Soy incapaz de recordar las veces que he hecho dibujos con la comida del plato. Eso significa que lo he hecho muchas veces o que mi memoria ya está pagando las consecuencias de los excesos; probablemente las dos cosas. El caso es que todos, en mayor o menor medida, hemos sido el Caravaggio de las albóndigas.
Los platos animales pretenden, como siempre, engañar a los niños por su bien. Suena muy Sith, lo sé, pero es que para ser padre hay que tirar un poco del lado oscuro (básicamente porque como no tires esos malditos enanos tirarán de su lado y acabarán arrastrándote al abismo). Así, el niño tiene una doble misión: vestir y peinar al animal del plato para luego devorarlo.
Personalmente el que más me gusta es el del gorila, pero el del león macarra también me hace ojitos. Tampoco hay que negar las virtudes del oso panda, que pide a gritos una permanente de espinacas. Lo malo de esto es que al final serán los padres los que se dediquen a decorar el plato y los niños se limiten a comérselo. No. Hay que resistir la tentación. Que sean los renacuajos los que vistan a los animales, que todos los días sean responsables de crear una obra y destruirla, que esa presión les otorgue el sentido de la responsabilidad que necesitan. Y luego ya hablaremos acerca de cómo destripar a un jedi con una memoria usb.
fuente: No Puedo Creer