Parece que alguien llamado Matthew tenía pretensiones de casarse sin pasar por el trago de arrodillarse, de pronunciar la terrible frase ni de emborrachar a la novia para que acepte. Así que decidió apostar por la ternura, que es un arma infalible.
Matthew introdujo las piezas de un juguete con su cara en un huevo Kinder, y con ellas el anillo de compromiso. Se las ingenió para unir el huevo a su alrededor y se lo entregó a su futura esposa. Ella aceptó, desde luego. Pero sólo después de unir todas las piezas y comprobar que se casaba con la misma persona que tenía enfrente.
No cabe duda de que es una forma de pedir matrimonio más original que la habitual, pero no sé si el momento de espera (mientras ella une las piezas y hace como que no sabe de qué va todo eso mientras piensa la respuesta) alberga demasiada tensión. Creo que lo de emborracharla tiene un porcentaje de éxito más elevado y es menos sufrido.
Fuente: No Puedo Creer