En un mundo cada vez más globalizado, caótico y cambiante, el papel principal de los líderes es desarrollar una cultura de la organización basada en los valores compartidos. Además de desplegar una cultura que combine tres ejes principales –económico, ético-social y emocional–, un buen líder ha de ejercer sus competencias de coaching y comunicar empatía y, sobre todo, espiritualidad. El grado en que los líderes son capaces de aplicar esta configuración de valores en el contexto organizacional se refleja en la efectividad de su liderazgo.
La tarea principal de los líderes es, pues, desarrollar una cultura compartida de valores. Aquellos valores que tiempo atrás eran considerados «demasiado suaves» para gestionar eficazmente, en la actualidad son aceptados como base de identidad de una organización y como principio fundamental de su estrategia. Aunque los modelos culturales y los valores no son nuevos y vienen siendo estudiados desde la década de los años setenta, la perspectiva del modelo triaxial de valores sí es nueva y cada vez más empresas lo utilizan para cambiar o para sostener su cultura organizativa (Dolan, 2012).
Llegados a este punto, ¿podemos añadir la dimensión espiritual como una competencia más del líder? Para comprender mejor la conexión entre el liderazgo eficaz y la espiritualidad –y la felicidad en el trabajo–, es importante retomar el concepto del liderazgo visionario. Los líderes visionarios entienden que la espiritualidad en el lugar de trabajo va más allá de sí mismos y tiene que ver con el significado del trabajo y su propósito, además de las oportunidades que el propio trabajo proporciona.
El liderazgo visionario es mucho más que dirigir a seguidores. Viene de dentro. Liderar desde dentro es una forma de orientarnos hacia nuestro conocimiento interior y nuestras fortalezas innatas. La clave para desatar la fuente abundante que brota de nuestro interior es recurrir a nuestros valores.
Aunque los valores espirituales no resultan tan decisivos como los valores triaxiales (es decir, no inciden directamente en la eficacia organizativa), sí proporcionan una plataforma para alinear los valores instrumentales. A corto plazo, una organización y un líder pueden pasar sin ellos; sin embargo, a largo plazo, su ausencia convierte la misión en algo casi imposible. En consecuencia, añadir el eje de la espiritualidad es fundamental para las personas que ejercen el liderazgo en algún campo.
Hablar sobre espiritualidad y liderazgo es arriesgado. En la actualidad, los líderes del mundo de los negocios son juzgados normalmente por sus resultados y por su capacidad de generar riqueza. Seguramente, el liderazgo es, en sí, una cuestión de riesgo, y un líder visionario no rehúye el riesgo: poner en práctica una visión es, en sí, una actividad arriesgada.
Quisiera concluir el presente escrito con estas sabias palabras: «Somos todos seres espirituales. Si dejamos aflorar todas las capacidades de nuestra persona: mente, cuerpo y espíritu, transmitiremos una gran fuerza a la organización. La espiritualidad muestra el verdadero sentido y la importancia del propósito de una organización.» (Deshpande y Shukla, 2010, p. 848)
Simon L. Dolan. Future of Work Chair, ESADE Business School. Catedrático de Gestión de Personas de la Universidad Ramon Llull
fuente: Idearium