¿Sabes por qué tienes tantas cosas? ¿Por qué los gatos no llevan sombrero? ¿Por qué los árboles no tienen bolsillos? ¿Por qué el agua no se junta con el aceite? ¿Por qué te tiñes el pelo?
¿Cuántas cosas llevas puestas que no son tuyas? Quítatelas y sé tú mismo, seas lo que seas.
Es fácil caer en el consumismo. Si algo diferencia a los animales de los humanos es que sólo se necesitan a ellos mismos para vivir felices y ajenos a nuestra vida, tan ligada a lo material.
La posesión de un sombrero puede convertir a alguien en lo que no es. Cierta vez le regalaron a un gato un sombrero, se miró en el espejo y le gustó. Entonces se preguntó: ¿y si me pusiera unas gafas? Entonces se las compró. Un día quiso tener un estuche para guardar la funda. Luego se compró camisas, sacos y pantalones. Su último deseo fue comprarse zapatos y una buena pomada para darles brillo. Y terminó contratando a otro gato para que se los lustre.
Los gatos no usan sombrero porque dejarían de serlo. La acumulación de deseos innecesarios permite concluir que la vida de los gatos es más fácil si no usan sombrero. Este cuento permite transmitir a los más pequeños y a los no tan pequeños la idea de que nos creamos necesidades superfluas de las que podríamos prescindir sin sufrir cambios en nuestra calidad de vida.
Las 3 R
Mottainai es una frase japonesa donde mottai acentúa lo valioso y nai cuando se lo niega por mal uso o desprecio. La sociedad de consumo fue creada por el capitalismo para colocar nuevos productos haciendo obsoletos los antiguos y depredando los recursos naturales.
Una PC podría ser útil por muchos años, pero siempre aparece un nuevo software que la envejece. En Japón dicen: ¡qué pena, debería aprovecharlo! Tomaron conciencia del problema.
Las 3 R de Mottainai son reducir, reutilizar y reciclar. Después de la segunda guerra mundial Japón era un país destruido y EEUU creaba nuevos productos incesantemente. Japón los recicló aplicando las 3 R: Redujo el tamaño de los productos made in USA con lo que bajaron su costo. Reutilizaron el modelo exportador americano, lo importaron, lo copiaron y luego lo superaron. Reciclaron las partes usándolas en nuevos artefactos o como repuestos para las reparaciones.
Mottainaizar
Para que el hombre pueda crear un nuevo orden social habría que mottainaisar su cerebro para que incorpore la inteligencia ecológica y social. Una nueva educación debería reducir los contenidos de los programas de estudio, cambiar el hábito de memorizar sin sentido por el de aprender a confeccionar mapas conceptuales y a saber generar buenas ideas.
Como el conocimiento científico es interdisciplinario se deben reutilizar conceptos de una ciencia en otra para bajar el lapso y el costo de las investigaciones. Así fue como la cabina del avión fue utilizada como base para optimizar el quirófano en la sala de cirugía.
La victoria final se construye con pequeños triunfos, por eso es posible reciclar los éxitos y los fracasos para aprender tanto del triunfo como de la derrota. Edison inventó la lámpara eléctrica en su experimento número 1000, haciendo de la adversidad una fuente de aprendizaje.
Si el sistema educativo discapacita, debemos cambiarlo. Rejuvenecer el cerebro para que use de otro modo los recursos repercutirá en el campo social, para que las organizaciones civiles que se autosustentan apoyen la sostenibilidad de las que cumplen funciones vitales sin fines de lucro.
Gimnasia mental y social
Un hombre bien educado transfiere a las organizaciones y desde ellas a la sociedad, el concepto de que nada se debe tirar y el de guardarlo para usarlo después.
El occidental, en cambio, es adiestrado para tirar a la basura lo que no ve útil, no está de moda u ocupa mucho espacio. Esta falta de reciclado incrementa la contaminación residual
Sostener la montaña de cosas que no se tiran y que no tienen utilidad inmediata es complicado por la obsolescencia planificada por el capitalismo y por los costos de su mantenimiento. En Japón no tienen mucho espacio, por eso optan por vender barato lo que no usan los domingos en alguna plaza. Los japoneses se obsesionan por la supervivencia. Su tierra tiembla; pasan su vida en islas volcánicas, amenazados por terremotos, tifones, nevadas y diluvios.
Japón -una isla que carece de materias primas y donde sólo un 25% de su suelo es apto para el cultivo – se convirtió, sin embargo en una fábrica flotante que abastece al mundo-. Acostumbrados a la privación y a las calamidades de la guerra, construyeron chozas con fragmentos de hierro, cartón y madera. Aceptaron su mala suerte y trabajaron ingeniosamente con cascotes y pedazos de metal extraído de las ruinas provocadas por los bombardeos.
El profesor Kitano, de la Universidad Meije afirma que el desarrollo económico y el crecimiento demográfico llevan al agotamiento del planeta. Sugiere principios para evitarlo:
No explotar los recursos a mayor velocidad que la de su regeneración, proteger la biodiversidad y el ciclo natural, no producir elementos por encima de su capacidad de descomposición, evitar el mal uso y la distribución no equitativa de los recursos entre países ricos y pobres.
Dos modelos de desarrollo
El interés individual genera un modelo de desarrollo basado en los resultados, donde todo vale para mantener el alza la producción. El modelo ecológico, en cambio se fundamenta en fines sociales, que lo que se produce sea sustentable, que no se aniquilen los recursos naturales en pos de la ganancia de unos pocos. Ambos sistemas coexisten y compiten, ampliando la brecha entre lo que se dice y lo que se hace, lo que repite las crisis. Se habla del problema de moda pero los que sufren las consecuencias son los más vulnerables.
Somos parte de un sistema de consumo que derrocha los recursos. Todo vale: compre y tenga, use, tire y vuelva a comprar. Se trata de un sistema irracional que crea el deseo crónico que no permite disfrutar de lo que se tiene. Para sostener y sustentar el futuro debemos crear un nuevo mundo, que escape de esta realidad incierta y apocalíptica, que sólo nos despierta cuando una catástrofe nos sacude y recién ahí volcamos la solidaridad que parecía dormida y ausente.
Una creencia negativa es no tengo bastante. La carrera hacia «nunca es bastante» creó un mundo desigual. De lo que no hay bastante es de cosas buenas porque el dinero ocupa su lugar. Con el dinero se compra una cama pero no el sueño, la comida pero no la digestión, el libro pero no el conocimiento, una casa pero no el hogar, el remedio pero no la salud, la diversión pero no la felicidad. Las cosas importantes no se pueden comprar. Debemos cambiar para salvar al mundo. Hacer desaparecer el vehículo suntuoso, la ingesta de carnes rojas, el hedonismo y el consumo masivo. Debemos lograr que ningún precio supere a su valor.
El radar o la brújula
La sociedad de consumo ofrece un radar que induce a imitar la moda y a los ricos y famosos, no la brújula interna que señale el camino. La propuesta debe ser: “conócete a ti mismo”, no existen vientos favorables para quién no sabe a dónde quiere llegar.
En la educación se priorizan las nuevas tecnologías, no las destrezas genéricas, imprescindibles para comprenderlas. Son las de leer, escuchar, argumentar y cumplir lo que se promete.
El motor del ser
Según la teoría de las inteligencias múltiples todos somos genios en algo. Nacemos con él, pero, por fallas en el sistema, pocos lo descubren. Es la chispa que enciende el motor y que si es bien entrenado logra que cualquier obstáculo se vuelva pequeño.
Puede ser un proyecto que no te deja dormir, tu pareja, la ciencia, la música, la política, el deporte, el trabajo o el estudio. Pasión es el deseo que te aleja del triste destino de durar, del miedo a vivir, de imitar a ricos y famosos, de alejarte del goce o de sufrir ante cada arruga en el espejo, de cuidarte de todo para no sentir ni disfrutar del presente que se llama regalo. No es tan bueno durar sino convertirte en protagonista de tus sueños. No es tan malo morir, la muerte tiene memoria y nunca se olvida de nadie. Lo trágico es no animarse a vivir y a ser feliz.
Como dijo Walt Disney si lo puedes soñar lo puedes hacer.
Las listas de intenciones deben ser acompañadas con las listas de control de los resultados, porque tal como afirma el refrán el camino al infierno está plagado de buenas intenciones.
El pensamiento creativo y estratégico permite romper con las rutinas y poner en lugar de ellas las buenas intenciones. Para ponerlo en marcha es necesario preguntarse: ¿Dónde estaba ayer? ¿Dónde estoy hoy?, ¿Dónde quiero estar mañana? y ¿Cómo haré para conseguirlo? El que carece de intenciones y de proyectos para materializarlas, reduce la distancia entre la vida y la muerte. Por eso es que el sedentarismo acerca la muerte y los proyectos alargan la vida.
La obsolescencia programada
Una lamparita lleva 118 años sin quemarse en una estación de bomberos en Livermore, California. Además de ser una atracción turística -figura en el libro Guinness- y le festejan el cumpleaños, la bombita de luz más longeva del mundo se convirtió en símbolo de un mecanismo secreto de la sociedad de consumo: la obsolescencia programada.
A todos nos ha pasado alguna vez. A los pocos meses de uso, las cosas que compramos ya nos parecen viejas. O se nos rompen cuando sentimos que podrían durar mucho más. Si nos apuran, diríamos que muchos productos hasta parecen diseñados para romperse. Algo de eso hay: técnicamente, la obsolescencia programada es la planificación del fin de la vida útil de un producto para que, tras un determinado período de tiempo, se torne obsoleto, inútil. Es decir, en basura. Irónicamente, la lamparita -emoji por excelencia de las buenas ideas-, es el producto paradigmático para explicar por qué las cosas ya no duran «para toda la vida», como decían nuestros abuelos. Hacia 1924, el invento de Thomas Edison tenía una vida útil de 2400 horas, pero en un afán por aumentar su producción, un cártel de grandes fabricantes se complotó para limitar la durabilidad de la bombita incandescente a 1000 horas. Ya en la posguerra, las publicistas de Madison Avenue usaban la nueva cifra como seductor argumento de ventas.
Esta trama de ribetes «conspiranóicos» -¿o quizás no tanto?- es el hilo del documental español Comprar, tirar, comprar en el que se apunta a la obsolescencia programada como uno de los grandes males que enfrenta hoy el medio ambiente.
El propio Steve Jobs se vio acorralado. A meses del lanzamiento del Ipod, los usuarios comenzaron a reclamar que la batería de sus dispositivos se agotaba y que no podían cambiarla. Un misterioso graffiti se multiplicó en las vidrieras de los Apple Stores a modo de denuncia: «La irremplazable batería de tu Ipod dura solo 18 meses». El caso llegó a la Justicia y Apple se vio obligada a hacerse cargo del cambio de batería en sus futuras creaciones.
Consultado sobre la durabilidad de lo que vende, el dueño de un local de bicicletas resume el sentimiento de muchos: que no existe un producto que dure para siempre, que las cosas caducan, que la obsolescencia es esencial para el crecimiento de una empresa y de un país.
Sin embargo, cada vez son más los que cuestionan que un modelo de desarrollo económico basado en la obsolescencia programada pueda convivir con uno de desarrollo sustentable.
Las cifras son elocuentes: de seguir así, en 2025 se generarán 54 millones de toneladas de desechos electrónicos en el mundo, según las proyecciones de la Oficina Internacional de Reciclaje. Una cantidad de basura equivalente a 317.000 obeliscos porteños.
De ahí que, en tiempos de inteligencia colectiva y de tutoriales por Youtube, muchos consumidores empiezan a negarse a tirar sus cosas y se animan a repararlas. «Todos tenemos la percepción de que las cosas duran menos y de que no es fácil arreglarlas. Pero está naciendo una cultura de la reparación», el Club de Reparadores es una ONG que convoca a los vecinos a arreglar sus electrodomésticos, ropa, bicicletas, etc., para concientizar sobre el valor de la reparación y atajar el problema antes de que se genere el residuo. Si los productos duraran toda la vida, nos daría la oportunidad o bien de trabajar menos o bien de producir bienes de consumo distintos, como los servicios. De hecho, una gran cantidad de cosas ya duran para siempre y son de las más valiosas. «Por ejemplo, Don Giovanni de Mozart: la escuché muchas veces, no se gasta y… cada vez me gusta más. Lo mismo ocurre con el cálculo diferencial en ingeniería: no se gasta. Pero para producirlos hay que invertir tiempo y recursos».
¿Todo cambia? Más allá del ciclo de vida del producto, existe la llamada percepción de obsolescencia. Sucede con la tecnología, pero es más palpable en la industria de la moda, donde el recambio parece ser la única constante. Ejemplos de esta fiebre de consumo hay muchos, pero también surgen antídotos sustentables. En su libro Que mi gente vaya a hacer surf, el ecologista y reacio multimillonario fundador de Patagonia, Yvon Chouinard, revela la fórmula para que el gigante de la indumentaria outdoor, se convirtiera en «la marca más cool del mundo» promoviendo el anti-consumo y la reutilización. «Lo mejor que podemos hacer por el planeta es usar las cosas el mayor tiempo posible. Reparar es un acto radical», escribió. Con ese singular manual se profundiza la idea contra-intuitiva de usar lo usado, con productos diseñados para ser simples, funcionales y durables; pensando más en el planeta que en el negocio.
Está claro que la cultura del descarte sigue siendo la norma. Aunque hay luces de esperanza: Warner Philips, descendiente de la dinastía de fabricantes de bombitas, fundó un start up que desarrolla súper lamparitas LED. Dicen que duran más de 25 años sin quemarse.
No perder la identidad
El cuento “Por qué los gatos no usan sombrero” nos hace meditar sobre el efecto del consumo sobre la identidad.
La ministra Patricia Bullrich fue víctima de un video falso que la exhibía embriagada. No era ella, era su fantasma proyectado a través de la manipulación de imágenes. Ingresó de modo viral y virtual al inconsciente colectivo que la consumió en éste caso como la que no es.
Así se sustituye a la identidad real y se pone en jaque al principio de realidad. Las elecciones son un juego colectivo entre psiquismos en pugna, fantasmas, fantasías y también realidades. Hay muchos psicólogos, pero no por eso hay menos dementes. Si se pierde el sentido de realidad impera la locura y el manicomio es un espanto. Rico no es el que más tiene sino el que menos necesita. Por eso la inteligencia principal es saber lo que uno quiere y lo que uno es.
Dr. Horacio Krell Director de Ilvem. [email protected]