En estos días tan particulares, dice Valentín Videla, cuando converso con distintas personas, surgen frases como: “Cuando volvamos a la normalidad nos vemos”, “Cuando volvamos a la normalidad seguimos con el proyecto”, “Cuando volvamos a la normalidad tendríamos que…”.
Mala noticia: esa “normalidad”, entendida como la foto que le sacamos a la realidad hace un mes, antes de que se implementara la cuarentena por el Coronavirus, no va a volver. Todo cambió.
El cambio existió siempre. Los sapiens de Indonesia, descendientes de simios que vivían en la sabana africana, se convirtieron en navegantes del pacífico sin esperar a que les crecieran aletas y que su nariz migrara a la parte superior de la cabeza. Construyeron barcas y aprendieron cómo gobernarlas. Y su vida cambió.
El cambio no es un concepto moderno. Lo que sí trajo la modernidad es la velocidad del cambio. Lo que mata no es la bala sino su velocidad… El cambio en la historia de la humanidad fue aumentando a velocidades indigeribles. Hoy, no tenemos tiempo para adaptarnos al cambio de tantas variables simultáneas. Las tendencias cambian en semanas. La cantidad de información supera la capacidad de procesarla. Y todo esto nos abruma.
El mundo “normal” para muchos de nosotros era aquel en el que podíamos planificar, presupuestar, accionar y medir resultados al final. Pero está claro que esto ya no funciona más así.
Nadie predijo el Brexit ni imaginó a Trump presidente, nadie vio venir la pandemia del Coronavirus.
Vivimos un mundo VICA (Volátil, Incierto, Complejo y Ambiguo). Ya no vale tanto la experiencia, porque lo aprendido en el pasado no resulta del todo útil para un futuro que evoluciona tan rápido.
El modelo de liderazgo está siendo resignificado a un modo beta: pensar como si fuéramos un startup o una app que aprende de sus errores y se actualiza constantemente. Aquí, los errores son naturales y parte clave del proceso de experimentación y aprendizaje para la mejora.
Frente a esto podemos pararnos como víctimas, esperando soluciones, anclados en el “no puedo” y culpar al otro por lo malo que sucede, o actuar como protagonistas aceptando la realidad tal cual es, enfrentando la situación y buscando soluciones para poner en práctica desde el lugar que nos toca.
Quienes adoptan la postura de víctimas quieren que vuelva “la normalidad”. Esperan pasivos a que mágicamente una solución -que esté a la altura de lo que desean-, aparezca. Y, así, que todo vuelva a ser como antes.
Los protagonistas, en cambio, se mueven activos en base al contexto que les toca. Sueltan el pasado y aprenden de la nueva coyuntura, aunque sea trágica y duela. Están dispuestos a evolucionar, como el homo sapiens que decidió hacer un bote y no sentarse a esperar que le crezcan aletas.
La noticia para todos es que la velocidad de la bala cada vez será mayor y potenciada por un mundo digital y por un contexto VICA XL.
El mundo nos atraviesa sin pedir permiso y nos impone desarrollar la neuroplasticidad, que es la capacidad que tienen los cerebros de formar y reformar redes neuronales a partir de nuestras experiencias, es decir, la habilidad de moldearse con el aprendizaje.
Para aprender tenemos que ser curiosos. Los curiosos son inquietos. Los inquietos son protagonistas. Aceptan y se sienten desafiados por el futuro y no quieren volver a “la normalidad”.