Quienes me conocieron desde mis textos publicados en Emprendedores.News, saben que el referente de mis breves narraciones con contenido biográfico son personas impulsadas por un deseo de progreso, aunado al esfuerzo y al uso de su inteligencia, con un objetivo alcanzado o en vías de serlo. Tal vez hoy me acerque más que nunca a ese referente; y lo digo, no por desmerecer a las celebridades a las cuales me referí en mis notas previas, sino porque ahora voy a denotar el esmero de una mujer que ha ejercido su vocación docente durante treinta años y que hoy, por esos artilugios que logran llevar a una verdad construida muy lejos de la realidad abiertamente ignorada, está desempeñando tareas administrativas en una escuela a la que fue ‘trasladada’.
Ana María Richard perdió el derecho de ejercer su vocación luego de muchos años de dedicación responsable e intachable en lo que a su dignidad respecta. Y me consta. Dirán que es mi profesión de abogada la que debe ponerse en práctica para defender el honor de una mujer; pero a veces somos esclavos de un sistema y, las propias palabras articuladas de los estatutos y código, nos alejan del esclarecimiento. Ana María fue apresada, aunque conserve su libertad de movimiento, a partir de una serie de denuncias reiteradas impetradas hace cinco años por el padre de un alumno a quien se le había rechazado su trabajo de fotógrafo para la escuela, a partir de la elección legítima de la Comisión Directiva por entonces actuante.
Dirán que como abogada me compete encontrar la justicia entre cientos y cientos de papeles foliados que formaron una bola de nieve más política que judicial. Les digo que como escritora; específicamente, como redactora de notas de emprendedores famosos, no puedo hallar sino este medio para resaltar el trabajo invalorado de esta mujer, Ana María Richard, que lleva en su sangre el ejercicio de sus actos desde una moral muy elevada, bastante más elevada de la que suele encontrarse.
Ya de por sí, y por causas que no preciso enumerar, ser docente; luego directora de una escuela, es ser una mujer de honor. Porque la educación es, sino la actividad más importante, la más cercana a la construcción de un mundo mejor. Porque la educación es esa actividad a la que tantas veces se le da la espalda; y los docentes, cientos de números que parecen no tener una seguidilla de antecedentes positivos, currícula y dignidad. Dignidad.
Hace cinco años que Ana María no es directora del Jardín “Pinocho”. Y yo estoy buscando justicia entre las notas que presentó con su asesora para que alguien resuelva el cuestionamiento a su honor y a su trayectoria.
Pero la justicia es dar a cada uno lo suyo y qué es lo suyo frente a tanta hipocresía y desatención a su carrera.
Quién puede hacer retroceder el tiempo y preguntarse si aquél hombre que tiró la primera moneda de su decrecimiento injustificado no fue en verdad el eslabón inicial de una venganza enferma.
La verdad parece estar construida. La verdad no existe, dirán, pero la verdad está en algún lugar, y yo la tengo a mi vista. Porque conozco a Ana María, porque sé a través mío cuánto puede doler el haberse esforzado toda una vida por pelearla sola, por ejercer una carrera frágilmente compensada con todo el amor de su mundo honrado.
Qué es la justicia. ¿Luchar para que nos consideren a los dignos, para que reafirmen lo que en esencia somos? ¿O pelear contra este sistema en el que los cuestionamientos están destinados a esos mismos fieles a su conciencia que yerran, porque son humanos, pero que tienen un sostén que es sus trabajos, el que eligieron; luego de estudiar; luego de ejercerlo sin solución de continuidad respetando los valores que les proliferan sus propias almas.
Ana María Richard desempeña ahora tareas administrativas en una escuela provincial, extraña dirigir el Jardín Pinocho, de donde salió, ¡vaya la casualidad!, a partir de una mentira que humanamente me consta. Las miradas no mienten. Y su dolor expreso tampoco.
Soy responsable de todo cuanto digo y escribo, porque el honor ultrajado de los demás, es mi honor ultrajado y recuperar el honor de Ana María es ahora mi objetivo, para instalar un concepto de justicia que se acerque al “recibir lo que uno merece”, a ser mantenido en el cargo que uno alcanzó, independientemente de un error material, o de un ofuscamiento de denuncias nimias, cuya suma no puede nunca cambiar el estado de las cosas: Ana María Richard es digna, y su corazón sueña con volver a dirigir el Jardín Pinocho para cortarle la nariz al muñeco e instalar allí la verdad de las cosas. Para que sus discípulos y, aún más, para que los niños, potenciales precursores de tan desprestigiado valor, sepan y puedan creer que la justicia existe o puede existir para todos. Y que la injusticia no es la regla.
Simplemente, quería mimar a esta docente que, envuelta en la impotencia de su verdad contra la verdad de un sumario que hace cinco años está en trámite, sufre su tristeza. Y quien sufre su tristeza es aquél que emprendió, la peleó, alcanzó su objetivo. Y lo perdió por una injusticia de la vida.
A todos los docentes mi más sincero homenaje. A los justos mi más sincera complicidad. Y a los indiferentes, mi lástima.
A esos emprendedores que alguna vez fueron mis “superiores” y me dieron las claves para tener armas de cuestionamiento y herramientas para valérmela en la vida dignamente, mi más sincero homenaje.
Probablemente -porque si hay un Dios estará conmigo-, en la próxima nota les cuente que, en virtud de esta causa noble, he defendido mi honor a través del de Ana María que me mira con los ojos vidriosos, perdida la mirada en una verdad laberíntica. De papeles y no de hechos. De vacilaciones. Y no de la cercanía con la única certeza que existe, si es que alguien se digna a adentran en su hogar: su honor está inmutable, su dignidad solapada, sus derechos, ahí, en un expediente de setecientas fojas.
Soy absolutamente responsable de toda cuanta expresión hay en esta nota. Sólo quería contarles que, como abogada, lidio con la injusticia y busco algún editor que me permita volver a crear la palabra y su definición para un nuevo diccionario lexicográfico. Pretendo exaltar el valor de la educación y de quienes la ejercen, y la idoneidad de quienes ponen su corazón para que nuestros niños sean mañana nuestros Grandes Hombres.
* Gisela Vanesa Mancuso. Abogada , escritora y redactora. giselamancuso@yahoo.com.ar