por Horacio Krell*
El aumento de la expectativa de vida y la caída de la natalidad están poniendo en jaque los sistemas de la jubilación en todo el mundo.
Las sociedades envejecen, los jóvenes postergan o rechazan la paternidad —en parte por la inestabilidad laboral y el impacto de la inteligencia artificial— y la relación entre activos y pasivos se vuelve insostenible.
A este fenómeno se suma un desafío sanitario: la longevidad trae consigo enfermedades que antes no llegaban a manifestarse, como el Alzheimer. Paradójicamente, vivir más no siempre significa vivir mejor, y la falta de apoyo intergeneracional agrava la situación.
Japón: un espejo para el mundo
Japón es el laboratorio global de esta crisis. Con una de las tasas de natalidad más bajas y una población envejecida, enfrenta un dilema que pronto alcanzará a otros países desarrollados. Ante la falta de ingresos y la soledad, algunos adultos mayores llegan a delinquir para ser encarcelados y garantizarse techo y comida
Una solución evidente sería la inmigración, pero Japón la ha rechazado sistemáticamente. Solo el 3% de su población nació en el extranjero, en contraste con el 15% del Reino Unido. La presión demográfica crece, pero la resistencia cultural frena la llegada de trabajadores que podrían aliviar el peso de las pensiones.
Lo que ocurre en Japón no es un caso aislado: muchos países desarrollados enfrentan el mismo dilema. La pregunta es si se aferrarán a modelos insostenibles o si adoptarán nuevas estrategias.
Argentina: entre la longevidad y la crisis del sistema
Argentina tampoco escapa a esta realidad. La combinación de mayor longevidad y menor natalidad se refleja en un dato sorprendente: en Buenos Aires hay más perros y gatos que niños. La cultura de la mascota ha reemplazado en parte la crianza de hijos, mientras que la incertidumbre económica desalienta la planificación familiar.
Sin embargo, el problema más profundo radica en el desprecio creciente hacia los adultos mayores. Expresiones peyorativas como «viejos meados» exponen la discriminación etaria en un país donde 12 millones de personas tienen más de 50 años. ¿Cómo se financiarán sus jubilaciones en un contexto de menor recaudación y de una población joven que ya no los considera una prioridad?
Un nuevo paradigma laboral y educativo
Ante este panorama, es urgente replantear la jubilación y el rol de los mayores en la sociedad. En la era del conocimiento, la productividad no depende exclusivamente de la edad. La solución no pasa solo por aumentar la edad de retiro, sino por flexibilizar el trabajo y aprovechar la experiencia de los adultos mayores en modelos laborales multigeneracionales.
La jubilación del futuro deberá garantizar lo esencial, pero la clave estará en la educación sobre longevidad y finanzas. Se necesita una pedagogía que no discrimine por edad, que fomente el aprendizaje continuo y que ayude a los mayores a mantenerse activos para evitar el deterioro cognitivo y la dependencia.
El cerebro como clave de la longevidad activa
El envejecimiento no es solo biológico, sino también mental. La neurociencia ha demostrado que el cerebro conserva su plasticidad si se le estimula con curiosidad, pasión y propósito. La inteligencia cristalizada —aquella que se basa en la experiencia y el conocimiento acumulado— permite que los mayores compensen la pérdida de rapidez con una toma de decisiones más eficiente.
Darle más vida a los años no es solo una cuestión de tiempo, sino de calidad. En un mundo donde la segunda mitad de la vida será la más larga, el verdadero desafío es hacer que valga la pena.