Pasaron diez años desde que comencé a trazar mi camino como emprendedor. Hoy, viendo crecer mi segundo proyecto de empresa, voy tejiendo aprendizajes que tienen ciertos puntos de conexión con los esfuerzos propios del amor.
El fracaso en el primer amor. Es el que más duele y el que inaugura una educación emocional. Nadie murió nunca de amor, pero es necesario vivirlo para confirmarlo. El miedo al fracaso de un emprendedor iniciado se supera viviendo las intensidades del trabajo independiente.
¿Y por qué se fracasa? A veces el amor no es suficiente. El romance en su experiencia primera envía señales de amor de todo tipo. Puedo llevar adelante un emprendimiento con todas las fuerzas del deseo, pero en el ímpetu del entusiasmo no dialogo con el deseo real del cliente. El emprendimiento está desconectado de la realidad.
También es común que el amor falle por la pareja. El mercado y el emprendimiento sufren desencuentros. La falta de compatibilidad, diferencias en la ejecución, o el ego personal pueden llevar al fracaso. Ni hablar de las veces que el proyecto muere por falta de financiamiento: billetera mata galán.
Entonces, ante un fracaso lo importante es saber por qué se perdió el amor. Detenerse a pensar en qué se falló para que no se repitan los errores. Igual de importante es saber cuándo dejar ir un proyecto, para que el error no se convierta en terror. Poder decir adiós, es crecer.
El enamoramiento es un fenómeno imprescindible y aleatorio y el loco enamorado lo intentará una y otra vez hasta encontrar su media naranja. Así es cómo el emprendedor aprende fracasando. Un corazón roto causa cierto malestar, pero las heridas sanan y el órgano se vuelve más fuerte.
La innovación y la curiosidad vienen de la mano de la búsqueda. Para emprender la búsqueda hace falta audacia y valentía. Es cuestión de encontrar un proyecto, creer en él y enamorarse. ¿Existe el amor perfecto?¿Se puede encontrar? Son preguntas que se hacen a diario. Para muchos, la respuesta podría ser la misma: vale la pena intentarlo.