Podríamos decir que la gestación de un emprendimiento es similar a la de los seres vivos. Hay que sentir el deseo de crear algo nuevo y antes de darlo a luz, hay que alimentarlo, cuidarlo, soñar la vida que queremos para el nuevo ser (startup), crear las condiciones para crearlo, pensar qué necesitamos para que se convierta en lo que esperamos, etc.
Una startup es ese hijo anhelado.
Y digamos la verdad, ¿tendríamos o dejaríamos de tener hijos por la opinión del otro? ¿Lo vestiríamos, educaríamos, alimentaríamos de acuerdo con lo que los demás nos digan?
Yo no lo hice con mis hijos, no creo que ninguno de ustedes en su sano juicio tampoco lo permita.
Con tu startup pasa lo mismo. Mucha gente querrá decirte qué hacer, cómo y cuándo hacerlo. No podemos impedir que lo hagan, pero sí podemos hacer oídos sordos y prestarnos atención a nosotros mismos. No importa si son tus cálculos, mediciones, estrategias, corazonadas o intuiciones. Son tuyas y son las primeras que hay que escuchar.
Es aprender a priorizarse, fortalecer la autoestima y tener la oportunidad de aprender con los aciertos y errores propios.
Ya lo decía Harry Houdini: “Lo que los ojos ven y los oídos oyen, lo cree la mente”
Saber escuchar y hacer oídos sordos son complementarios, no antagonistas
Hacerse el sordo no es soberbia ni tampoco falta de humildad. El emprendedor convencido reconoce que necesita aprender de sus pares con mayor experiencia. Y ahí es donde entra la habilidad de saber escuchar.
Vamos a pedir la opinión de algún colega, hablar con la competencia, buscar mentoría, preguntarle a los que saben. Siempre es necesario porque no somos infalibles ni perfectos; los mercados son hiperdinámicos y siempre hay situaciones inéditas que nos ponen a prueba.
Saber escuchar es tan importante como hacerse el sordo. Son las dos caras de la misma moneda. De un lado, opinan aquellos a los que recurrimos y en el otro lado, se acumulan los palabreríos de bienintencionados y envidiosos cuya opinión nunca pedimos.
Probablemente este cuento sirva de ejemplo:
«En un pueblo, un día se organizó una gran competición. Se instalaron cincuenta mástiles de madera lisos de 10 metros de altura y se enjabonaron. Los participantes tenían que trepar hasta lo alto alzando una carga adicional equivalente al peso de cada individuo.
Viendo la dificultad de la prueba, los habitantes del pueblo miraban a los participantes y comentaban en voz alta: ‘eso es imposible, ninguno lo puede conseguir, no pasarán de dos metros‘.
A medida que los candidatos intentaban desesperados trepar por el palo y no conseguían elevarse, las afirmaciones del público crecían: ‘No lo va a conseguir nadie, esta prueba es imposible‘.
Rápidamente, la mayoría de los participantes dejó de intentarlo. Solo una decena conseguía elevarse un poco con su pesada carga a lo largo del mástil resbaladizo.
Viendo el tremendo esfuerzo de los que seguían, el público volvió a hablar. “Apenas han ganado terreno. Se están cansando para nada. Estos mástiles son demasiado largos. Nadie lo puede conseguir”.
A los pocos minutos, casi todos los candidatos se desanimaron y abandonaron. Solo quedo un competidor. Bajo las miradas atónitas del público, un señor de pequeña complexión avanzaba poco a poco y con gran esfuerzo hacia la cima.
Cuando llegó a mitad de camino, mostrando un gran cansancio, los espectadores comentaban: ‘Ha demostrado ser valiente. Que pena que no le vaya a servir para nada. Ya está muy cansado. Debería dejarlo ya. Mejor abandonar ahora que cuando este totalmente agotado y se arriesgue a caer y herirse‘.
Pero el hombre siguió, y después de un tremendo sacrificio, consiguió llegar a lo alto del mástil. Tomó la bandera que representaba su logro y se dejó deslizar hacia abajo.
Enseguida la muchedumbre le rodeó y le preguntó: ‘¿Cómo lo ha hecho?‘
El hombre no respondió. Era sordo»
Feliz semana, felices emprendimientos, feliz vida para todos.
Marcelo Berenstein