Las mujeres suelen verse acotadas por el techo de cristal. Las organizaciones deben fomentar el crecimiento profesional de las mujeres para alcanzar la igualdad también en los puestos de liderazgo.
Hace unos quince años más o menos, siendo CEO de una compañía, le propuse a mi equipo de trabajo hacernos un psicotécnico para poder identificar algunas claves que nos permitieran funcionar mejor como equipo. Cuando la profesional me dio la devolución del estudio me dijo que en mi estilo de liderazgo había mucho de femenino.
Al preguntarle a que se refería con un estilo de liderazgo femenino, me respondió con las siguientes características: tenés en cuenta a las personas, sos empático, flexible, persuasivo, intuitivo, abrazas la diversidad. Por supuesto que en ese momento no le di la importancia que tenía más allá de que esas características me facilitaban la implementación de las ideas que tenía, y tengo, sobre el liderazgo.
La realidad era que mi equipo estaba formado prácticamente por la misma cantidad de hombres que de mujeres, por lo cual esta no es una nota de moda sino que surge de un convencimiento que viene desde hace muchos años. Estoy convencido de que las mujeres tienen una efectiva ejecución de las llamadas habilidades blandas y tienen el coraje de hacer lo que se debe hacer.
Cuando hablamos de liderazgo, no hacemos referencia al género, a lo masculino o lo femenino, sino que son indispensable ambos para que el liderazgo sea efectivo. En este sentido, la pandemia que estamos viviendo ha sacado a la luz, entre otras cosas, la necesidad imperiosa de un liderazgo más humano. Un líder que contemple a las personas en el centro de la organización equilibrando, de esta manera, el valor humano con el valor económico. Para lograrlo el líder debe equilibrar lo transformacional con lo transaccional.
En este nuevo escenario, es fundamental formar liderazgos mucho más colaborativos y empáticos, en el que el o la líder considere las necesidades de sus empleados, los inspire, cuide, reconozca y les transmita su perspectiva de tal manera que las aspiraciones personales se unifiquen con los objetivos organizacionales. Un liderazgo que fomente el trabajo en equipos autónomos, motivados y que se retroalimenten en forma continua para hacer frente al contexto que se presenta.
En definitiva, este nuevo mundo requiere de líderes que desarrollen habilidades de comunicación interpersonal, escucha empática, flexibilidad, asertividad, colaboración, intuición, lograr consensos. Todo esto es lo que pueden aportar tanto las mujeres como los hombres. El problema es que las mujeres suelen verse acotadas por el techo de cristal. Las organizaciones deben fomentar el crecimiento profesional de las mujeres para alcanzar la igualdad también en los puestos de liderazgo.