Como sabemos, la mayoría de las personas atravesamos crisis, al igual que nuestros países. Son ciclos vitales que, si los resistimos, producen un efecto contrario al que buscamos: persisten con más fuerza.
Ahora bien: una crisis de contexto no necesariamente implica que el micromundo emocional individual deba replicarla.
Para lograrlo es necesario entrenarse en mantener el equilibrio emocional.
El concepto de crisis encierra el de cambio, ya que trata de situaciones que generan modificaciones con consecuencias.
Una pandemia, el despido del trabajo, la situación económica del país, un divorcio, una estafa, son crisis en sí mismas, que tienen distinto tipo de impacto emocional en cada persona.
El sesgo cognitivo, es decir, la forma más habitual de reacción cerebral, para muchas personas es tomarlas como un fracaso y, por lo tanto, se le pone el signo negativo dentro de la actitud e interpretación individual y hasta colectiva del momento que se atraviesa.
Factores como el estrés, ansiedad, insomnio, enfermedades cardiovasculares y la poca adaptabilidad, no contribuyen a que logremos el equilibrio emocional necesario. Es así como se van cerrando las visiones, el túnel parece no tener una luz a la salida y nos sumergimos en una encerrona que aparentemente no tendrá fin ni alternativas.
Qué hacer para mantener el equilibrio emocional durante las crisis
Pensándonos como humanidad, somos un sistema interrelacionado: interactuamos de la mejor forma posible, nos conectamos y transmitimos ese flujo de vivencias, energía e información unos a otros.
La forma que adopte esa energía será contributiva o restrictiva. Esto significa que si, ante la misma crisis, dos personas la asumen como un fracaso o con desesperación, se potenciarán en un espiral descendente de lo que podemos llamar emociones no contributivas o restrictivas: se arrastran hacia abajo mutuamente.
En cambio, si las mismas personas tienen una visión realista-optimista de la situación, por ejemplo, considerando su fortaleza interna para atravesar el desafío, el resultado será exactamente el opuesto: de contribución para elevarse mutuamente.
Para ilustrar este tema, en los sistemas sociales en los que vivimos insertos, el rol del liderazgo ayuda a moverse de la crisis a la oportunidad, al menos desde el sentido más profundo que se puede asumir. Por lo tanto, un líder puede contribuir a acompañar a las personas de sus equipos en un sentido mayor, para que, pese a lo que se vive, puedan transitarlo de la mejor forma posible.
Aquí aparece algo curioso: la diferencia entre un jefe y un líder. El jefe, verticalista, dando órdenes, controlando, es un modelo prácticamente en desuso y al que le queda poca vida. El nuevo liderazgo, más consciente, contributivo y centrado en las personas, es el que dará vida al nuevo sueño, la nueva epopeya de ese equipo, para que, atravesándola juntos, salgan lo más fortalecidos que sea factible.
Como vemos, son dos miradas del mismo asunto, la misma crisis. Lo que cambia radicalmente el resultado es el enfoque y la actitud.
Estas cinco claves ayudarán a tener visiones contributivas frente a las crisis, tanto personales como colectivas:
1. Afrontar las situaciones
El impulso reptiliano de afrontamiento o huida de los problemas es clave. Cuando se huye, seguirás arrastrando el problema por más que lo esconda debajo de la alfombra. En cambio, al afrontarlo tendrás la enorme oportunidad de crecer y transformarnos, porque correrás el velo del aprendizaje oculto.
2. Elegir la actitud siempre, y especialmente cuando hay cosas que escapan a tu dominio
En las crisis hay aspectos que tienen que ver con lo individual, y otros que exceden a tu poder de control o decisión. Lo ideal es aprender a gestionarlo, y la herramienta aquí es que elijas tu mejor actitud. Las actitudes son tres: positiva, negativa y neutral. En el polo positivo no se presenta mayor problema. El desafío está en la polaridad negativa, donde generalmente te dejas arrastrar por la preocupación, el miedo, la fantasía obsesiva incluso por cosas que no hay ocurrido, y posiblemente no sucedan jamás. Pierdes demasiada energía que podrías redirigir a otro tipo de pensamiento y construcciones internas que te ayuden a superar el momento. Ir al polo medio, la neutralidad, te permitirá observar el problema desde distintas perspectivas, tomar distancia, evitar juicios y respuestas automáticas y así, tener otra dimensión de los asuntos. Incluso de tus propias emociones internas.
3. Cambiar la óptica de los asuntos
Cuando al cerebro le indicas la palabra “problema” te vas a dar cuenta de que éste se traba, se detiene. En cambio cuando le indicas a través de tu mente subconsciente, “estoy buscando la solución”, “es un asunto que voy a resolver”, “voy a actuar en vez de quedarme estancado”, allí mismo empieza un proceso interno generativo de posibles salidas. Esto depende exclusivamente de ti.
4. Expresar las emociones
Quienes trabajamos con el comportamiento humano, como es mi caso como coach ejecutivo y empresarial de profesionales y equipos, sabemos que la tendencia de la mayoría es a querer controlar las emociones. Un secreto entre tú y yo: las emociones no se pueden controlar; en todo caso, sí es posible gestionarlas.
La diferencia es abismal: cuando controlas, quieres que las cosas sean a tu manera. Cuando gestionas, administras las emociones de tal forma que en ese ajedrez interno vas jugando de la mejor forma para acomodar las piezas en un juego que sea contributivo hacia ti y hacia tu entorno directo. Entonces, crea espacios para compartir lo que sientes; no las tapes porque se vuelven hacia adentro en forma de enfermedades o afecciones psicosomáticas (y aquí siempre consulta con el profesional de salud mental).
Escribe tus emociones, incluso quema ese papel con las emociones que no te apoyan (al modo de lo que propone Alejandro Jodorovsky en sus métodos que denomina psicomagia). Haz lo que funcione para ti para no quedarte estancado en ese estado emocional de shock interno que te impide avanzar.
5. Muévete hacia la proactividad
Stephen Covey postula que cuando estamos reaccionando ante las cosas, se amplía internamente el círculo de preocupación dentro de ti, y se achica el de influencia (la posibilidad de cambio real sobre lo que SÍ tienes dominio a tu alrededor, tu metro cuadrado de influencia positiva). En cambio, cuando actúas de modo proactivo, pensando y activando soluciones, el círculo de influencia se amplía notablemente hasta desplazar al mínimo tu círculo de preocupaciones. Esta es una distinción fundamental: ser proactivo te mueve hacia el resultado, mientras que en modo reactivo obstruyes la posibilidad de soluciones a los problemas.
Ahora ya lo sabes: el equilibrio de las emociones depende directamente de tu actitud y de cómo permites que los acontecimientos externos impacten en tí, por más difíciles que se presenten y por más complicadas que se pongan las cosas. Siempre hay opciones en el camino de la superación de la crisis. Y esa superación empieza en lo individual, sin esperar que venga otra persona con una varita mágica para resolverlo por ti.