Vivimos en una época de sobre abundancia de mensajes de todo tipo. La contaminación visual, auditiva, kinestésica (emociones y sensaciones) es abrumadora. Por todos lados, las 24 horas, nos llegan conceptos, opiniones, informaciones, publicidad y discursos políticos de todo tipo, que hasta nos hace plantear la veracidad de las cosas.
Es interesante mantener siempre una mirada crítica. Crítica no en el sentido de oponerse porque sí a las cosas, sino de sostener un sentido de reflexión antes de asumir como verdadero todo lo que recibimos.
Sin ambición de ponerme demasiado filosófico, esta vez los invito a reflexionar sobre el poder de las palabras.
El lenguaje, en cualquiera de sus manifestaciones, se almacena en nuestros estados de conciencia. La palabra, en sí misma, suelta, independiente del contexto, no tiene demasiado peso. Aunque si le sumamos una articulación premeditada o espontánea y la colocamos con una carga emocional y enfática determinada, produce un resultado.
Así, las palabras se almacenan en nuestro archivo interno. Crean pensamientos, que son la raíz de los estados de conciencia. Estos estados de conciencia –que son inconscientes en la mayoría de los casos- crean un impacto en nuestro sistema de creencias –la forma en que nos relacionamos con el mundo-. Y si le damos preponderancia a estos estados de conciencia que influencian las creencias, se transforman en realidades –lo tangible y concreto-.
La acción es producida por un pensamiento que se transformó en un estado de conciencia que promueve que te muevas en el sentido del pensamiento que la originó. En palabras sencillas: en lo que piensas es en lo que te conviertes.
Hay muchos estudios científicos que estudian los procesos de comunicación humana, con sus herramientas de persuasión, seducción, convencimiento y hasta de manipulación. Ésta es una de las más nocivas, desde mi entender y en el ejercicio profesional que realizo. ¿Por qué? Porque la manipulación no sólo busca torcer las acciones de otro sin considerar sus puntos de vista, su percepción, historia personal, etc.; sino que busca, mediante la coerción, “darle todo masticado” para que no tenga demasiado que pensar.
La educación en el pensamiento individual y crítico es, en sí mismo, un valor que no se estimula demasiado en Occidente. De hecho no está demasiado bien visto si tomamos tiempo de silencio, relajación, meditación, o simplemente, contemplación para reconectar con nosotros mismos. Y en silencio.
Un día común
En lo cotidiano, lo hacemos muchas veces inconscientemente: al levantarnos, lejos de tomarnos un tiempo prudencial, muchos seres humanos encienden la televisión o la radio “para ver cómo está el clima” –que seguramente pueden observar por una ventana-, o se conectan inmediatamente con sus dispositivos móviles, para ver “qué tanto cambió el mundo” mientras estuve durmiendo unas horas.
La buena noticia es que estas actitudes no encierran nada malo en sí mismas; aunque si son recurrentes y te alejan de la posibilidad de evolucionar como ser humano en cualquier plano en el que te desempeñes, es probable que a la larga te pasen factura. La desconexión es necesaria, como lo es un reseteo periódico de un computador. Sirve para liberar información inútil que almacenamos sin sentido.
Justamente las palabras se almacenan así en nuestro inconsciente.
En 2004 se realizó en Argentina el III Congreso Internacional de la Lengua Española. Allí nos enteramos de que el castellano cuenta con 84 mil vocablos, de los cuales hoy se usan apenas mil en las personas con alto nivel de formación.
Solamente 500 palabras utiliza la mayoría de las personas del segmento medio de instrucción; y las nuevas generaciones, apenas 250. Con 250 palabras se construye un sistema de comunicación, alimentado por las deformaciones, transformaciones, dialectos regionales y otras infinitas combinaciones.
Para personas que no han logrado por diversos motivos a engrosar su lenguaje, se les hace más difícil ser conscientes de la posibilidad de reemplazar –por ejemplo- el “Miedo” por “Valentía” y el “Eres inútil” por un “Yo puedo”. De allí que la comunicación política utiliza todo tipo de engaños para debilitar el pensamiento crítico de grandes masas de personas, apelando a estos recursos todo el tiempo. Como estas personas más desfavorecidas por el momento no tienen la chance de analizar y procesar, muchas veces lo toman literalmente.
En cambio, lo que no se toma literalmente y se decodifica de manera totalmente diferente, son los gestos: la autenticidad, la transparencia y la ética conforman un patrón de expresión en sí mismo. Por eso a similar mensaje, expresado por interlocutores diferentes (uno “actuándolo”, otro “sintiéndolo”) cualquier persona del mundo se da cuenta inmediatamente quién miente.
“Si las palabras son pensamientos, o los traducen, o los organizan, esa pavorosa noticia estaría hablando de la miserable pobreza de los pensamientos, del paupérrimo estado de las ideas entre quienes usamos esta lengua. Cuida tus pensamientos, porque se volverán palabras. ¿Tan pocos pensamientos quedan en el territorio del hispano parlantes, tan pocas ideas pugnan por expresarse y requieren de instrumentos para hacerlo? En un mundo “globalizado” (¿qué significa, al final de cuentas, este neologismo?) vale sospechar que lo mismo ocurre con todos los (grandes) idiomas universales”, se dijo en aquel congreso.
El lenguaje de la venta
Asistimos a una era donde palabras “reflejas”, que vienen a ser aquellas que tienen un peso específico en sí mismas -es decir, que crean una inmediata interpretación casi unívoca cuando las escuchamos o expresamos-, van perdiendo potencia frente al uso indiscriminado por la política, la tecnología con sus geniales aplicaciones y recursos, los medios de comunicación, los actores sociales, la publicidad y el marketing, las relaciones públicas y toda la industria que rodea las múltiples facetas de la generación y divulgación de mensajes. “Paz”, “Amor”, “Confianza”, “Miedo”, “Tristeza”, son fácilmente asimilables con un sentido casi único y prácticamente universal.
Y hay otras que se ponen de moda. En América Latina venimos viviendo complejos procesos políticos, empresariales, crisis regionales, coletazos de crisis globales y todo tipo de dificultades según los países. Sin embargo, el uso del “diccionario políticamente correcto” está al orden del día.
Y no sólo lo utilizan los presidentes y políticos de toda escala y empresarios para mezclarlas en su discurso y comunicaciones sin ton ni son, sino que millones de personas asumen que, como lo dijo “alguien importante”, debe ser verdad. Es decir que el sólo hecho de decirlo, propagarlo, enfatizarlo y multiplicarlo, lo legitima.
Observemos estos ejemplos de palabras “modernas” recurrentes, que de tanto repetirlas van perdiendo su sentido: Sostenibilidad, Inclusión, Convicciones, Sometimiento, Libertad, Nacionalismo, Populismo, Sentido social, Voluntad, Totalitarismo, Procesamiento, Reformulación, Equiparación, Mentira/Mienten, Globalización, Emergente, Sistémico, Miedo –en todas sus variantes-, Vulnerabilidad, Consustanciados, Transversal, Problemática, Sustentabilidad, Responsabilidad Social, Sistematización, Obstaculización, y la lista sigue. Lo único que se logra abusando de este recurso es la pérdida de sentido y fuerza al comunicar. Y esto deriva en una baja reputación y credibilidad por más esfuerzos que se hagan.
¿En qué se transforman estas palabras que se usan sin sentido? En un cliché. Un cliché es un modismo –el equivalente a un tic físico, pero hablado o escrito- cuando se necesita rellenar sin demasiado contenido, pero con sentido rimbombante y hasta barroco para “sonar bien”. Esto último remite a la liviandad y superficialidad de la comunicación: cuanto más mensajes sin demasiado peso específico se lancen, menos profundidad dejamos al interlocutor para que elabore su propio sentido crítico, ni mucho menos sus propias ideas.
La invitación es a dejar de utilizar las palabras de moda. Esto nos permitirá priorizar lo esencial y descartar todo lo superfluo. La comunicación será más sencilla, directa y efectiva.
Dos ejercicios prácticos
Cualquiera de nosotros puede experimentar la sensación de dejar de entregarle el poder a una palabra. Por ejemplo, hay muchas técnicas que ayudan a atravesar parte de traumas vitales mediante la desarticulación del lenguaje que trae una carga de dolor.
Una manera de ejercitarlo es disponer de un buen tiempo, y repetir incansablemente “esa” palabra dolorosa que nos provoca revulsión y que, sentimos, nos impide avanzar o vivir más libres. Hay que hacerlo hasta quedar cansados de repetirlo. Les aseguro que funciona.
Otra propuesta es desprogramar conscientemente las palabras que nos traen resultados no deseados.
¿Sabías que por cada pensamiento negativo se necesitan al menos 33 pensamientos positivos para equilibrar la balanza? Así que puedes imaginar el esfuerzo que debemos hacer frente a la catarata de expresiones humillantes y negativas que escuchamos y recibimos a diario.
El segundo ejercicio es este: si quisieras lograr algo, es conveniente que reemplaces la expresión “Tengo que…”, por “Quiero” o “Elijo”. De esta forma, con suficiente ejercitación consciente, podrás reemplazar un patrón negativo por otro positivo y proactivo que te mantendrá en acción.
No se trata sólo de la tan famosa “psicología de la felicidad”. A mi entender y experiencia, se basa en la necesidad de conquistar cada día una mejor calidad de vida para nosotros y proyectarla hacia los que nos rodean.
El “jamais vu”
¿Te ha pasado que en un momento dices una palabra y es como que ésta se des-construyó a sí misma y no reconoces el sentido o sus partes? Se le llama «jamais vu» , y significa «nunca antes visto» en francés, lo opuesto del «déjá vu». Se refiere a la sensación de no estar familiarizado con cosas que ya se nos hacen muy conocidas, como situaciones o palabras. Se estima que el 60% de las personas han vivido un «jamais vu» antes. Por eso la palabra nos parece “rara”, infrecuente y como si estuviese fuera de lugar.
¿De dónde viene el «Jamais vu»? Los estudiosos dicen que se identificó hace más de un siglo. Para llevarlo a un ejemplo práctico, cuando los músicos componen muchas veces necesitan “des-construir” una palabra, para que calce en el fraseo que van a cantar. Esto incluye la acentuación, que también puede tener leves modificaciones. Para quienes escuchamos la canción, nos suena extraña esa expresión. Y para el músico, a veces viven lo que se llama “cansancio semántico”: de tanto repetir una expresión, el cerebro se cansa, y debe hacer un esfuerzo extra para reconectarse con el sentido.
Es por todo esto que cobra vigencia “Caída”, el célebre poema de Gandhi:
Cuida tus pensamientos, porque se volverán palabras.
Cuida tus palabras, porque se volverán actos.
Cuida tus actos, porque se volverán costumbres.
Cuida tus costumbres, porque forjarán tu carácter.
Cuida tu carácter, porque formará tu destino.
Y tu destino, será tu vida.
Daniel Colombo. Con más de 30 años de experiencia, desde sus comienzos en radio a los 8 años, es comunicador profesional, escritor y coach especializado en desarrollo de carrera y alta gerencia. Ha sido Gerente de Marketing y Comunicaciones en empresas multinacionales y argentinas; creador de emisoras de radio, canales de TV (incluyendo populares marcas a nivel global), periódicos, portales, y presidente de su propia consultora de comunicación en Argentina durante 20 años. Tiene 14 libros publicados. Entrena voceros en motivación, liderazgo y espiritualidad en la empresa; es un reconocido líder en formación en media-coaching, oratoria y comunicación estratégica. Ha realizado más de 2500 proyectos para todo tipo de marcas, servicios y gobiernos, y dictado más de 500 conferencias, talleres y workshops en 18 países.
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