Cuando vendimos nuestra startup [a] en 1998 de repente tuve un montón de dinero. Ahora tenía que pensar en algo que no había tenido que pensar antes: cómo no perderlo.
Sabía que era posible pasar de rico a pobre, como lo fue pasar de pobre a rico. Pero como había pasado muchos de los últimos años estudiando los caminos de la pobreza a la riqueza, no sabía prácticamente nada acerca de los caminos de la riqueza a la pobreza. Ahora, con el fin de evitarlos, tuve que aprender dónde estaban.
Así que empecé a prestar atención a cómo se pierden las fortunas. Si cuando era niño me hubieran preguntado como se hizo pobre la gente rica, habría dicho que gastándose todo su dinero. Así es cómo ocurre en los libros y las películas, porque esa es la manera colorida de hacerlo. Pero, de hecho, la forma en que la mayoría de las fortunas se pierden no es a través de un gasto excesivo, sino a través de malas inversiones.
Es difícil gastarse una fortuna sin darse cuenta. Una persona con gustos normales encontrará difícil despilfarrar más de unas pocas decenas de miles de dólares sin pensar «¡Wow! Estoy gastando un montón de dinero». Mientras que si comienzas a negociar en derivados financieros, puedes perder un millón de dólares (tanto como quieras, en realidad) en un abrir y cerrar de ojos.
En la mente de la mayoría de las personas, gastar dinero en lujos activa alarmas que las inversiones no activan. Los lujos parecen autoindulgentes. Y a menos que hayas conseguido el dinero por herencia o por ganar la lotería, ya has sido muy bien entrenado para saber que la autoindulgencia conduce a problemas. Invertir desactiva las alarmas. No estás gastando el dinero; sólo lo estás pasando de un activo a otro. Es por eso que las personas que tratan de venderte cosas caras dicen que «es una inversión».
La solución es desarrollar nuevas alarmas. Esto puede ser algo difícil, ya que mientras las alarmas que te impiden gastar en exceso son tan básicas que pueden incluso estar en nuestro ADN, las que te impiden hacer malas inversiones tienen que ser aprendidas, y en ocasiones son bastante contraintuitivas.
Hace unos días me di cuenta de algo sorprendente: la cuestión con el tiempo es muy parecida que con el dinero. La forma más peligrosa de perder el tiempo no es gastarlo divirtiéndose, sino gastarlo haciendo trabajo falso. Cuando pasas tiempo divirtiéndote, sabes que estás siendo autoindulgente. Las alarmas empiezan a sonar con bastante rapidez. Si despertara una mañana y me sentara en el sofá a ver la tele todo el día, sentiría que algo esta terriblemente mal. Sólo pensar en ello me da escalofríos. Empiezo a sentirme incómodo después de estar sentado en un sofá viendo la televisión durante 2 horas, mucho menos un día entero.
Y sin embargo, definitivamente he tenido días en los que bien podría haberme sentado delante de un televisor todo el día—días al final de los cuales, si me preguntara qué hice ese día, la respuesta habría sido: básicamente, nada. Me siento mal después de estos días también, pero no tan mal como me sentiría si me hubiera pasado todo el día en el sofá viendo la televisión. Si pasara un día entero viendo la tele me sentiría como si estuviera descendiendo hacia la perdición. Pero las mismas alarmas no suenan durante los días en que no hago nada, porque estoy haciendo cosas que parecen, superficialmente, como verdadero trabajo. Lidiar con el correo electrónico, por ejemplo. Lo haces sentado en un escritorio. No es divertido. Por lo tanto, debe ser trabajo.
Con el tiempo, al igual que con el dinero, evitar el placer ya no es suficiente para protegerte. Probablemente era suficiente para proteger a los cazadores-recolectores, y tal vez a todas las sociedades preindustriales. Así que la naturaleza y la crianza se combinan para hacernos evitar la autoindulgencia. Pero el mundo se ha vuelto más complicado: las trampas más peligrosas son ahora los nuevos comportamientos que eluden nuestras alarmas sobre la autoindulgencia imitando modelos más virtuosos. Y lo peor es que ni siquiera son divertidos.