El arte de la felicidad depende de lo que uno es, de lo que uno tiene y de lo que uno representa para los demás. Del fuero interno nacen el sentimiento, la voluntad y el pensamiento que dirigen las acciones hacia las metas.
La mitad objetiva es el destino que a uno le tocó, de la mitad subjetiva no es posible apartarse, hay que saber administrarla. Descubriendo la riqueza interior no habrá que pedirle tanto al destino, en cambio, un pobre diablo, lo seguirá siendo aun en el paraíso.
Lo que uno es, el capital alojado entre las dos orejas, nadie se lo podrá quitar, es el compañero en la soledad. Hay que desarrollarlo cultivando afinidades y una educación que se adapte, eligiendo la ocupación y el estilo de vida que mejor le correspondan.
Es muy poco lo que el exceso de bienes aporta, pero los hombres se afanan más en adquirir riquezas que en cultivarse. Como aquel que era tan rico que lo único que tenía era dinero.
La realidad está ahí. Pero lo que vale es la percepción, no existen hechos sino interpretaciones dijo Nietzche. Lo que para unos es insignificante para otros es valioso.
El azar y los accidentes importan menos que el cristal con que se miran. El azar sólo favorece a las mentes preparadas, decía Pasteur. Se soporta mejor una desgracia fortuita que aquella de la que uno es responsable. La suerte cambia, la naturaleza propia no.
Carácter noble, inteligencia, temperamento fuerte, ánimo alegre, cuerpo bello y sano, son bienes subjetivos; sostenerlos es mejor que obnubilarse por el dinero y los honores.
La alegría de vivir. Quien ríe mucho es feliz. Por eso conviene abrir la puerta a la alegría. Que es la moneda en efectivo de la felicidad, los demás bienes son papeles. Nada es más triste que la riqueza y nada más alegre que la salud: en las clases humildes, están los rostros alegres y contentos; entre las ricas y distinguidas, los amargados.
La salud es el 90% de la felicidad. Sin movimiento no es posible conservarse sano, porque existirá una desproporción nociva entre tranquilidad externa y tumulto interior.
La belleza es una carta de presentación que nos rinde de antemano el corazón de los demás.
El pensamiento positivo genera endorfinas, esas drogas que el cerebro produce y generan bienestar , belleza y salud. Pensar en negativo provoca el efecto contrario.
El dolor y el aburrimiento. Son enemigos de la felicidad. Cuanto más tenemos de uno, más nos alejamos del otro. La carencia lleva al dolor, la abundancia al aburrimiento.
La torpeza espiritual embota la sensibilidad y debilita la excitación. Da lugar al vacío interior que se manifiesta en la atención desmesurada por el mundo externo.
La sociedad de consumo ofrece un radar para imitar a ricos y famosos. Al vacío interior se lo llena con reuniones, entretenimientos, placeres y lujos, que conducen al derroche y luego a la miseria. A menos espíritu se necesitan más relaciones sociales superfluas.
No hay mejor escudo que descubrir la riqueza interior, como decían los griegos: “conócete a ti mismo”. La inteligencia demanda una sensibilidad aguda y emotiva. Cuanto más se tenga interiormente, menos se pedirá afuera y menos se dependerá de los demás.
El aburrimiento de los ignorantes. En soledad se ve lo que uno es. La gente ordinaria se dedica a ocupar el tiempo; quien tiene talento lo utiliza. El ocio es un fruto que permite tomar plena posesión de uno mismo Al final uno se va quedando sólo. Como dijo Goethe: En último término sólo contamos con nosotros mismos. Aristóteles lo expresó así: La felicidad es de quienes se bastan a sí mismos.
En la edad avanzada lo importante es lo que cada uno tiene interiormente. Nada resiste mejor el paso del tiempo. Es la única fuente estable. El mundo no tiene mucho que ofrecer: está lleno de miseria y dolor, y al que se escapa lo acecha el aburrimiento. Además, por regla general, la maldad y la estupidez dictan la pauta.
No existen goces sin necesidades genuinas. La necesidad es la madre del problema que incita al intelecto a superarlo, el hombre vulgar tiene su centro de gravedad fuera de sí.
Es una gran torpeza perder lo interno para ganar lo externo; cambiar la paz, la independencia y la creatividad por el rango, el lujo, los títulos y honores. La autoestima es un capital invisible que se consigue usando las propias fuerzas. La dicha se alcanza con su repetición frecuente. La vulgaridad deja que la voluntad se imponga sobre el conocimiento.
A su vida práctica no la mueve la pasión, es aburrida e insulsa; y cuando la mueve, no tarda en volverse dolorosa. Hay que elegir entre soledad o vulgaridad. La soledad concede al intelectual la posibilidad de estar consigo mismo y la de no estar con los demás.
La sociabilidad es peligrosa y hasta perversa, lo pone en contacto con seres moralmente nulos, intelectualmente estúpidos, o psicológicamente trastornados. El intelectual no necesita de los que sólo se ponen contentos con la desgracia ajena.
Ser viejos jóvenes. En la juventud creemos que los sucesos y los personajes importantes anunciarán su aparición precedidos de trompetas, en la vejez, la visión sabia y retrospectiva, que fusiona el conocimiento y la experiencia, nos recuerda que entraron deslizándose sigilosamente por la puerta de atrás y casi inadvertidos.
De jóvenes creemos que la vida dura para siempre, y desperdiciamos el tiempo. De viejos aprendimos a administrar el tiempo, cada día se vive con intensidad plena.
La pasión por el raiting es el motor de una vieja locura exacerbada por el encuentro de circunstancias propicias y sujetos apropiados.
The Times del 31/3/1846 sobre Thomas Wix, un obrero que había asesinado a su patrón dijo: El día de su ejecución quería mostrar su valor extremo. Subió las gradas del cadalso e hizo grandes saludos. La multitud respondió con aclamaciones.
Tener la muerte a la vista y preocuparse por el efecto, es un ejemplo de loca ambición. Los disgustos, inquietudes y esfuerzos, la envidia y el odio se basan en la opinión ajena. La naturaleza animal es nuestra materia prima. La felicidad no es cosa fácil: es difícil hallarla en nosotros e imposible hallarla afuera. Para Voltaire dejaremos este mundo tan necio y tan malvado como lo encontramos, por eso hay que aprender a ser, que lo uno es no sea una traba para alcanzare el Yo ideal. Ser o no ser, ser uno mismo, esa es la cuestión.
Dr. Horacio Krell CEO de Ilvem, contacto [email protected]