Largarse a emprender es caminar dando pasos en el aire, como Indiana Jones en su búsqueda del Santo Grial.
Cada paso suele ser incertidumbre plena y cuando cree que la tierra está firme, el emprendedor comprueba que otra vez camina a ciegas.
Suele ocurrir entonces que los socios de la startup deciden que hay un momento preciso para salir en la búsqueda de ayuda para crecer. Y ahí van con sus ilusiones y proyectos a cuestas a cuanta conferencia, competencia o incubadora conozcan.
Está bueno y es necesario pero como todo en la vida, requiere de moderación para no caer en excesos. ¿Excesos de qué? La sobredosis de proteccionismo que buscan en terceros.
He visto tantos emprendedores rotar por una aceleradora, luego por otra, de ahí a una competencia de planes de negocios y a otra, y a otra y así sucesivamente.
A algunos la apuesta le sale bien, pero en apariencia. De los centenares de proyectos que he conocido, un ínfimo porcentaje recibió rondas de inversión. Un porcentaje algo mayor recibió algún estímulo económico. La mayoría, nada.
Pero todos buscan refugio bajo la sombra del gurú. Ya sea un mentor o un emprendedor de los consagrados, el tema es tener alguien a quien recurrir. Esto también es bueno y necesario pero es necesario encontrar el límite entre necesidad y dependencia.
Cualquier emprendimiento necesita del consejo y la experiencia de quienes ya recorrieron ese camino y lo sortearon con éxito. Pero hay un momento en el que es necesario soltar amarras y largarse a la aventura del negocio propio. Arriesgarse y jugarse.
Hay un viejo cuento zen, que puede ayudarte a comprender mejor:
“Cuando el maestro se hizo viejo y enfermó, los discípulos no dejaban de suplicarle que no muriera.
El maestro les dijo:
– Si yo no me voy, ¿cómo podrán llegar a ver?
– ¿Y qué es lo que no vemos mientras tú estás con nosotros? – preguntaron ellos.
Pero el maestro no dijo ni una palabra.
Cuando se acercaba el momento de su muerte, los discípulos le preguntaron:
– ¿Qué es lo que vamos a ver cuando tú te hayas ido?
Y el maestro, con una pícara mirada en los ojos, respondió:
– Todo lo que he hecho ha sido sentarme a la orilla del río y darles agua.
– Cuando yo me haya ido, confío en que sepan ver el río”.
Marcelo Berenstein
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Cuando estamos solos, todos los días se abren nuestros ojos para ver el río……