Recientemente asistí en Madrid a una conferencia que ofreció el exalcalde de Los Ángeles, Antonio Ramón Villaraigosa, donde tuve la ocasión de intercambiar impresiones sobre el devenir de este mundo post pandémico que ha acelerado sus procesos de basculación hacia Oriente desplazando una vez más el mercado en Europa, y embistiendo de manera contumaz a los EEUU en un proceso que si no desencadena en que se forjen alianzas transatlánticas sólidas, verá como esta falta de mano en la política exterior de la Unión y los EEUU no hará más que encarrilar un nuevo orden en la economía mundial que, como no, ralentizará una vez más el afloramiento de las economías latinoamericanas ante el intento de expansión de ambos a costa de los que menos fichas tienen en el tablero.
En este escenario he de reconocer sin tapujos que comienza a darme pavor la cultura del odio que se impone en las relaciones políticas e impregna a la sociedad.
La PESC (Política Exterior Europea) no puede seguir siendo una declaración de intenciones, y por el contrario la corporación Biden ya no se encuentra en posición de no transigir ni un centímetro de su soberanía económica mundial. Es necesario definir hacia dónde queremos ir, y qué papel queremos que las relaciones internacionales tengan en nuestros intereses como sociedad.
Política internacional: principales problemas
Tenemos las estructuras para desarrollar la política exterior y hemos utilizado en muchas ocasiones las vías, pero los tiempos actuales se ven bombardeados por viejos problemas que renacen tras cada tormenta.
A los ya habituales populismos, que poco aportan más que un espejismo de ilusión que no llega a materializarse jamás, ahora nos enfrentamos a una radicalización de las posturas políticas no solo en los ámbitos nacionales –muy preocupante- sino en un escenario mundial que aún genera más desasosiego.
A los siempre compañeros de viaje como son el déficit y la deuda pública, se les une otro que los fortalece, como es la falta de liderazgo, que no solo repercute en una errática inversión, sino que no suele estar a la altura ante la afloración de las oportunidades-necesidades del mundo actual como es poner en valor la industria de las energías alternativas (no como una cuestión del futuro sino del presente), caminar de la mano con las nuevas tecnologías hasta que seamos nativos digitales, etc.
Gran desafío: las emergencias humanitarias
Capítulo aparte merece que todos sepamos analizar los movimientos migratorios que está viviendo el planeta, superando las cifras de la Segunda Guerra Mundial. Guerras, violencia, promesas de una vida mejor… desde la comodidad de los países con economías asentadas no estamos sabiendo ver la solución a estos desplazamientos humanos cada vez más normalizados que no pasa por vallas más altas y muros más fuertes, sino que esta grave emergencia debe servirnos de acicate para aumentar nuestra implicación en la búsqueda de soluciones en origen a los conflictos.
Las dinámicas de inversión deben tener un objetivo de retorno prioritario como es mejorar la calidad de vida del conjunto del planeta, ya que la situación global que vivimos no nos puede dejar indiferentes no solo por una cuestión humanitaria, sino del más primario egoísmo –entiéndaseme bien la reflexión- ya que de lo contrario arrastraremos los problemas desde los países más desfavorecidos a las economías saneadas o en vías de alcanzar cotas estables de optimización de sus recursos. Las fronteras son cada vez más permeables y, por tanto, muchas de las amenazas a la seguridad son también globales. Así, desafíos a la seguridad como es el crimen organizado, el tráfico de armas y de personas, la desigualdad o las pandemias, nos afectan a todos, sin despreciar los “ciberriesgos”que aumentan cada día posicionándose como una de las amenazas globales más evidentes en la actualidad.
Siempre se está a tiempo de querer cambiar las cosas, lo que no siempre se tiene es la voluntad y el empeño de remangarse y hacerlo.