El emprendedor con sueños, lo hace con los pies sobre la tierra; el dormido gasta a cuenta.
Emprender es entre otras cosas, soñar. Cuando una persona tiene una visión o percibe que se encuentra frente a una oportunidad, saca a relucir sus dotes para dejar fluir la imaginación, liberar su intuición y aportar la cuota necesaria de pragmatismo para intentar la aventura de hacer realidad su sueño.
Claro que a veces la realidad suele mostrarnos cosas diferentes a la teoría, porque son mayoría los que parecen confundir «estar soñando» con «estar dormidos«.
El emprendedor con sueños, lo hace con los pies sobre la tierra; el dormido gasta a cuenta.
El soñador despierto actúa. El dormido imagina todo lo que podrá hacer cuando tenga dinero, se posicione en el mercado, consiga sus primeros clientes, le gane a la competencia, levante capital, etcétera.
El despierto es inquieto, el dormido es pasivo.
El primero piensa en lanzar, vender, facturar y reinvertir. El dormido proyecta construcciones sobre el aire.
El emprendedor con sentido común que sueña despierto no es, definitivamente, como el personaje de este cuento:
«Una lechera llevaba en la cabeza un cubo de leche recién ordeñada y caminaba soñando despierta. Pensaba: “Esta leche dará mucha nata, la cual batiré hasta convertirla en una manteca que me pagarán muy bien en el mercado. Con el dinero me compraré un canasto de huevos y pronto tendré pollitos. Cuando crezcan los venderé a buen precio, y con el dinero me compraré un vestido nuevo. Me lo pondré el día de la fiesta mayor, y el hijo del molinero querrá bailar conmigo. Pero no voy a decirle que sí a la primera. Esperaré a que me lo pida varias veces y, al principio, le diré que no con la cabeza”. La lechera comenzó a menear la cabeza para decir que no, y entonces el cubo de leche cayó al suelo y la lechera se quedó con nada».
Marcelo Berenstein