Megaloceros 3D es un emprendimiento familiar encabezado por Pepe Cea, un ingeniero mecánico que vive en Santa Rosa, La Pampa.
Cea descubrió la impresión 3D un día en su casa, mientras almorzaba y escuchaba muy atentamente el debate de sus hijos acerca de lo maravilloso de estos equipos, a la vez que miraban videos en la tablet sobre el desarrollo de interesantes objetos, como por ejemplo, una prótesis de la mano de un niño. “Cuando tomé la tablet y comencé a observar me di cuenta que era una argentino el que fabricaba las impresoras”, recordó. “Yo había ya investigado acerca del estado del Arte de esta tecnología en nuestro país, pero lo que vi no me gustó. Mucha importación, mucho fabricante casero, caro, mala calidad y falta de soporte. Pero ahora era distinto, lo que vi, sinceramente me gustó, eran las impresoreas de Kikai Labs”, describió.
El nacimiento de Megaloceros 3D se dio ese mismo día. “Arranques y paradas, dudas y problemas, errores y aciertos, planes A y planes B, pero, al final, el barco flota y navega. No importa como salimos del puerto, sino lo lindo que luce el horizonte mientras navegas en tu propio barco”, destacó el ingeniero.
El emprendimiento comenzó ofreciendo un servicio de impresión de piezas en 3D. Ese fue el primer paso. Como funcionó bien y tuvo demanda, comenzó a ofrecer un servicio de fabricación de piezas (pequeñas series, moldes y matrices) en metal, fundamentalmente aluminio. “Este primer paso nos ha servido para conocer la tecnología, sus ventajas e inconvenientes, sus posibilidades, sus costes reales, su curva de aprendizaje”
Al día de hoy el emprendimiento cuenta con dos impresoras 3D T-140.
Cea aseguró que todos en la familia tienen en claro que las impresoras 3D son herramientas, una más, son el medio no el fin. “Yo las veo como un “plug-in” del CAD 3D”, agregó.
El siguiente paso de Megaloceros 3D fue comenzar a hacer moldes en ABS para fundir piezas con aleaciones de metales blandos (o Blancos). Estas aleaciones son ideales para iniciarse en el mundo de la fundición, pues son fáciles de conseguir, económicas, re-utilizables, y requieren de una disciplina de conocimiento y aprendizaje muy similar a la fundición de aluminio, pero a temperaturas muy bajas (< 175 grados).
El paso intermedio, antes de llegar al objetivo final, fue hacer moldes con aleaciones blandas al límite. Las piezas ya salen reduras y se pueden usar en muchas aplicaciones que con las aleaciones suaves no se puede. “A este punto toda la familia ya estaba sumergida en la cultura 3D, todos conocían la Tecnología, usaban el CAD, distinguían entre una imagen de mapa de bits y otra vectorial, conocían la jerga, manejaban las impresoras 3D, pulían, pintaban, pegaban, cambiaban insumos, … es decir, ya los tenía en el rubro. Ya no tienes Grumetes, tienes una digna tripulación para sacar el barco del río y meterlo en el mar”, recordó.
Las condiciones estaban dadas para pasar a la fundición de la cera perdida (y de su símil con ABS y/o PLA), de moldes en arena, de matrices y de los materiales de trabajo, que era el objetivo inicial. “Armar el horno de fundición me costó menos de $1.000”, recordó. “Y allí está la primera pieza, humeante, muy caliente, sucia, mezclada con yeso, mal oliente hasta con careta, con los soportes y puertas pegados. Agarras un destornillador y golpeas la pieza: Clin !, Clin !, Clin !, … suena a música celestial. El Barco llegó a buen puerto”. Lo siguiente es la venta de un producto bueno, bonito y barato… “
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