“Paren el mundo, me quiero bajar”, decía Mafalda en la historieta de Quino hace 50 años. Según la teoría del caos el aletear de una mariposa en África puede generar un maremoto en San Francisco. La interrelación causa-efecto se da en todos los eventos de la vida.
Un pequeño cambio puede generar grandes cambios aunque no sean advertidos.
En una conferencia de 2015 Bill Gates, alertó: «Si algo va a matar a más de diez millones de personas en las próximas décadas será un virus muy infeccioso, mucho más que una guerra. No habrá misiles, sino microbios. Esto pasará porque se ha invertido mucho en armamentos nucleares pero se hizo muy poco en crear sistemas de salud para poder detener las epidemias.
Negar la realidad
El ser humano prefiere las buenas noticias y vivir en la zona de confort.
Por eso se engaña, busca excusas y se miente a sí mismo, para justificar su irracionalidad.
Al excusarse reconocer su falla pero brinda una explicación racional para no sentir culpa. Así recurre a accidentes, fenómenos irreversibles, cuestiones biológicas o chivos expiatorios.
Al que se resiste a aceptar la creencia colectiva falsa se lo llama pesimista y se prefiere imitar a los ricos y famosos aunque no acepten el calentamiento global como hace Ronald Trump.
Tal como predica la ley de Murphy “todo lo que puede salir mal, va a salir mal”, al menos ante una cierta combinación de sucesos. El antídoto es ser previsor en los detalles a través del check liste. Se trata entonces de ser negativo en el pensamiento pero optimista en la acción.
El desafío es complejo
Somos ciudadanos globales, lo que ocurre en otras partes nos afecta, pero actuamos como ciudadanos locales. Pocos conocen o no les importa la reacción mundial en cadena. Los organismos internacionales y los científicos indican que debemos avanzar hacia un gobierno internacional colaborativo. Hay países con problemas por falta de recursos, otros que por falta de capacidades y hay países que tienen problemas por falta de determinación.
Podríamos cambiar pero implicaría hacer frente a la inacción. El coronavirus no distingue clases sociales ni registra el PBI de los países. Sin embargo será más cruel con los más vulnerables. Por eso habrá que gestionar el riesgo, diseñando escenarios realistas que reconozcan las capacidades instaladas y las debilidades a atender. Hay que actuar antes que colapsen los sistemas de salud, se destruyan los vínculos sociales y las economías regionales.
Vivimos conectados
Y por lo tanto saturados de información y sin creer en los políticos.
La circulación de rumores se multiplica de velozmente por las redes sociales y sin filtro.
El problema es administrar la incertidumbre cuando se exigen certezas; convocar a la acción común cuando nadie cree en lo que le dicen. Además de brindar información precisa, sistemática y oportuna es esencial reconstruir la confianza. La información es clave para comprender los escenarios y activar los protocolos: conocer el nuevo virus, identificar métodos de detección temprana, alertar a la población y orientarla, definir los roles de los organismos del Estado, preparar el sistema sanitario, identificar las debilidades para mitigarlas, proyectar medidas económicas para que la crisis no se transforme en una catástrofe.
La información es clave para saber qué hacer, comprender y evaluar si el gobierno actúa bien, para controlar que se cumplan las medidas y para proyectar las decisiones. La percepción del riesgo cambia en cada comunidad y es vital para promover conductas de cuidado y contención.
Está dañada la credibilidad
Se debilitaron los vínculos de confianza con los gobiernos. Las crisis de representación, ocultar información en sistemas autoritarios, negar los problemas, cuestionar a los medios de comunicación y a las empresas que administran las redes sociales: han dañado los vínculos y hacen mucho ruido en las emergencias. En sociedades conectadas en red pero distantes, los rumores se expanden como noticias falsas y predomina el descrédito.
Cada cual hace la suya. Si no reconstruye el lazo social, los ciudadanos se informan en las redes o en internet, los medios consultan a otras fuentes, las instituciones averiguan con sus propios especialistas, las familias se aturden, los gobiernos toman decisiones apuradas y la presión social hace que se movilicen inadecuadamente los recursos existentes.
La desinformación y el miedo alimentan el pánico
Hay que escuchar a la población y atender sus temores y percepciones para movilizar la acción de todos y detener la pandemia. Hay que transparentar los sucesos, reconocer las dificultades, transmitir solvencia y reconstruir el vínculo de confianza que está roto y es difícil de reparar. Y todos tenemos que hacer nuestra parte.
Debemos movilizarnos
Detengamos la pandemia actuando cada uno desde su lugar. Somos un mundo global con enormes desigualdades. Ojalá que esta pandemia nos haga resilientes y que pensemos acciones para salir fortalecidos, para que estas muertes no sean en vano, para que el aislamiento nos ayude a encontrarnos. Ojalá esta pandemia nos permita aprender a construir comunidades más inclusivas, más saludables, más sostenibles. Un mundo global pero unido, con futuro. Para frenar la enfermedad hace falta movilizar la acción y la solidaridad de todos.
El poder de anticipación es esencial
Se puede decidir cualquier cosa, lo que no se puede es evitar los efectos de las decisiones. Saber dónde estuve, dónde estoy, dónde quiero estar y que haré para conseguirlo es la clave del pensamiento estratégico. Las decisiones estratégicas son las que mueven el amperímetro. Son las que concretan ideas con alto valor agregado, visualizan su evolución, planifican su ejecución en el tiempo y en el espacio, controlan los resultados si se alejan del objetivo y toman nuevas decisiones para que se concreten en el tiempo deseado.
Cómo anticiparse. Se trata de adelantarse a los acontecimientos. En genética es la tendencia que permite predecir lo que pasará. Es una habilidad que le permite al deportista intuir lo que hará su compañero u oponente. Requiere desarrollar capacidades que están adormecidas.
El principio es “mejor prevenir que curar”
Pero cerebro está preparado para resolver problemas, no para anticiparse y evitar que ocurran. La vida moderna recarga la agenda para aprovechar el tiempo, como en la frase time is money, y cuando no se hace nada significa que algo anda mal. La falla es no saber separar lo urgente de lo importante y ante una amenaza u oportunidad, diferir la resolución del tema. Por eso una operación diferida es una oportunidad perdida.
Las empresas buscan transformar la naturaleza y hacen uso del saber para conseguir sus fines y beneficiarse. Por eso financian las investigaciones que le convienen. No están interesada en el bien común. El desafío de la Universidad es recuperar la dimensión universal del saber. Una ciencia sin conciencia es la ruina del hombre. Los errores de predicción son comunes por eso los modelos del conocimiento deben adaptarse a la realidad y no la realidad al modelo.
Veamos lo que se creía sobre las computadoras
No sirve para nada (George Bidell, sobre la máquina de Babbage, 1842) El llamado teléfono no tiene valor (Western Union, 1876) ¿Para qué coño sirve? (Lloyd, de IBM sobre el microchip). No te necesitamos, no tienes título universitario (Hewlett-Packard, ante el pedido de empleo de Steve Jobs) No hay razón para que alguien tenga una computadora en el hogar (Olson, de Digital Equipment Corporation 1977). Hay mercado para unos 5 ordenadores en todo el mundo.(Watson, presidente de IBM, 1993).
Invertir en educación
La educación es la que anticipa mejor los resultados. Es la industria pesada de una nación porque fabrica ciudadanos y es el factor clave en las estrategias nacionales, porque la gente educada está mejor preparada para contribuir con el desarrollo.
Las habilidades a desarrollar son en ciencia: capacidad de diseñar y programar. En creatividad: producir ideas innovadoras, sentido artístico y del humor, intuición. En lo social: capacidad de relacionarse, sensibilidad, persuasión, sentido de la oportunidad, espíritu de equipo y liderazgo.
En 1970, Ghana y Corea tenían igual ingreso per cápita. En 2013, el de Corea fue 14 veces mayor por su inversión en el conocimiento. Tiene 400 centros públicos de investigación, el mayor gasto público por estudiante y un aumento en la matrícula de educación terciaria.
Incrementar la capacidad de anticiparse
El ser reactivo actúa cuando las cosas suceden y el proactivo hace que las cosas ocurran. El buen anticipador usa la proactividad para detectar a dónde va el mundo y la reactividad para responder. No pierde tiempo defendiendo sus creencias y se despoja de su ego para aceptar la mejor idea sin importarle de donde partió. Al predecir puede errar, por eso controla la marcha del plan para corregirlo. No mira sólo donde está la pelota, intuye dónde estará y se anticipa. Sabe que el que pega primero, pega dos veces.
No estamos preparados. Necesitamos una estrategia mundial contra el Coronavirus o nunca se irá. “Hay mercados que no funcionan en casos de pandemia”. Todos los países tendrían que suscribir un acuerdo, para dividir sus aportes y responsabilidades. La única manera de acabar con esta pandemia es inmunizar a la población mundial contra la enfermedad. Esto significa invertir en plantas de producción. Harán falta 7400 millones de dólares para vacunar a todos pero no son nada comparadas con el costo que tendría un brote más largo.
Todos estamos conectados
Las pandemias nos recuerdan que ayudar es lo correcto y también lo inteligente, a los seres humanos no los unen sólo valores y lazos. Están conectados por gérmenes microscópicos que vinculan la salud de todos. La respuesta debe ser global.
Es la oportunidad para hacer lo que nunca pensamos. Una legión de filósofos intenta mostrar profundidad, pero parecen consejeros de autoayuda, atrapados en una retórica banal.
Este hecho describe a la humanidad tal como está. Para Confucio la experiencia es una lámpara que ilumina solo el camino recorrido. La realidad confirma que con esa luz no alcanza. La predicción de Bill Gates invita a reflexionar: “Como el futuro no existe debemos inventarlo”.
Yo o el caos
El maniqueísmo extremo no pone en juego la verdadera capacidad del líder, sino lo que ocurriría si el enemigo triunfa. Así la capacidad de votar se limita a elegir al menos malo. El estereotipo se alimenta negándose a debatir la parte técnica y no ideológica, lo que es inevitable para funcionar mejor. En nombre del bien y el mal, se evita el debate democrático.
Mientras tanto el ciudadano percibe una sociedad insegura e ingobernable, donde la corrupción y la violencia destruyen las instituciones. El costo es la destrucción de la economía, la angustia del ciudadano común, el menoscabo de su salud física y mental, el deterioro de la infraestructura, del capital de las empresas y la pérdida de mercados externos.
Mientras tanto la gente aplica la estrategia de “sálvese quien pueda”, se dedica a sus asuntos, ignora la realidad o la mira por TV. Cuando los procesos salen de su cauce, se gestan golpes de estado y el nuevo gobierno aparece como salida ante la precaria institucionalidad. Evitemos esa perspectiva fortaleciendo al ciudadano y a las instituciones, con un proyecto internacional que se diseñe globalmente y que actúe localmente para crear un futuro común y compartido sin prejuicios. Nuevamente: seamos pesimistas en el diagnóstico y optimistas en la acción.
Falta de iniciativa
Una sociedad pasiva y permisiva fracasa al preocuparse más por sus consumos que por la cosa pública y no le importan ni la corrupción ni la educación. Las sociedades no viven cambiando y así vida privada predomina sobre la pública salvo cuando las convulsiones las impulsan a interesarse. Hay una equivalencia con un fenómeno natural analizado por el Premio Nobel Ilya Prigogine en la teoría del caos. Hay partículas que permanecen indiferentes mientras el sistema se encuentra en equilibrio. Tan pronto se desajusta despiertan e interactúan entre ellas y con el medio externo. Comparando a los ciudadanos con partículas, cuando el sistema social se aleja del equilibrio se lanzan a la acción colectiva.
Cuando un sistema cambia abruptamente, sus partes se tornan activas y generan conductas nuevas. Pasan del orden al caos y generan un nuevo orden. El intelectual lo advierte pero a la gente no se le llega por el intelecto sino por su sensación de malestar o bienestar. El intelectual se impacienta ante una sociedad lenta, que, cuando reacciona, elige una ruta inesperada.
Einstein era determinista y lo expresaba en “Dios no juega a los dados”. Para Prigogine el aletear de una mariposa en África puede provocar un maremoto en San Francisco. Para él el universo es creativo y provocador. Muchos éxitos surgen del fracaso revelando contradicciones y desórdenes, pero que a la par crean nuevas estructuras que se rehacen continuamente.
Conciencia social
Hoy los jóvenes piden a las empresas responsabilidad en el desarrollo social. Ellas tienen éxito en hacer dinero, pero no en mejorar el bienestar. No aumentan el progreso ni mejoran la vida de sus empleados, no protegen el medio ambiente ni mejoran la productividad. Sí crean riqueza, beneficios, liderazgo etc., producen, intercambian y canalizan la innovación. Los jóvenes piden entrenamiento y desarrollo para hacer una contribución significativa. Demandan conciencia social, menos ganancias y que piensen en el bienestar general.
Inteligencia situacional
No puedes parar el mundo pero si cambiar el modo de adaptarte y de actuar en él. Podrás lograr metas importantes utilizando más tu cabeza que tus pies, porque el capital que produzcas y resguardes entre tus dos orejas ninguna crisis te lo podrá quitar.