Cuando se trata de un debate para presidente de un país habitualmente no está muy claro quién es el ganador. Lo primero que se analiza es el impacto del debate sobre las tendencias que señalan las encuestas.
Un match de boxeo se gana por puntos, por descalificación, por abandono, porque el árbitro detiene la pelea o en forma contundente (por knocaut) El resultado es independiente de lo que observa el espectador, el que no influye en el resultado final. Cuando se trata de un debate para presidente de un país habitualmente no está muy claro quién es el ganador. Lo primero que se analiza es el impacto del debate sobre las tendencias que señalan las encuestas.
El que gana el debate no necesariamente gana la elección, aunque puede sumarle votos.
El caso Herminio Iglesias
El candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires por el Partido Justicialista en las elecciones, fue a juicio de los analistas el principal artífice de la derrota del peronismo por sus actitudes agresivas y furcios. Ante un marco imponente, el candidato Ítalo Argentino Luder cerró la campaña en el Obelisco, el 28/10/83, y mientras pronunciaba su discurso, Iglesias quemó una miniatura de un ataúd con el nombre de Raúl Alfonsín que estaba pintado con los emblemas del radicalismo. Esto sumado a declaraciones como «conmigo o sinmigo vamos a ganar» o «trabajaremos las 24 horas del día y la noche también», hicieron que este dirigente cobrara un protagonismo negativo en la campaña.
En los debates presidenciales hay que analizar el interés que tiene el electorado por participar y qué información espera obtener. Pero lo más importante es que miran, porque una cosa es la realidad y otra la percepción. Habitualmente se escucha o se ve lo que se quiere ver o escuchar.
Desde la década del cerebro 1990/2000, el desarrollo de las neurociencias permite comprender cómo funciona el cerebro y saber que el 98% del pensamiento es inconsciente. El elector percibe en 7 segundos si alguien miente o dice la verdad y si alguien le agrada o le desagrada. En 7 segundos puede decidir quién le resulta más confiable, apenas el dirigente aparece en la escena.
En el espectáculo televisivo lo más importante es la percepción, el impacto sobre las emociones. Como dice George Lakoff, «la razón se manifiesta de dos maneras, pensamos con nuestros cerebros y el pensamiento está basado en nuestro sistema sensorial motor. La razón precisa de la emoción». Así que los que piensen que vencerá quien tenga la mejor plataforma electoral y sea claro en su recitado se encontrarán con un filtro para el recitado de las razones.
El otro elemento que tenemos que tener en cuenta es que muchos de quienes mirarán el debate ya tienen su voto definido. El candidato debe concentrarse en los inseguros, aquellos que pueden cambiar. Y estos quizás sean los más interesados en ver el debate. Ellos esperan sinceridad y aplomo. Propuestas concretas y un plan para ver cómo se piensa concretarlas.
El debate Macri-Scioli de 2015 dejó una amarga sensación, de un Presidente que no pudo cumplir ninguna de sus promesas y esa experiencia condicionó los nuevos debates. Llenó al elector de temores y prejuicios. El que prometa de más ya no será escuchado.
El debate impacta pero no cambia las tendencias electorales, excepto que estén parejas. George W. Bush venció a Al Gore en el debate y apenas pudo desequilibrar con el voto popular. Donald Trump vencio a Hillary Clinton en el debate pero eso no se trasladó la victoria al voto popular. El actual presidente de Estados Unidos venció por el voto de los Estados.
Lo importante es la personalidad de los candidatos, si saben o no del tema del que hablan, si son sinceros, si proyectan una personalidad ejecutiva. Es posible imaginar cómo serán al mando. Lo que dicen en un debate es lo que vienen diciendo en la campaña; la línea argumental es igual.
Si bien el debate es un día determinado, en la semana siguiente aún quienes no lo hayan visto recibirán comentarios editados de momentos que ensalcen o incomoden a los protagonistas.
Así que los efectos prepararán el clima electoral.
Los aspectos gestuales
Todo se evalúa en el orador. Desde cómo camina, el modo de pararse, los gestos de la cara, las manos y, por qué se dice y cómo se dicen las cosas. Otros indicadores son el desenvolvimiento en cámara, los objetivos que persigue, la efectividad de su mensaje, la apariencia, la postura, la expresividad, su tono, la modalidad al hablar y el modo de comunicar.
Check list
¿El candidato logró sus objetivos? ¿Controló el debate, mantuvo la iniciativa? ¿Sacó lo mejor en las confrontaciones? ¿Contestó correctamente las preguntas? ¿Tuvo manejo adecuado de los temas, los conocía? ¿Completó las frases? ¿Cumplió los tiempos? ¿Cómo fueron su apertura y su cierre? ¿Qué estado de ánimo expresó? ¿Se entendió lo que decía? ¿Su vestimenta era apropiada, qué transmitía? ¿Su postura cómo fue? ¿Cómo eran sus expresiones, sus gestos faciales? ¿Su contacto visual era apropiado? Con estos elementos y algunos más es posible armar una tabla de puntajes para realizar una evaluación final.
¿Cuántos votantes ven los debates?
Hay un sector importante de la población desinteresado. No todos los electores están atentos a lo que sucede en los debates y por tanto no les impacta lo que allí suceda. Hay gente que vota por obligación pero que está alejada de la política y decide su voto a último momento. La influencia de los medios no parece haber sido muy importante en muchos casos. Podríamos concluir que lo que pasa sólo fortalece la decisión de voto previa.
Los aspectos cualitativos son los que están en juego para evaluar estos eventos y permiten analizar lo que vendrá. Lo que importa es saber quién consigue sus objetivos.
Tabla de posiciones
Hay una tabla elaborada por la revista Campaign and Elections para evaluar estos eventos. La revista sugiere un juego en que cada candidato comienza con 50 puntos. Si el candidato cumplió con sus objetivos se le pueden sumar más por hacerlo muy bien pero si tuvo problemas con su vestimenta, con su cabello, o le costaba cumplir los tiempos se le restan puntos. Así obtendremos para cada candidato un puntaje final. Si partimos de que cada uno le habló a su propio público, más allá de la efectividad con la que lo hicieron, ya tenemos la primera conclusión: ningún cambio importante en términos electorales pudo haber sucedido.
El Presidente, en ejercicio del mando, necesita de una performance superlativa, si quiere cambiar las cosas y resolver el fuerte problema de credibilidad que tiene cuando habla de economía y de lo que sucede cotidianamente en la vida de las personas. Intentará polarizar con el principal adversario. Eso intentará hacer desde el primer momento, por eso realizará una marcha programada en defensa de las instituciones antes del debate. Precisa revertir varias cuestiones como iniciativa suficiente, control del debate y sacar lo mejor de las confrontaciones.
En cambio, el adversario sí logró sus objetivos en el primer debate, hablándole a su propio público, controló la situación, mantuvo la iniciativa, marcó el tono. Los otros candidatos no pudieron influir. Así que nuevamente el combate de fondo en el segundo debate será el de un Presidente que intentará traspasar sus límites y un adversario que se afirmará en los votantes.
Diálogo apreciativo
Este método se fundamenta en valor de lo positivo para hacerlo crecer. No da tiempo para aplicarlo por la brevedad de los debates. El Diálogo Apreciativo le da forma al hábito de buscar y hallar lo positivo y de potenciarlo como una realidad anticipada.
Parte de la hipótesis que la conducta refleja los fines que se desean alcanzar. Así se puede sentir alegría previendo de una experiencia agradable y por lo tanto procrear el futuro que imaginamos. No se trata de negar obstáculos sino de incorporarlos con “efecto láser”, es decir haciendo foco sobre lo positivo-creativo como fuerza impulsora de un futuro mejor.
El método de solución de problemas
Parte de que todos tenemos problemas. La estrategia es hallar lo que está mal, identificar la causa, construir hipótesis de solución, elegir la mejor y ejecutar un plan. El diálogo apreciativo no busca problemas sino lo mejor del presente o del pasado, imagina su potencial de enriquecimiento y luego lo construye.
La ventaja del pensamiento positivo es que el sí es más fuerte que el no, tiene más poder psíquico. El problema, en cambio, sujeta a una alternativa única, mientras que el diálogo abre opciones. Atarse a lo negativo no tiene la fuerza de la visión, implica considerar a los recursos que siempre son escasos, entre tanto el diálogo abunda en posibilidades. Uno cierra y otro abre: la mente como el paracaídas sólo funciona cuando se abre. Uno apela a la resistencia el otro a la energía. Uno avanza paso a paso, el otro a ideas que vienen de golpe. Uno a la dirección externa, el otro al empowerment “el poder interior”.
El arte de debatir
Debatir es un arte antiguo, donde las partes opuestas ponen a prueba la solidez de sus ideas, su habilidad para exponerlas con elocuencia, convicción y pasión, y su destreza para defender y rebatir argumentos. Pero en la época de los medios masivos, la sustancia y contenido de los debates no es todo, también importa cómo se proyecta el candidato y muchas veces es una imagen la que queda plasmada en la mente del electorado y que puede tener influencia en el resultado electoral. Los debates presidenciales son uno de los pocos eventos en el transcurso de una campaña en el que un candidato puede hablarle directamente al votante y, a su vez, en el que el votante puede mirar bien de cerca al candidato.
A medida que se acerca la fecha de las elecciones nacionales en Estados Unidos, estos enfrentamientos empiezan a cobrar más importancia y las campañas entran en una «modalidad de debate» donde se prepara al candidato en minucioso detalle y nada se deja al azar.
Ensayos y libretos
Que haya un «doble» para «actuar» como el rival en un ensayo que imita un debate son apenas unos de los paralelos que tienen estas preparaciones con un montaje teatral. Los candidatos reciben gruesas carpetas con toda la investigación que han hecho sus equipos sobre el oponente, sus posturas y su trayectoria política. La información no sólo se limita al rival, también incluye todo sobre el candidato mismo y sus temas de campaña, para así empezar a elaborar el tipo de preguntas y respuestas que se van a expresar durante el debate. En otras palabras, se empieza a escribir un libreto. A media que se aproxima la fecha del enfrentamiento retórico, cada candidato suspende sus actividades para tomar hasta cinco días en una concentrada y seria preparación donde se realizan varios simulacros o ensayos. Estos son observados por los asesores de campaña y evaluados después en términos de contenido, presentación, forma y estilo. Se depuran y reescriben las interlocuciones, preguntas y respuestas sobre todos los temas a tratar para que el candidato las memorice. Los candidatos pasan mucho tiempo estudiando sus carpetas y perfeccionando lo que van a decir. Tienen que hablar en frases muy sucintas y no pueden divagar, no sólo porque son televisados sino por las mismas reglas del debate. Así que invierten mucho tiempo estudiando los temas y memorizando frases.
Estrategias
Después de estos debates simulados se sientan los asesores de campaña con el candidato a desmenuzar su desempeño, qué dijo, qué no dijo, dónde se puede mejorar.
El 90% de lo que se dice en un debate ya está escrito. Lo peor que puede hacer un candidato es apartarse del libreto. Ahí es cuando se mete en problemas. Siguiendo ese principio, esos famosos momentos que definen los debates, las agudas réplicas que callan al rival o causan deleite entre la audiencia y llenan los titulares de la prensa, no tienen nada de improvisadas.
Reagan era un gran comunicador y eso fue lo que le hizo ganara la presidencia», manifestó Chriss Winston, pero durante un debate en 1984 le advirtió a su contrincante demócrata Walter Mondale (mucho menor que él) que no abordaría el tema de su edad ni inexperiencia. El público se rió, eso definió el debate, pero fue algo que seguramente no fue improvisado.
Otra estrategia es lanzar un señuelo para hacer que el o la rival aborde un tema para el cual uno tiene una respuesta impactante preparada. Uno de los casos más memorables fue durante un debate vicepresidencial en 1988 entre el aspirante demócrata Lloyd Bentsen y el republicano Dan Quayle. Los demócratas sabían que Quayle, en ese entonces un joven y desconocido legislador de Indiana, le gustaba compararse con John Kennedy y ya tenían algo listo por si aludía al tema. «Yo conocí a Jack (John) Kennedy, Jack Kennedy era mi amigo. Senador, usted no es Jack Kennedy», fue lo que Bensen respondió. Y es lo que se recuerda de ese debate.
Imagen
Sin embargo, en esta era donde la imagen es todo, las palabras no son lo único que afinan. La apariencia del candidato, su vestir, sus movimientos, sus gestos, todo tiene que ser cuidadosamente calculado. Se sabe, según estudios, que para ganar credibilidad hay que vestirse ligeramente mejor que el público al que uno se dirige. También se le dan indicaciones a los participantes de cómo pararse, como sentares, cómo mover las manos o qué hacer con ellas.
Hay que estar erguido y no dislocar la cadera. No cruzar los brazos ni las piernas, si están sentados, las manos deben estar a los lados y nunca descansarlas sobre el regazo. La postura y los gestos pueden transmitir mensajes equivocados, lo mismo que los movimientos y miradas.
Cuando miró el reloj, George Bush, padre, durante su debate con Bill Clinton en 1992, las cámaras lo captaron echándole un ojo a la hora en pleno debate. Bush explicó que miró el reloj porque Clinton se había sobrepasado del tiempo indicado y el moderador no le había llamado la atención. Sin embargo, la imagen que quedó para el recuerdo era que estaba aburrido.
No se sabe si perdió la presidencia por eso, pero no ayudó. A pesar de que el éxito de los debates depende de una mezcla entre estilo y sustancia, en esta oportunidad el público va a querer declaraciones concretas. No es suficiente usar palabras como ‘esperanza’ o ‘cambio’. El pueblo quiere saber lo que el candidato va a hacer, cuáles son sus planes, cuáles sus soluciones.
El formato de televisión no se ajusta para eso y deberán reducir su mensaje a dos o tres argumentos que se puedan expresar en un período corto de tiempo,