El futuro abre por primera vez las puertas a lo imposible: tecnologías exponenciales, comunicaciones inmediatas, horizontalidad en la generación y consumo de conocimiento y un individuo más influyente y poderoso que nunca, impulsado por comunidades.
En sólo 60 años, entre 1789 y 1848, creamos las siguientes palabras:
Nacionalidad, científico, crisis económica, sociología, periodismo, capitalismo, aristocracia, ideología, clase media, clase trabajadora, industria, ingeniero estadísticas y huelga -Eric Hobsbawm, La era de la revolución-.
¿Logran imaginar el relato de nuestra vida -pasado, presente y futuro- sin ellas o sus derivados?
Pues no tienen más de 231 años.
Los restos más antiguos del homo sapiens -nuestra especie-, se remontan a 315.000 años atrás. Las otras especies humanas del género Homo, que fueron asesinadas por la nuestra, vivieron por aproximadamente 1.500.000 años -sí, un millón y medio de años-.
Fuera de desviarnos en un debate económico, social o político en torno a esas palabras, déjenme reforzar un punto y reflexionar brevemente sobre él:
Vivimos por lo menos 1.499.769 años sin esos conceptos o construcciones humanas para describir nuestra realidad y organizarnos.
Yuval Noah Harari, en su libro Sapiens: De animales a dioses, describe que aquello que nos distingue y eventualmente nos hizo «imponer» a otras especies, es la posibilidad de coordinarnos y trabajar en conjunto intencionalmente en pos de un objetivo. Pero lo más interesante es su explicación de lo que nos otorga esa virtud: nuestra capacidad de hablar de lo inexistente.
Al transmitir la visión de un futuro deseado y afirmar con «certeza» o credibilidad que ciertas acciones nos llevarán hacia él, ejercemos influencia en nuestros pares consiguiendo su apoyo, su trabajo, sus recursos, hasta su sacrificio.
Pero para comenzar a mencionar lo inexistente necesitamos palabras, nuevas palabras. Las protagonistas de este artículo y sus derivadas, que hoy explican y permiten proyectar en gran parte nuestra realidad, surgieron hace sólo 231 años.
Insisto en que existen infinitas vidas posibles, infinitas construcciones sociales y maneras de convivir o co-existir, tantas como nuestras palabras puedan definir, o habilitar soñar o imaginar.
El futuro, con todo lo positivo generado por nuestra especie -a pesar de 315.000 años de ser infinitamente crueles y elegir «imponernos» a la diversidad-, abre por primera vez las puertas a lo imposible: tecnologías exponenciales, comunicaciones inmediatas, horizontalidad en la generación y consumo de conocimiento y un individuo más influyente y poderoso que nunca, impulsado por comunidades.
Me pregunto entonces desde el rol protagonista que hoy nos toca elegir ¿Con qué palabras vamos a escribir el futuro?