Equivocarse es parte del camino hacia la excelencia. Permitite errar, permitite aprender, permitite crecer
Los errores y fallos en la vida tienen mala reputación. Desde pequeños nos enseñan que equivocarse no es correcto, y que, prácticamente, debemos ser perfectos.
Como ya sabemos, la perfección no existe, al menos en este plano humano. Todos somos proclives a cometer errores, y es allí donde se encierra una de las grandes claves de la vida: el aprendizaje continuo.
Las personas perfeccionistas buscan siempre el error: ese es su enfoque, y por eso caen en su propia trampa.
Cuando en la entrega de los Premios Oscar 2017 anunciaron equivocadamente la Mejor Película, y la prestigiosa consultora internacional Pricewaterhouse Coopers, encargada de resguardar y controlar los votos, emitió un pálido mensaje de disculpas, y anunció los consabidos procedimientos internos para saber qué paso.
Sin embargo, hay muchas reflexiones que nos ayudan a aprender de esto para aplicarlas a la vida cotidiana, que, como sabemos, no es precisamente una película de Hollywood ni gana un Oscar de la Academia:
Somos humanos, nos equivocamos. El paradigma supremo de la perfección se viene abajo. Estos ejemplos tan masivos son aleccionadores de la condición de simples personas que cometemos errores.
Procura la excelencia, no la perfección. La excelencia es el grado mayor de calidad con que podemos asumir una tarea determinada. Esto implica el más alto compromiso, lealtad y resultado posible en los contextos en que nos desenvolvemos. La excelencia marca la diferencia.
Acción correctiva inmediata. Si tomamos perspectiva del daño que puede causar un error humano, de ser posible es necesario tomar una acción que corrija rápidamente lo acontecido. Claro que, por ejemplo en casos de accidentes que cobran vidas, no hay corrección posible. Sin embargo, en la gran mayoría de los fallos humanos sí la hay: es más del 85% de los casos en los que se puede corregir.
Es honesto decir “me equivoqué”. Contrariamente al pensamiento mágico de que eso te quita puntos, el asumir los errores es visto por la gran mayoría como un gesto de grandeza que permite asumir un rol más humano, y en un plano de igualdad con los billones de seres que habitamos el planeta. En el fondo, todos somos iguales.
Las personas que no admiten fallos lo hacen porque siempre quieren agradar. Es una conducta que viene por lo general desde la primera infancia, incentivada en la familia y la escuela. Funciona sobre la base del mecanismo de premio-castigo. Y es este motivo el que produce legiones de adultos inflexibles, infelices e insatisfechos por no alcanzar la perfección.
Se piensa que el error será castigado. No siempre es así. Por ejemplo, en la ciencia la mayoría de los grandes descubrimientos se producen a partir de la ecuación de ensayo y error; y es en estos donde aparecen las grandes innovaciones.
Si me equivoco seré menos confiable. Es una aseveración muy popular, y lapidaria. Piensan que se pierde su reputación ante las demás personas, y que “sin dolor no hay ganancia”. Por eso, al hacer un esfuerzo sobrehumano por no equivocarse, cometen errores graves.
Miedo a la crítica. Otro gran grupo de personas temen tanto ser criticados y expuestos, que se obstinan en no mostrar fallos pase lo que pase. La actitud gánica (de ganas) y su voluntad queda fuera de discusión. Sin embargo, lo que produce un impacto negativo es la carga de tensión que presentan. Esto los hace más vulnerables a estar siempre caminando en el filo de una navaja, y por lo tanto, quizás las cosas no salgan como se lo proponen.
El sentimiento de que nunca es suficiente. El dar sin medida, el cumplir a rajatabla, el no perdonar ni el más mínimo desvío o error que no altere el resultado final, son parte de la inflexibilidad que tienen muchas personas en su vida. Esto los hace desdichados y sumamente crueles con los que sí se permiten fallos, produciendo un desgaste en las relaciones. Es cotidiano observar esto dentro de equipos de trabajo.
Cuando alguien se equivoca, muchos disfrutan. En vez de colocarse en sus zapatos y pensar en cómo se habrá sentido el responsable de los errores, se regocijan en un morbo difícil de clasificar. Esto sucederá una y otra vez hasta que te toque ser el protagonista de los errores.
El perfeccionista disfruta del error de los demás. Piensa erróneamente que a él jamás le pasaría algo así. ¿Por qué lo hace? En un nivel inconsciente siente que el fallo del otro lo engrandece y lo coloca en mejor posición. Y, por supuesto, se equivoca: todos somos falibles.
Fallar contribuye al éxito. Está probado que cuanto más nos equivocamos, se multiplican las chances de hallar salidas innovadoras a los problemas de la vida. Los emprendedores y aquellos que trabajan por su cuenta lo experimentan todos los días, así como quienes trabajan con pocos recursos. El ingenio que surge luego de un resultado frustrado, pasado el impacto inicial, es lo que marca la diferencia en el resultado exitoso que se obtendrá más tarde.
La mayor lección nace del error. Los seres humanos aprendemos en base al estímulo y el error. Por eso cuando crecemos, aquellos que fallan más frecuentemente tienen una caja de herramientas proporcionalmente mayor frente a las personas que han tenido todo servido.