una derrota del hombre ante la máquina”. Algunos atribuyeron la derrota a su sistema nervioso. Su error no era propio de un gran maestro de ajedrez. La derrota caló en el imaginario colectivo como el principio del fin. De derrota a derrota, creció la expectativa de que la inteligencia artificial nos puede ganar. Kasparov 20 años más tarde hizo las paces: “La partida no fue una maldición sino una bendición que me hizo aprender a lidiar con experiencias negativas». Ahora lo ve de otro modo: “Fue penoso, pero me ayudó a entender el futuro de la colaboración humano-máquina”.
La otra cara
AlphaGo derrotó tres veces a Lee Sedol, pero el campeón de Go logró vencer al sistema en la cuarta de las 5 partidas. En 2016, el coreano perdió contra la inteligencia artificial. Y 3 años más tarde se bajó de la élite profesional del Go, incapaz de superar su fracaso. “Aunque sea el número uno, hay una entidad que no puede ser derrotada”. Y sin embargo, su única victoria fue un éxito: ningún otro jugador ha logrado vencer a AlphaGo.
Kasparov se describe como «el primer trabajador intelectual derrotado por una máquina».
Mano a mano con la máquina
«Pensábamos que éramos invencibles en ajedrez, Go, Shogi. Pero esto no significa que todo esté perdido”. “Tenemos que encontrar la manera de que juegue a nuestro favor”, prescribe Kasparov. Insiste en que debemos dejar que las máquinas hagan eso en lo que son mejores. El futuro pasa por la combinación de habilidades, pero también exige humildad para no destruir la comunicación. Magnus Carlsen, genio del ajedrez moderno, sigue esta senda. En lugar de desesperar en la derrota, se ha centrado en armonizar con su estilo. El noruego describe a AlphaZero (un sistema heredero de AlphaGo), como «su héroe».
La informática como antídoto
Sus últimas victorias, muy exigidas, alimentaron la duda sobre su supremacía; duda de la que parecía contagiado. Asomarse al abismo fue una llamada de atención y hoy muestra otra cara. Arrasó a sus rivales. Pero, ¿qué es lo que ha cambiado en él?
AlphaZero no es una supercomputadora, sino una red autodidacta que aprendió a jugar al go, al shogi y al ajedrez por sí misma, a través de un algoritmo de aprendizaje por refuerzo.
En 9 horas y sin ayuda, esta inteligencia artificial se convirtió en el mejor jugador de ajedrez que haya visto el planeta, arrollando al resto de programas por ordenador. Libre de cualquier condicionamiento y prejuicio, AlphaZero desarrolló su propio estilo, dinámico y agresivo.
La barrera de los 2.900 puntos
Es evidente que Carlsen invirtió en estudiar a esta criatura artificial, lo que transformó su propio juego. «Me convertí en un jugador con un estilo totalmente distinto». Sólo 13 jugadores en toda la historia han alcanzado una puntuación Elo de más de 2.800. Kasparov fue el primero en batir esta marca y su récord fue de 2.851 puntos.
El noruego tiene ahora una puntuación de 2.882 y con 64 puntos de distancia sobre su más inmediato perseguidor ¿Será Carlsen el primero en cruzar la línea de los 2.900?
Carlsen fue un niño prodigio. A los 2 años resolvía rompecabezas. Su padre le enseñó a jugar ajedrez cuando tenía 5. Se motivó con el objetivo de vencer a sus 3 hermanas mayores. Desde muy pequeño asumió desafíos intelectuales, con la ventaja adicional de tener una gran memoria.
Todos somos Kasparov
Los encontronazos con la inteligencia inhumana ya no son cosa de genios. Y las reflexiones de Kasparov no están tan lejos de las que nos hacemos hoy. Cuando Google te recomienda los mejores platos del restaurante en que estás lo piensas: «Me enfrento a un desconocido que posee toda la información posible sobre mí». Nadie explica cómo decide el algoritmo: “Sería bueno que se imprima y publique todo el proceso de reflexión de Deep Blue durante un duelo”. Tal vez podríamos entender por qué hace jugadas increíbles. Cuando Alexa no entiende el título de la canción que le pides: «Ha cometido un típico error humano de imprecisión”. Alexa puede controlar varios dispositivos inteligentes compatibles con el sistema.
Los humanos sabemos que hay muchos animales y máquinas que corren más rápido y son más fuertes y ágiles. Pero ninguno de ellos es más elegante e inteligente que nosotros.
Las redes sociales no nos hacen mejores
Transformaron nuestra forma de relacionarnos. Deberíamos entrar en una «fase crítica» y autocrítica; para preguntarnos hacia dónde nos pueden llevar. Es una herramienta poderosa para luchar contra la opresión, el oscurantismo y regímenes dictatoriales. Las redes garantizan mayor control y vigilancia ciudadana, mayor transparencia, mayor capacidad de movilización. Son vehículos que canalizan la rebeldía. Pero también estimulan la impaciencia social y potencian movimientos anárquicos o descontrolados y permiten rebeliones sin liderazgos visibles y con reclamos tan heterogéneos y diversos que cuesta identificar el eje de la demanda. Habrá que discutir cuánto tiene esto de sano.
En política gubernamental
Las redes inauguraron una diplomacia tuitera. Líderes como Trump o Bolsonaro las usan como mono con navaja. Coleccionan episodios mezclando verborragia, simplificación e imprudencia que marcan el rumbo de la política internacional.
El problema no es Twitter. Pero Bolsonaro con Twitter es un problema mayor. Da vergüenza verlo «jugar» a la transgresión por las redes y burlarse de la esposa de otro presidente. Las redes convierten en «tema de Estado» un impulso arrebatado. Exponen los desequilibrios de un líder.
Con las redes no hay discreción ni protección. No hay velos, y aunque parezca bueno, no lo es.
En las campañas electorales, existe el peligro que han incorporado las redes. La contaminación con noticias falsas abrió la puerta a una potente metodología de manipulación.
En lo social
Las redes parecen allanar los caminos. Plataformas como Tinder acercan, facilitan y crean la ilusión del encuentro inmediato. Sin embargo, «cosifican» los vínculos, les imprimen fugacidad y fragilidad. Desinhiben pero degradan los formatos de aproximación y tientan con la posibilidad del anonimato. Todos podemos tener en Facebook una vida más glamorosa.
Las redes nos empujan a ventilar nuestra intimidad, a exponernos demasiado, a posar y hasta a fingir. La telaraña digital nos sumerge en el narcisismo y ha devaluado la amistad. Facebook define como «amigos» a personas que ni siquiera conocemos, con las que no hemos compartido vivencias ni emociones. Se han roto lo que separaba el rol social de la vida personal.
La privacidad se ha convertido en un valor en extinción
En las escuelas, las redes contaminaron el vínculo entre padres y docentes y los alumnos. Han distorsionado el mecanismo para dirimir conflictos. Hoy se someten al «tribunal» de las redes, donde se dicta sentencia en 5 minutos.
La cultura del «escrache» ha reemplazado los cauces institucionales. Y las redes son el motor de ese atajo peligroso. Los grupos de WhatsApp refuerzan ciertos lazos de comunidad, pero en muchos casos funcionan como disparadores de malos entendidos y enjuiciamientos ligeros, además de convertirse en canales de «información chatarra», con sobreabundancia de onomatopeyas, emoticones e intervenciones redundantes. WhatsApp ha transformado la vida laboral y familiar. En el trabajo, ha impuesto la más dura flexibilización. Con WhatsApp, los horarios de oficina se extienden sin limitaciones. Como contracara, incorpora en el espacio y el tiempo de trabajo un factor de demanda y distracción permanente. Atender el celular absorbe muchas horas, y nadie lo apaga por estar trabajando. La familia también está atravesada por los grupos de WhatsApp, que así como favorecen cierta expresividad y ayudan a sostener una comunicación más fluida, también disparan tensiones y hasta enojos o molestias.
La psicología ya ha estudiado, además, los efectos de ansiedad, frustración y angustia que provoca el hecho de vivir asomados a la vida de los otros. La culpa no es de «las redes» ni se trata de eliminarlas. Pero debemos saber que, detrás, hay poderosos intereses que trabajan para convertirnos en individuos dependientes. Una maquinaria funciona desde laboratorios para que les dediquemos más atención y las necesitemos más. Las redes solo exponen lo que somos.
Pero ¿somos los mismos después de ser manipulados por la inteligencia artificial? Es hora de poner el acento en el uso responsable de las redes, un tema del que no se habla. Los gobiernos, los parlamentos, las universidades, las escuelas, todos, deben poner en sus agendas el tema de la conducta digital responsable. El desafío es buscar el punto medio para armonizar con las redes y aprovechar su potencial, sin endiosarlas ni permitirles cualquier cosa. Eso sería aprender.
La potencia de la red
La vida unicelular evolucionó en miles de millones de años. El presente es el resultado. Para que se formara un organismo vivo las células debieron agruparse y tocarse. Al final nació la neurona celular, un fino filamento de tejido que hizo posible la comunicación de células a distancia. Entonces la vida surgió en varios formatos, estructuras, tamaños y funciones. La revolución industrial necesitaba que las empresas y las personas tuviesen contacto físico. Hoy las telecomunicaciones permiten crear redes a distancia. Los chips de silicona interconectados son las neuronas de nuestra cultura.
La red: el sistema nervioso digital
El antiguo campesino de la economía agraria trabaja hoy en su oficina portátil: tractor con aire acondicionado, GPS, sensor de suelo y conexión a Internet. Cada vez hay menos empleos para la producción. Pero todavía se educa para un mundo que ya no existe. El átomo es el pasado, los símbolos de hoy son los chips y la red. La red no tiene centro, ni certezas. Representa el encuentro de la inteligencia individual y social. Combina lo simple del átomo con lo complejo y desordenado. El chip de silicona y la fibra de silicato se unen a velocidad fantástica para revestir al mundo con redes.
Las redes tienen nodos cada vez más pequeños mientras que las conexiones crecen. Los chips son baratos y se alojan en los objetos para hacerlos más inteligentes y productivos.
Así como células poco inteligentes crearon el inteligente sistema inmunológico, una PC conectada con otras diseñó la telaraña mundial “World Wide Web”.
Sintonizar el sistema nervioso humano con el digital
En un mundo de especialistas en red, la sabiduría retornará si su conexión, promueve un diálogo global que descomponga el todo en partes pequeñas para entenderlo y mejorarlo. Este entramado precisa de ideas que apunten en una misma dirección. El poder consistirá en aprovechar la comunicación.
Hay que tomar conciencia de la importancia de pertenecer y distribuir el conocimiento en la red. Esto implica actuar en tiempo real, porque la velocidad hará que un retraso no pueda recuperarse. También convendrá participar en redes grandes y pequeñas. En las primeras porque cuando surja una idea su valor se multiplicará y en las pequeñas porque se mantendrán unidas por afinidad, cooperación y cerradas a los que no formen parte.
Marketing personal y digital
Para crear una red comercial hay que saber atraer la atención de los futuros miembros, capturar su interés, lograr su fidelidad y llevarlos a la acción. El marketing personal necesita al digital para posicionarse en los motores de búsqueda y atrapar al internauta. Es necesario para lograr el one to one. Se trata de armar un smart web, un sitio inteligente, cuyos productos y servicios ocupen la “pole position”.
La web no es una vidriera sino un mostrador. Debe promover el interés -el motivo de la acción- generar conexión, aprendizaje, información y buen humor. La mina de oro es la base de datos y con la web y el correo electrónico, construyen el sistema nervioso digital. Frente a la crisis de empleo, hay que aprender a emprender. Al detectar las señales del mercado se puede saber cuándo conviene crecer, conservar, retirarse o independizarse.
Una idea creativa emerge del manejo de datos y redes
La regla del marketing es liderar. Un proyecto exitoso requiere inteligencia. Para lograr empleo, trabajo o clientes, hay que asociar emociones, pensamiento estratégico y acción eficaz. En una red el talento de cada uno se multiplica por el de los demás. Sincronizando cerebro y sistema de redes se inventó un poderoso y enigmático cerebro social de alianzas estratégicas digitales múltiples.
Fábrica de ideas y relaciones productivas
Un cerebro entrenado canaliza el empowerment o poder interior para generar buenas ideas. El pensamiento estratégico planea cómo llevarlas a la práctica lo que requiere una metodología de ejecución y una red de contacto de socios y de clientes. De este modo es como una idea se convierte en un producto o en un servicio.
Es así como el espíritu se convierte en materia. Se trata de un trabajo en equipo. Hay cerebros creativos en los que sobresale el lóbulo frontal derecho. Hay otros analíticos donde se alumbra el lóbulo frontal izquierdo. El lóbulo basal izquierdo entrenado se enciende en una mente ejecutiva que no crea ni analiza pero que sabe hacer. Por último, en el lobo basal derecho, florece la capacidad de caer bien a todo el mundo y de relacionarse. Un equipo de alta competición no nace de mentes iguales, si todos fueran creativos estarían tirando ideas y nadie haría el trabajo. Un equipo de alta competición necesita creativos generando las mejores ideas, analíticos eligiendo las mejores, ejecutantes que realicen el trabajo y socializadores que vendan lo que el grupo produce. De lo que se trata entonces es de trabajar en o construir redes internas y externas.
El creativo cuando es innovador es el mejor imitador de Dios en la tierra.