Según prevalezcan el interés particular o el social se generan distintos modelos de desarrollo. Para la ganancia todo vale. Hay que mantener en alza la producción. El modelo ecológico, en cambio, se fundamenta en fines sociales, que lo que se produce sea sustentable, que no se aniquilen los recursos naturales para beneficio de unos pocos. Ambos sistemas coexisten institucionalizando las crisis, hay una brecha entre lo que se dice y lo que se hace. Se habla del problema pero mientras tanto los que sufren son los más vulnerables. Somos parte de un sistema de consumo que derrocha los recursos. Todo vale: compre y tenga, use, tire y vuelva a comprar. Es irracional crear deseantes crónicos que ni siquiera disfrutan lo que tienen. Para sostener y sustentar el futuro debemos crear un nuevo mundo y escapar de esta realidad incierta y apocalíptica, que sólo nos despierta cuando una catástrofe nos sacude y recién ahí volcamos toda nuestra solidaridad que hasta entonces aparecía dormida y ausente.
El pensamiento que genera estos efectos puede estudiarse desde el punto de vista social. Una mejor comprensión de la conducta puede llevar a mejores políticas públicas. Las neurociencias descubrieron que muchas decisiones se toman automáticamente, guiadas por emociones primitivas más que por la razón y que la conducta está fuertemente regulada por el contexto y las expectativas de los grupos de pertenencia.
Costa Rica disminuyó la carencia de agua agregando un sticker a la factura indicando si el usuario consumía más que el promedio de su barrio.
Para trazar estrategias de desarrollo, en lugar de suposiciones, hay que diagnosticar, aplicar, evaluar y adaptar las políticas educativas. Pretender entender la historia de la humanidad en forma racional es un error. Hoy tenemos recursos para erradicar el hambre. Pero ¿por qué no lo hacemos? Porque se sabe más del cerebro humano pero menos sobre cómo hacer para educarlo y que desaprenda ideas erróneas que lo confunden. Se atribuye a Mark Twain el aforismo: «El problema con algunos no es su ignorancia. Es que saben muchas cosas que no son como creen». Para demostrar que vivimos en un mundo acosado por demonios, Carl Sagan aclaró, irónicamente, que esta cita no es de Mark Twain.
Soluciones a la japonesa. Mottainai es una expresión donde mottai acentúa lo valioso y nai lo niega por mal uso o desprecio. La sociedad de consumo, creada por el capitalismo, para colocar nuevos productos hace obsoletos rápidamente a los antiguos. Así depreda los recursos naturales. Una PC podría ser útil por años, pero siempre aparece un nuevo software que la envejece. En Japón dicen: ¡qué pena, debería aprovecharlo! Tienen conciencia del problema.
El concepto Mottainai se basa en tres R: reducir, reutilizar y reciclar. Luego de la segunda guerra mundial Japón era un país destruido y EEUU creaba productos incesantemente. Japón redujo el tamaño de los productos made in USA rebajando sus costos. Reutilizó el modelo exportador americano, lo importó, lo copió y lo superó. Recicló las partes usándolas en nuevos productos o como repuesto para las reparaciones.
Como el hombre es el que puede crear un nuevo orden social podría mottainaisar su cerebro para que incorpore la inteligencia ecológica y social. Una nueva educación debería, entre otras cosas, reducir los programas de estudio y el hábito de memorizar los detalles de manera que resalten los mapas conceptuales para reutilizarlos y reciclarlos en la generación de ideas creativas.
Como el conocimiento científico es interdisciplinario se deben reutilizar conceptos de una ciencia en otra para bajar en tiempo y costo las investigaciones. Así la cabina del avión fue utilizado como modelo para optimizar el quirófano de la sala de cirugía. Como la victoria final se construye de pequeños triunfos es posible reciclar los éxitos y los fracasos para aprender tanto del triunfo como de la derrota.
Edison inventó la lámpara eléctrica en su experimento número 1000, mientras tanto sacaba el máximo provecho de la adversidad como fuente de aprendizaje. Si el sistema educativo discapacita, debemos cambiarlo. Rejuvenecer el cerebro para que use de otro modo los recursos repercutirá en el campo social y las organizaciones civiles autosustantables apoyarán a las que cumplen funciones vitales sin fines de lucro.
Un lugar para cada cosa y cada cosa en su lugar. Los japoneses viven en espacios pequeños. Por eso aprenden a soltar objetos para tener un hogar prolijo y minimalist. Se preguntan: ¿tenemos demasiadas cosas? ¿Eso nos hace felices? Estas preguntas sostienen un método de desapego creado por Marie Kondo, una autora obsesionada con el orden que contagió a millones de personas en el mundo. Soltar es categorizar las pertenencias, sostenerlas con las manos y considerar si irradian alegría. Si uno lo siente, debería quedárselas y asignarles un espacio en su casa. Si no, agradecerles y descartarlas. En Japón hay desbalance entre la cantidad de cosas que se pueden comprar y las viviendas pequeñas donde guardarlas.
En todo el mundo somos o convivimos con personas acumuladoras. Hay que enseñarles que las cosas, las personas y las experiencias, llegan a nuestra vida para enseñarnos algo o acompañarnos en el aprendizaje. La idea es agradecerles por eso y despedirse de ellas cuando uno está buscando un cambio de estilo de vida, o sencillamente madurar. El orden no pasa por estar siempre acomodando la casa sino en asignarle un lugar a cada cosa. El objetivo es optimizar el espacio haciendo una curación sobre los objetos que uno quiere ver todos los días. De esta forma queda afuera un alto porcentaje. Si se les da un mejor destino, el trabajo es más profundo y duradero. Para mantener el orden hay que estudiar el mapa del desorden y planificar el cambio. Cada casa tiene su tipo de desorden. Si se entiende su patrón y se lo combate, ordenar es mucho más fácil.
La incapacidad de dejar ir las cosas tiene que ver, a veces, con que pertenecieron a seres queridos. Estos objetos «estancados» podrían brillar nuevamente, para que sigan siendo útiles. Esta curación es transformar las prendas ajenas en propias, dotándolas de un componente terapéutico que pone en situación de decidir y conocerse. Además, si eligen coserla ellos mismos, no sólo serán testigos, sino actores del cambio. Eso promueve el desarrollo de la identidad y la confianza de poder hacerlo uno mismo, sumado a la experiencia agradable de una tarea artesanal. Tener una casa agradable es dotarla de objetos que generen bienestar y funcionalidad. Elegirlos muy bien, que se complementen y a la vez logren generar el impacto suficiente como para que el lugar no se sienta falto de cosas. El orden es como una tarjeta personal que muestra tu identidad.
¿Pero cuánto refleja el orden exterior el estado interior de las personas? ¿Hay una relación directa entre el orden o desorden de una persona con su espacio mental? Las relaciones son complejas y variadas. Alguien que tiene un gran desorden interior puede buscar un excesivo orden en su espacio real, a veces de manera compulsivamente repetitiva. Y el orden externo no reemplaza ni asegura un orden interno, aunque la vida cotidiana parezca más ordenada en apariencia. Los ordenamientos no son los mismos en diferentes estructuras psíquicas, lo que para uno puede ser un orden para otro puede significar un caos. Ordenar a través del desapego, si los objetos adquieren un valor simbólico desmedido, para un melancólico puede vivir el desprenderse como una pérdida de una parte de sí mismo, confundiendo el objeto externo con el recuerdo afectivo al cual remite. Pero esta vivencia parte de una confusión entre el objeto real y la representación del objeto que no ha podido ser internalizado. En ese caso hay que hacer el duelo de la separación no tanto del objeto real sino del valor que el objeto adquirió para uno mismo.
Qué descartar. Juntar todas las pertenencias: considerarlas una por una y quedarse sólo con aquellas que «irradien alegría». Cómo elegir. Agrupar de menor a mayor dificultad: ropa, libros, documentos, fotos y recuerdos La forma. Aunque lleve tiempo, conviene hacer toda la purga de una vez, no en varias sesiones. El orden. Agradecer antes de soltar: así se cierra más fácilmente la relación con los objetos.
Gimnasia mental y social. El hombre educado con criterio social transfiere a las organizaciones y desde ellas a la sociedad, el concepto de que nada debe tirarse y que hay que guardarlo para usarlo después. El occidental, en cambio, es adiestrado para tirar a la basura lo que no ve útil, no está de moda u ocupa mucho espacio. Esta falta de reciclado incrementa la contaminación residual. Por otro lado sostener la montaña de cosas que no se tiran y que no tienen utilidad inmediata es complicado por su obsolescencia planificada y por los costos de su mantenimiento. En Japón optan por vender barato lo que no usan. Para eso se reúnen los domingos en alguna plaza. Los jsaponeses se obsesionan por la supervivencia. Su tierra tiembla; pasan su vida en islas volcánicas, amenazados por terremotos, tifones, nevadas y diluvios. Japón -una isla que carece de materias primas y donde sólo un 25% de su suelo es apto para el cultivo – se convirtió, sin embargo en una fábrica flotante que abastece al mundo-. Acostumbrados a la privación y a las calamidade, construyeron chozas con fragmentos de hierro, cartón y madera. Aceptaron su mala suerte y trabajaron ingeniosamente con cascotes y pedazos de metal extraído de las ruinas. El profesor Masaru Kitano, de la Universidad Meije de Japón afirma que el desarrollo económico y el crecimiento demográfico están llevando al agotamiento del planeta. Sugiere principios para evitarlo: no explotar los recursos a mayor velocidad que la de su regeneración, proteger la biodiversidad y el ciclo natural, no producir elementos por encima de su capacidad de descomposición, evitar el mal uso y la distribución no equitativa de los recursos entre países ricos y más pobres.
Inteligencia ecológica. Al principio de la historia había que sobrevivir en un mundo hostil. Hoy, que conquistamos la naturaleza, no tenemos ese problema, sino otros intangibles, que no se ven. Antes el peligro estaba delante, era la bestia feroz. Hoy el problema es futuro pero luego será tarde. Hay situaciones que requieren programación, algo que no es natural en la naturaleza humana, acostumbrada a reaccionar ante el peligro inminente. No logramos concebir un peligro que se insinúa y que será fatal dentro de 50 años, la historia es más veloz que la biología. Los consumidores bien informados pueden presionar sobre qué producir y cómo. La inteligencia ecológica estudia el impacto de las propias acciones sobre la sociedad.
Las impresiones sensoriales y los impulsos emocionales prevalecen sobre el análisis racional. Basta que el almacén de recuerdos emocionales (la amígdala) active una señal para decidir o rechazar una compra. Detectar peligros y reaccionar de forma efectiva nos protegería de las amenazas y alejaría peligros. Fuimos diseñados para huir ante una bestia, pero no para sentir pavor ante un juguete de plomo o ante la exposición sugestiva a productos nocivos que pueden desencadenar enfermedades. No se activa nuestro sistema intuitivo de alarma.
Un aroma, un precio reducido o una imagen atractiva ejercen más influencia que el recuerdo de una noticia alarmante sobre el calentamiento global o la imagen de un sombrío taller de confecciones con trabajadores esclavos. Sin embargo, el cerebro puede aprender a desarrollar hostilidad hacia los perjuicios que no saltan a la vista y alcanzar la misma fuerza que un repudio ante el olor nauseabundo de una fruta podrida.
Cuando los riesgos se hacen visibles para el cerebro, la persona puede incorporar esa información a su sistema emocional de alarma y desarrollar una aversión. Y si dejarían de comprar un producto porque es nocivo y eso terminaría repercutiendo en la forma de fabricarlo.
Se precisa una revolución cultural. Hay que comprender que el objetivo no es ganar sino sobrevivir, que compartir nos hará vivir en el planeta sin destruirlo. Hay contaminación hasta en esta idea cuando los sistemas compartidos se convierten en negocio. ¿Qué es Facebook? Un modo de compartir. ¿Cuál es el objetivo? Hacer dinero. No hay una revolución cultural sino una necesidad relacionada a lo contingente.
Para reconquistar el espacio económico y social debemos comprender que una comunidad funciona cuando la gestionan quienes la habitan y se basan en el bien común. La raíz del mal es la codicia, manifestada en la acumulación. El sistema legítimo y el corrupto, son caras de la misma moneda. En el primero se mueven masas. En el segundo élites. La economía del compartir considera la riqueza como bienestar social, como bienes comunes y no de acumulación individual. Sustituye la posesión de un bien por su uso y la acumulación por la satisfacción de necesidades.
Crear conciencia. Se precisa una revolución. Hoy no hay unión, todo es fugaz. La tecnología rema contra la revolución, dispersa, distrae. Tenemos celulares que nos conectan con todo el mundo pero estamos más solos que nunca. Es cuestión de empezar a vivir más por dentro, para vivir más simplemente por fuera. La inteligencia ecológica enseña que si cometimos un error y no lo corregimos, cometeremos un error mayor.
Dr. Horacio Krell Director de ILVEM. Mail de contacto: [email protected]