Meyer Glusman, un solitario viudo, caminaba a su casa por Corrientes y Malabia, en pleno barrio de Villa Crespo, cuando pasa frente a una veterinaria y oye una voz cascada que le gritaba
– ¡Roawrk!? ¿Vus majste? Yo, du. (Como te va? Si, a vos te hablo!)
Meyer se frotó los ojos, miró asombrado dentro del negocio y el empleado le dice:
– Venga, entre, mire. ¡Mire que hermoso loro!!!!
– ¿Kenst redn Idish? (Sabes hablar iddish?)
Meyer pago los 500 dolares que le pidieron y se llevo el pájaro, la jaula y comida de loro para un mes.
Toda esa noche se la pasaron hablando. ¡ En Yidish!!!!! Meyer estaba maravillado. Contó al loro las aventuras de su padre para escapar de los «progroms» (persecuciones) en Rusia y su llegada a América.
Le contó cuan hermosa habia sido su difunta esposa y que radiante estaba cuando se casaron. Le contó de su familia, de los años en el ramo textil, y de las vacaciones en Miramar.
El loro escuchaba atentamente, hacía algún comentario ocasional y compartieron unas nueces. El pájaro, entonces, habló de su vida en la veterinaria, de la soledad y el aburrimiento de los fines de semana, de cómo extrañaba su selva ancestral.
Asi siguieron charlando y charlando, en idish, por supuesto, hasta quedarse los dos dormidos. A la mañana siguiente, Meyer se colocó los «tefilin» (indumentaria religiosa) y rezó. El loro preguntó que hacia, quiso aprender, y Meyer salió a la calle y volvió con «tefilin» en miniatura para el loro, que muy rapidamente aprendió a «davenen» (rezar) en hebreo.
En Rosh Hashana (año nuevo), el loro pidió ir al shil (templo). Meyer le explicó que no era ni un lugar ni una actividad para pájaros. Pero el loro insistio de manera implorante. Meyer le dijo que no podía. El loro insistió. Meyer finalmente cedió a los ruegos del animal, lo puso al hombro y lo llevó.
Tuvo que darle toda clase de explicaciones al rabino, y tambien al Jazan (Cantor). Finalmente los convenció, asegurando que el loro sabia «davenen». Todos los asistentes apostaron que lo que Meyer contaba del loro era imposible, porque era una locura aceptar que sabría «davenen». Eran apuestas reales, en contante y sonante. El viudo Meyer, sonriendo imperceptiblemente, aceptó todas las apuestas en su contra, incluso una del propio rabino…
El pájaro dejó transcurrir cada plegaria y cada cancion sin emitir un solo sonido. Meyer se enojo hasta la furia y le murmuró muchas veces al oido:
– ¡»Daven»! «Daven»!, El loro, nada.
– ¡Vamos, loro cretino, «daven»! Sabes hacerlo, pájaro maldito, hazlo! ¡Todos te miran!
El loro nada...
– leeeeeee, maldito loro, y la rep….que te p….!!!!!!! Rezaaaa¡ de una veeeeezzzzz!!!!!!!!
El loro nada.
Cuando terminó el servicio, Meyer le debía a sus amigos del «shil» y al rabino mas de 4000 dólares. Estaba tan enojado que no habló ni una palabra en todo el camino a casa. Pero cuando llegaron, el loro empezó a cantar a grito pelado:
– «Hevenu sholem aleijem, hevenu shoooleeeeem aleeeiiijem»!!!!!
– ¡Pajarraco miserable! – chilló Meyer ¡Me costaste 4000 dólares! ¿Por qué?? Te traté siempre bien. Te compré «tefilin» y aprendiste todas las plegarias. Te enseñé hebreo y la «Tora». Y ¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué?
– Meyeeeeer – contestó suavemente el loro – no seas «shmok» (imbécil) . ¡Pensá en lo que vamos a ganar en Yom Kipur.!!!!!!!!!!!!!!!!