- Para salir de la burbuja y de la zona de confort hay que descubrir al genio interior que todos llevamos dentro
El general Perón dijo que los únicos privilegiados son los niños. Pero las clases altas estarían hoy formando jóvenes cómodos, con poca conciencia del sacrificio y sin experiencia para enfrentar los desafíos que se le presentarán en la vida. Se trata de niños y jóvenes privilegiados y posibles dirigentes del futuro que son los que tendrán mayor responsabilidad en el futuro.
Abandona a tus hijos en el bosque es una costumbre holandesa. “La dejada” consiste en llevar a preadolescentes a un bosque en medio de la noche y dejarlos con pocos instrumentos para orientarse en el reto de volver atravesando las dificultades, desafíos y acechanzas implicadas. Puede sonar a una locura. Pero los holandeses viven la infancia de otro modo, se les enseña a no depender tanto de los padres y ellos permiten que los niños resuelvan sus problemas, que templen el carácter, que asuman responsabilidades y que luchen con sus temores.
Es una forma de enseñarles a valerse por sí mismos. Un chico que tardó 6 horas en encontrar el camino de regreso lo valoró de esta manera: «Te enseña a seguir caminando, a continuar».
Steve Jobs dijo: «Nunca dejen de tener hambre y de ser alocados». «No dejen de pelear, arriesgar y tener rebeldía. ¿Estamos formando una generación de luchadores, o de cómodos?
Diversos factores transformaron la relación entre padres e hijos. La tecnología ha separado a los nativos digitales de los mayores, la sociedad de consumo exacerbó el consumismo; la democratización cambia los modelos de crianza y genera el quiebre de la autoridad.
Todo vale
La flexibilización de las normas sociales reemplazó dogmas e imposiciones por reglas que, por ser tan flexibles, terminan siendo confusas. El espacio público se volvió hostil, en el siglo pasado los chicos jugaban en la calle. Hoy los peligros acechan y generan una actitud protectora. Se trata de resguardarlos en una especie de burbuja. Por el fracaso de la escuela pública van a escuelas privadas con poblaciones de iguales. Eso genera más tranquilidad, pero sin diversidad. Se restringe el aprendizaje social y el desafío de convivir con diferentes.
La zona de confort
Los chicos se van instalando en zonas de confort. Perciben el miedo de sus padres que implica que no puedan soltarlos. Los llevan y traen a todas partes; los atemoriza que usen el transporte público y hasta que vuelvan caminando. Son chicos que no usan la bicicleta al menos como medio de transporte. En calles salvajes eso tranquiliza a los padres.
No diferencian el tener del saber
Con el carnet de conductor incorporan en su mente el derecho a usar el auto. La licencia se obtiene con práctica y estudio; pero usar un auto exige responsabilidad, deberes, obligaciones, gastos, nociones que desconocen los adolescentes de la clase acomodada. Desde la cuna tuvieron valores altos de consumo. Por ejemplo tienen celulares costosos pero no dimensionan el valor, la responsabilidad y sacrificio que eso implica. Naturalizan una carrera alocada por el nuevo modelo sin comprender el concepto de «vida útil» y sí el de “obsolescencia programada” con el cual la sociedad de consumo los maneja.
Conviven con teléfonos inteligentes que no podrían comprar con el dinero de su trabajo. Viajan al exterior, las vacaciones de invierno son programadas y costosas. Hay que armarles programas que los entretengan porque afuera todo es muy riesgoso.
Una generación de padres culposos
Son padres que no han aprendido el oficio y les cuesta poner límites y no se ponen de acuerdo con ellos ni con las alianzas entre adultos. La desconfianza ataca el vínculo con los docentes y entre los propios padres.
A nuestros padres jamás se les hubiera ocurrido acompañar a sus hijos adolescentes a comprar alcohol para el viaje de egresados. Es mejor acompañarlos que dejarlos solos, dicen; controlar que mirar para otro lado. Mejor que lo hagan con nuestra guía y contención.
Todo está permitido
Todo parece razonable pero les están sirviendo todo en bandeja La escuela se amolda más a los alumnos que los alumnos a la escuela. No se les exige uniforme, ni pararse cuando entra el docente a clase, ni tratar de usted al adulto. Para todo tienen buenos y atendibles argumentos. Pero los chicos están tan cómodos que carecen de rebeldía porque no tienen contra qué rebelarse. Cada vez encuentran menos convenciones a transgredir.
En casa también se sienten cómodos. Tan cómodos que siguen viviendo allí hasta después de los 30 años. Las vacaciones se acomodan para que los chicos estén con sus amigos. Las universidades están más cerca y carecen de la experiencia del desarraigo. Los jóvenes de la clase media privilegiada prefieren viajar a trabajar en el exterior que alquilar un ambiente. Y quizás esté bien. Parece más seductor, pero ¿es más formativo? Eso se podría discutir.
No son independientes
Para independizarse sus exigencias son muy elevadas y eso alimenta un círculo de frustraciones. La frustración suele convertirse en resentimiento. Les cuesta asumir un primer empleo que implique demasiados sacrificios. La ley de la herencia consagra herederos forzosos y eso los lleva esperar su parte de la fortuna sin cultivar su energía creadora, sin arriesgarse en proyectos propios, sin innovar, sin esforzarse, sin explorar nuevos caminos.
Hoy diríamos «sin agregar valor» ¿Estamos promoviendo la vocación emprendedora, el espíritu de riesgo, el alejamiento de su zona de confort o consintiendo que cada vez necesiten más? ¿Les estamos inculcando la cultura del esfuerzo, enseñándoles a ganarse la vida y a necesitar menos?
Un sistema en crisis
La crisis de la educación actual no asegura un aprendizaje de calidad ni igualdad de oportunidades, justamente cuando crece la demanda de soluciones. Están quienes proponen el retorno de la vieja escuela, la que prometía orden y ascenso social (Mi hijo el dotor). Otros imaginan futuros sin escuela con soluciones tecnológicas novedosas improbables. Los futuristas ven una crisis terminal y se fugan hacia delante, proponen que, con dispositivos tecnológicos baratos, de conexión individual, accedan a contenidos en línea, desarrollen las habilidades blandas y desemboquen en la competencia del emprendedor innovador.
Pero no es así como los países desarrollados enfrentan los problemas de calidad y equidad educativa ni como alcanzaron el desarrollo y la justicia social. No hay que restituir modelos del siglo XIX ni reemplazar la escuela por plataformas digitales, sino mejorar las escuelas instalando una autoridad basada en el saber hacer y en el poder hacer de los docentes la clave del éxito escolar. Para afrontar las funciones que les son propias y legítimas se precisa profesionalización y mejores condiciones para la enseñanza. Sin eso estamos condenados.
En una investigación reciente del Área de Educación de la Escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella, estudiamos un grupo de escuelas secundarias públicas que reciben alumnos con nivel socioeconómico por debajo del promedio de su jurisdicción y que sin embargo obtienen resultados de aprendizaje por encima del promedio. Las llamamos «escuelas resilientes», porque logran sobreponerse a la adversidad y contradicen la profecía de que los alumnos más pobres aprenderán menos. Ninguna se destaca por contar con innovaciones tecnológicas ni materiales didácticos extraordinarios ni infraestructura de primera; tienen importantes déficits. ¿Cómo lo logran? Lo que funciona es la existencia de un marco organizativo fuerte (cumplen horarios, bajo ausentismo), altas expectativas (los docentes enseñan convencidos de que todos los alumnos pueden aprender), tutorías (acompañamiento personalizado a la trayectoria educativa de cada estudiante) y un equipo directivo con buena formación. En estas escuelas, el factor crítico son las personas, que dan más de lo que han recibido y reciben. Pero ¿puede un sistema requerir que sus docentes sean superhéroes?
Según el GTSI ( Global Teacher Status Index), el prestigio de los docentes argentinos es de los más bajos del mundo. En primaria, un tercio trabaja en más de una escuela, y en secundaria lo hace el 44%, lo que afecta la participación plena en la vida de cada escuela.
En el país, el promedio salarial docente es menor que el de otros trabajadores con formación equivalente en los sectores de servicios e industria y, a nivel internacional, los salarios son los más bajos: el puesto 34 sobre 37 países, según la OCDE. Y hay un elemento adicional.
Según el Censo Nacional Docente 2014, el 54% de los adultos que trabajan en las escuelas provienen de hogares cuyo nivel educativo alcanzado es el nivel primario (36% con primaria completa, 17% con primaria incompleta y 1% nunca asistió a la escuela). Este dato es central a la hora de considerar la formación que necesitan los docentes argentinos, que, proviniendo de contextos familiares de nivel educativo bajo tienen la enorme tarea de lograr niveles de excelencia en sus alumnos.
Pero no todo se resuelve con la formación docente; se requiere además una carrera profesional desafiante con incentivos y evaluaciones que reemplacen a la antigüedad como única variable de reconocimiento y condiciones laborales apropiadas para afrontar los contextos en que se lleva adelante la enseñanza. Las políticas docentes en la Argentina se estancaros a pesar de que son estratégicas para la mejora educativa y, con ella, para el desarrollo del país. Y no pueden improvisarse ni reducirse a programas lanzados desde escritorios ministeriales; requieren liderazgo político, amplios consensos, decisiones basadas en evidencias y recursos suficientes.
La estrategia Thelma y Louise
Acostumbradas a hacer las cosas del mismo modo, cerraban los ojos, ignoraban los cambios, se tomaban de la mano y pisaban el acelerador hacia el precipicio. Esto ocurrió en una famosa película. La pregunta a responder es: ¿sigue teniendo sentido hacer lo mismo cuando existe un nuevo contexto? ¿Vale la pena correr siempre de atrás y tratar de no perder la carrera contra las propuestas más innovadoras, pero nunca dar un paso adelante? El “gen de sentirse cómodo en la incomodidad” no está muy extendido, y debería ser un aprendizaje central en el proceso educativo. Hay que salir a la calle para escapar de la zona de comodidad. Nunca fue tan obvia la necesidad de hacer una transformación drástica, pero a su vez nunca fue tan difícil.
El “efecto statu quo”, que estudió la economía del comportamiento, crece en etapas de cambio porque las innovaciones no tienen con qué ser comparadas, y se descartan más fácilmente. Las organizaciones castigan más a quién decide mal que al que no decide. Este “sesgo de omisión” lleva a no hacer algo nuevo, a cumplir con los rituales, sin tomar riesgos. Nadie puede imponer un cambio, todos pueden vetarlo y prevalece el statu quo.
Como los incentivos se plantean a corto plazo, nadie se anima a ir en contra de lo que le da de comer hoy. Hay que mentalizarse a que no volverá la antigua estabilidad de las reglas, y eso es muy difícil de procesar. En esta etapa de los procesos de innovación, hay que focalizarse en auxiliares, en la aplicación directa de herramientas de cambio. Hay que buscar un lenguaje renovado para fomentarlo, que no remita a lugares comunes y sin tenerles miedo.
Cuando quedarse en la zona de comodidad
Cuando lo único permanente es el cambio, la novedad se impone sólo porque es novedosa y nada permanece. Desaparecen las referencias y las señales que cumplen una importante función orientadora. No hay oportunidad para la consolidación de ideas, relaciones o proyectos imperecederos, que trasciendan a la coyuntura. Una rutina es una herejía de repetición, retorno y permanencia, que termina convirtiéndose en aburrimiento. Nadie llamaría aburridas a ciertas repeticiones, a cosas que se hacen o esperan y cuya verificación tranquiliza. No inmovilizan, certifican el rumbo y aseguran que uno está vivo.
La rutina es una hoja de ruta
El amor se revela nuevo en la eterna repetición de sí mismo, como en la naturaleza con sus ciclos. La rutina puede ser repetición mecánica o convertirse en rituales con contenido a través de gestos, actos y palabras repetidas. Depende de cómo se vivan.
Toda rutina puede ser vivida como celebración de la continuidad de la vida, de los vínculos, de las elecciones. Los rituales se inventaron para hacer más llevaderos los momentos difíciles.
El requisito previo es vivir despierto, no en piloto automático o en una carrera urgente a ninguna parte. Para que una rutina sea un ritual existencial se necesita paciencia, presencia, compromiso, cooperación, contacto, atención. Mudarse a los mismos lugares, porque nunca son los mismos. La estrategia es salir de la burbuja de la zona de confort pero seguir siendo uno mismo.
La zona de confort proporciona abrigo y seguridad
Abarca lo conocido, esos ambientes de los uno se siente parte y en donde se halla a gusto. Protege pero puede causar daño. Acomodarse es estancarse, no buscar nuevos estímulos y retos. Por eso es importante olvidar el miedo a lo desconocido y salir de la zona de confort para buscar nuevas emociones y aprendizajes.
Las zonas de confort suelen ser barreras para el crecimiento personal, las fuerzas de cambio son contradictorias en el cerebro. Por un lado se busca homogeneidad, todo lo necesario para ahorrar energía. Se busca constancia, quedarse en la zona de confort, no correr riesgos. Nada es fácil para la fuerza contraria, la del cambio. La mitad de las iniciativas de “cambio” terminan en fracaso. De 100 ideas sólo una llega a la práctica. La prueba de la acción es modelar razonamientos que puedan ser refutados, que logren detectar las brechas, obtener poder explicativo y sobrevivir a razonamientos alternativos.
Las pruebas contundentes son específicas, predictivas, y determinadas. A la verdad uno se acerca para ratificar o rectificar hipótesis, buscando mejorarlas. Como no existe la divina perfección, la acción debe ayudar a encontrarla.
Verdi dijo que siempre buscó la perfección pero que nunca la pudo hallar. Gracias a eso a los 85 años mantenía su longevidad creativa, porque seguía pasando de un estado de confort a otro, y con gran entusiasmo. Freud explicó que la herejía de una época es la ortodoxia de la otra. Para salir de la burbuja y de la zona de confort hay que descubrir al genio interior que todos llevamos dentro y aprender a convertir el poder interior, que el mundo conoce como empowerment, en la fortaleza principal que sostenga el progreso individual y social.