Jordi Muñoz empezó a producir drones en la cochera de su casa . Puso una tienda por Internet y comenzó a recibir pedidos de casi todo el mundo. En 2015, su empresa, 3D Robotics, logró ventas por 95 millones de dólares. Esta es su historia.
Jordi Muñoz estaba frustrado porque quería ser piloto desde niño y sus padres no podían solventarle la carrera. Hizo el examen de admisión en el Instituto Politécnico Nacional (IPN) para ingeniería aeronáutica y no lo aceptaron.
Nunca dejó de aprender a su manera. Creció obsesionado con aviones y aprendía todo sobre ellos. A los ocho años se enamoró de las computadoras cuando visitó RadioShack con su papá. “Me acuerdo que vi una Compaq y dije: ¡yo quiero esa!” De ahí hasta los 16 años pasaba 18 horas en su PC. “La eche a perder. Mi papá pagó dos o tres reparaciones y luego aprendí a arreglarla”. A los 14 años ya sabía mucho de sistemas.
A los 21 años pensó: “No me voy a detener hasta que pueda hacer un piloto automático para avión por medio de software simulado”. Por meses leía libros, programaba, hackeaba su Nintendo Wii, destruía componentes y obtenía otros, experimentaba con un helicóptero a control remoto. Se divertía mucho.
Le tomó dos años más hacer el primer prototipo: su primer avión robótico que volaba solo, y todo lo armó con partes que encontró en su casa. La gente le decía: “¡Oye que bueno eso! Véndeme uno”. Así fue como descubrió que había un mercado a raíz de un pasatiempo.
Pasaron otros seis meses para empezar a producir en su cochera. Puso una tienda en Internet y ¡boom! Recibía pedidos de casi todo el mundo. “Hacía bastante dinero porque las ganancias eran fuertes. Por ejemplo, hacer un drone me costaba 5 dólares y lo vendía en 40 dólares”.
El primer mes ganó 2,000 dólares, el siguiente 5,000, hasta llegar a los 10 millones de dólares mensuales.
Cuando el dinero no lo es todo
La relación con su socio fue lo más difícil para Jordi Muñoz, el pionero de los drones (aviones no tripulados) a nivel mundial y fundador de 3D Robotics. Él entendió lo que significa tener uno o más inversionistas. “Probablemente no lo vuelva a hacer en mi vida”, dice.
Su partner, Chris Anderson, era el editor en jefe de Wired, la revista de tecnología más influyente del mundo y creador de DIYDrones.com. Conoció a Jordi a través de su página web, debido a que el joven mexicano compartía a esta comunidad sus avances en robótica. Tanto llamó la atención del estadounidense que lo citó para tomar un café. Este fue el comienzo de 3D Robotics en 2009. Nunca imaginaron que iban a generar ventas de 95 millones de dólares en 2015.
En un inicio, el equipo de Jordi hacía 200 drones al mes y hoy produce más de 5,000, mucho más sofisticados y caros (el precio oscila entre 500 y 1,000 dólares, y el más lujoso es de 3,200 dólares). No sólo vende el piloto automático (que es el puro cerebro que hace toda la magia y cuesta de 100 a 250 dólares), sino el drone completo y accesorios para robótica general. El portafolio es de 600 piezas distintas.
Todas las utilidades se reinvertían y eso permitió crecer muy rápido el negocio hasta alcanzar ventas de varios millones de dólares anuales. Fue en este momento cuando su socio quiso levantar una gran cantidad de dinero a través de fondos de inversión. “Me convenció. Me dijo que la competencia estaba muy dura. Le dije: adelante, vamos por financiamiento”.
Consiguieron 130 millones de dólares y algunas de las decisiones fueron traer más inversionistas, cerrar la fábrica y llevarse toda la manufactura a China. Sólo quedaron los ingenieros que desarrollan software. Antes eran 400 empleados y ahora son 60.
La experiencia con los inversionistas no fue buena para Jordi. “No me gustó la idea, hasta me peleé para que no parará la producción”. Aprovechó para comprarle a sus socios las máquinas 3D.
Por eso, su recomendación para cualquier emprendedor es que piensen dos veces antes de buscar inversionistas, sobre todo si ya tienes tu empresa facturando. “Realmente traer socios a la mesa te puede cambiar totalmente el esquema porque ellos tienen como meta principal el dinero”.
El vuelo que sigue
Jordi dejó de ser el director general de 3D Robotics en 2013 y siguió trabajando en la firma hasta enero de 2016. Ahora, este millennial de 27 años tiene 15 socios y es dueño de 14% de la empresa. “Es muy satisfactorio poder dejar operando la compañía y dedicarme a otra cosa”.
Pronto reabrirá la fábrica en San Diego y Tijuana para desarrollar tecnología. “Hoy estoy en una situación muy distinta, económica sobre todo”.
Además, su sueño de volar es ya una realidad, pues está en trámite su licencia de piloto y ya vuela solo. Entró a una escuela difícil que le ha enseñado a ser disciplinado. Practicando como piloto aviador, también se he dado cuenta de otras oportunidades de negocios. De hecho, está por adquirir un avión para rentarlo.
Está entusiasmado porque regresará a los inicios de su emprendimiento, donde era muy feliz y no se sentía agobiado. Recuerda cuando su empresa era relajada, humanista y flexible. Hacía algo muy importante: innovar, siempre estaba inventando cosas nuevas. No le tenía que dar cuentas a nadie y no había ningún problema de interés.
El feeling que le pone a las buenas ideas hizo que se vendiera solo su producto. “Si realmente haces algo que te gusta mucho y lo haces muy bien y, además resuelve un problema, eso hará que des un gran salto con tu proyecto”.
No cabe duda que tu pasión por algo puede convertirse en un buen negocio. Antes de ser un emprendedor de alto impacto, Jordi Muñoz tuvo un empleo en el Aeropuerto de la Ciudad de México, puso un negocio de mariscos, fue rechazado dos veces por el IPN, pero nunca dejó de insistir hasta que creó de forma autodidacta su primer prototipo de drone. “Hoy hacemos los aviones más inteligentes y con la tecnología más avanzada del planeta: estamos poniendo computadoras en el cielo.”