Amancio Ortega nació en 1936 en Busdongo de Arbas, León. A los 14 años, ya trabajaba, como empleado, en dos tiendas de ropa. A los 27, crea su primera empresa, Confecciones GOA. Se dedicaba a fabricar batas. Y, antes de cumplir los 40, abrió la primera tienda Zara. Unos años después, tras la entrada en el nuevo siglo y un crecimiento meteórico, cuenta con la primera fortuna en España.
¿Es Amancio Ortega un genio de los negocios? Puede. Será difícil saberlo, porque su vida privada es uno de los secretos mejor guardados del país. Sí se ha escrito, y mucho, sobre todo tipo de grandes hazañas empresariales, sobre imperios levantados de la nada. Pero estos ríos de tinta podrían levantar una imagen falsa. Para crear una empresa, no hace falta ser un genio: hay que convertirse en uno.
Competencias
Arthur Rock, unos de los fundadores de la industria del capital riesgo en EEUU, dijo: «Las buenas ideas y los buenos productos son moneda corriente. La buena ejecución y la buena dirección –en una palabra, los buenos profesionales– es lo difícil de encontrar». A la hora de invertir, Rock busca primero un buen plan de negocio.
Sólo después, habla con el candidato, preguntándole cómo ha solucionado problemas, cómo busca recursos y qué tipo de equipos ha gestionado. No se interesa por rasgos innatos, sino por las competencias del emprendedor; ese conjunto de aptitudes (capacidades) y de actitudes (maneras) que conducen al camino del éxito.
Este conjunto de competencias podrían clasificarse, siguiendo el esquema del profesor del IESE, Pablo Cardona, en tres niveles. El primero hace referencia a los conocimientos y habilidades necesarios en el campo estrictamente de los negocios.
El segundo es el de las relaciones entre el emprendedor y las diversas personas que integran el proyecto: equipo emprendedor, inversores y clientes. El tercero está centrado en la persona del emprendedor. No sin humor y con cierto realismo, algunos autores añaden a estas competencias un factor externo, la suerte.
Puede considerarse suerte estar en «el lugar adecuado», en «el momento preciso», con «los recursos adecuados». Pero lo que parece más plausible es que, como en la máxima atribuida a Picasso, «si llega la inspiración, que me encuentre trabajando». La confluencia de estos factores y un emprendedor con la disposición adecuada para descubrir en ese cúmulo de circunstancias una oportunidad de negocio.
Pero volviendo a las competencias, la visión de negocio engloba aspectos como entender las necesidades de los clientes y transformarlas en una propuesta de valor; la gestión de los recursos, usando siempre el mínimo imprescindible para cada fase; la capacidad de negociación y el llamado networking son importantes para conseguir un buen equipo, financiación adecuada, mejores tratos e información valiosa.
La segunda sería la dimensión interpersonal. Incluye la capacidad del emprendedor de comunicarse eficazmente, de vender la visión propia a terceras personas, de saber crear equipo, de inspirar a sus colaboradores, para los que debe ser un modelo de integridad. En una tercera dimensión más fundamental, el plano personal, cuentan la determinación y la creatividad, pero también la disciplina, el equilibrio emocional y la humildad. El buen emprendedor ha de tener la energía suficiente para soportar largos periodos de esfuerzo.
Temporadas intensas que también le exigirán paciencia y, sobre todo, mucha cabeza fría. En toda iniciativa, aparecen continuamente una serie de riesgos. Hay que saber identificarlos, evaluarlos sin miedo y minimizarlos si es posible.
Una lista que, en el fondo, puede sintetizarse en dos conceptos: creatividad y capacidad de ejecutar. La primera, para crear oportunidades y crear las soluciones a los problemas que se presentan; la segunda, para plasmarlas en una realidad concreta. Ambas facetas son importantes y es necesario potenciar una u otra en función de nuestros objetivos. Este uso ponderado de las competencias requiere discernir qué es lo adecuado en cada momento.
Tener muy claro que hace falta arrojo, pero siempre sin temeridad. Capacidad de arrastre, pero humildad para escuchar consejos. Pasión y perseverancia, pero cabeza fría para abandonar algo que no funciona. Todo un arte que se aprende de éxitos y de fracasos, ya sean propios o ajenos, aunque por desgracia no todo el mundo sabe extraer lecciones. Algunas personas obran habitualmente de una forma que les impide sacar conclusiones válidas.
Carácter
Aquí es donde más cuentan una serie de hábitos de carácter como la humildad, la determinación o la integridad para querer entender las raíces profundas de una conquista o de una derrota y ganar en experiencia que nos lleva a utilizar mejor las capacidades. No se trata de desplegar astucia emprendedora, de buscar el modo más rápido de ganar dinero, de dar el pelotazo. Hay que seguir el ejemplo de Inditex, no el de Enron.
Ya hemos desenmascarado la idea del emprendedor como genio cuyas cualidades innatas lo hacen inimitable. La semana que viene atacaremos otro tópico: el del hombre solitario que se hizo a sí mismo. El buen emprendedor nunca está solo. Puede llevar la voz cantante, pero siempre se rodea de una serie de personas contagiadas por un mismo espíritu. Porque ninguna persona domina todas las competencias necesarias para el éxito.
Así que, el primer paso es ser consciente de nuestras carencias. Y estaremos perdiendo el tiempo hasta que no nos rodeemos de un grupo de personas que compense nuestras lagunas. Hacerlo será el primer paso para crear un equipo emprendedor.
¿Cómo aprendo a emprender?
Escuché de nuevo esta pregunta de boca de un ingeniero que estaba pensando en cómo comercializar un innovador robot. Ya tenía el prototipo (probado con gran éxito), había viajado por toda España presentándolo a potenciales clientes, estaba buscando la financiación necesaria para empezar la producción industrial y había contratado a varios empleados.
Mi respuesta fue rápida: había cosas que podía aprender, pero ya tenía la base para las más importantes y ésas no eran precisamente las relacionadas con su capacidad técnica (ya probada) o con la visión de negocio. Y es que, si nos situamos en el nivel de competencias de negocio, nadie duda de que una serie de conocimientos facilita el desarrollo de oportunidades.
Parte de ellos se puede desarrollar en el ámbito académico: las escuelas de negocios se han dedicado en el último siglo a sistematizar conocimientos y técnicas que facilitan el aprendizaje. Una comprensión profunda de cómo evolucionan las industrias, el impacto de los factores institucionales, los efectos de la globalización, las técnicas para desarrollar un mercado y segmentar sus clientes, y el diseño de un buen modelo de negocio pueden proporcionar la intuición para lanzar muchas oportunidades exitosas.
Asimismo, si se piensa en las competencias interpersonales, necesarias para el desarrollo de oportunidades de calado, también se ha realizado un gran avance en comprender cómo desarrollarlas de forma efectiva. Aprender a comunicar una oportunidad utilizando los parámetros adecuados a la audiencia a la que va dirigida es una competencia común entre los emprendedores.
No cabe duda de que comunicar, delegar y respetar a los otros interlocutores se aprende a través de la experiencia. Las técnicas ayudan hasta un determinado punto pero, desde luego, la práctica en entornos simulados o en la vida diaria es la mejor forma de desarrollar estas competencias. Pero, al llegar al nivel de las competencias personales, detectamos que pocos reconocen la necesidad del autoliderazgo, entendido de forma amplia como características personales necesarias en el equipo emprendedor, para llevar a cabo iniciativas con éxito.
Y ahí es donde nuestro protagonista había sentado muy bien las bases. Años de preparación exigente para ser no sólo un buen ingeniero, sino, además, un ingeniero innovador. Son importantes los conocimientos, pero más aún son la tenacidad, la constancia y el sacrificio desarrollados en este proceso. Porque bueno es un emprendedor con capacidad de generar nuevas iniciativas constantemente, pero sin la tenacidad para sostenerlas y hacerlas crecer, es difícil que pueda llevarlas a buen término, a no ser que complete esta carencia a través del equipo.
Conociendo a nuestro protagonista un poco más, se detectaba una gran capacidad de escuchar y adaptar las sugerencias recibidas y un respeto a sus colaboradores. Todos ellos hábitos de carácter que facilitan la creación de equipos comprometidos, ganarse la confianza de los clientes y crear un proyecto ilusionante para todos.
No todos los que se identifican como emprendedores hacen gala de estos comportamientos. Pero la historia reciente nos enseña que las malas prácticas del emprendedor tienen, a medio o largo plazo, consecuencias funestas, no sólo por su coste personal o social, sino también desde el punto de vista financiero.
Hay una serie de hábitos que están en la base del carácter y que son necesarios para cualquier persona que asuma una posición de liderazgo, como es el caso del emprendedor. Para adquirir las destrezas de negocio son necesarios estos hábitos (perseverancia, laboriosidad, determinación) y también hacer uso de ellos, adecuadamente, en el momento oportuno. Por eso, cuando se piensa en «enseñar a emprender» a todos los niveles, incluso en primaria, ¿no estaremos equivocando el contenido empezando la casa por el tejado?
M. Julia Prat es directora del Departamento de Iniciativa Emprendedora del IESE