La rueda del hedonismo adopta al placer por el placer mismo. Como si fuera una droga, se precisa cada vez más y más placer para experimentar el mismo grado de bienestar, tal como ocurre en las primeras salidas de la etapa adolescente.
Un móvil mejor, un coche con chiches, un abrigo más caro. Aunque todo cumple su función, el equilibrio es la clave. Con darse alguna licencia no pasa nada, siempre que sea puntual. Arístipo fundador del hedonismo disfrutó de maravillosos banquetes, increíbles orgías y consagró su vida a los placeres terrenales. Pero quizá muriera, sintiéndose un auténtico desgraciado.
Qué excitación, por fin es suyo. Seguro, con el dineral que ha costado. Pero ahí está, tan elegante, tan nuevo. El smartphone, el coche, o el abrigo. El capricho. La sensación de felicidad es inenarrable. Lo embarga, lo llena. Pero, ¿es felicidad? Parece que no. Que eso que se siente es placer, y que el placer es efímero. Porque pronto habrá una versión mejorada del móvil, un modelo distinto de su coche o se topará con un abrigo más bonito incitándolo a la compra. Y, por si fuera poco, empezará a no saber lo que es la verdadera felicidad.
Más allá de la biología
El denominador común de las acciones humanas son las conductas y las actitudes. Cada pensamiento genera una emoción y cada emoción moviliza un circuito hormonal que impactará en las células y neuronas del organismo. El alfabeto SARD las sintetiza así. Las conductas “S”: serenidad, silencio, sabiduría, sabor, sexo, sueño, sonrisa; y las conductas “A”: ánimo, amor, aprecio, amistad, acercamiento, son las que fabrican la serotonina, la hormona de la felicidad. Las conductas “R”: resentimiento, rabia, rencor, reproche, resistencias, represión y las conductas “D”: depresión, desánimo, desesperación, desolación; producen cortisol, la hormona que corroe las células. La “mala sangre” contiene mucho cortisol. El buen humor es la clave de la longevidad. Dominar el alfabeto emocional desde la primera infancia permite vivir más tiempo y mucho mejor.
La burocracia rutinaria e inconsciente
Hacen que el cerebro funcione en piloto automático con un gasto mínimo de energía. Las experiencias transitan por las mismas rutas neuronales y la rutina nos hace olvidar el propósito originario de la conducta y hace que trabajemos sin saber por qué. Para salir de la trampa hay que pensar en el resultado esperado y realinear el foco de atención con la asignación de importancia. “Yo quiero” son palabras mágicas que hacen circular la energía desde el hemisferio derecho que produce las ideas para que la voluntad elija las mejores. Inspirar la vida en un propósito y concentrarse en él, permite ver los hechos como oportunidades y poder interpretarlos a nuestro favor.
El instrumento
El cuerpo es el medio, los sentidos brindan la información, la mente es el vehículo interior, que con su telescopio y microscopio psíquicos, lo recorre. Cuando uno se inventa a sí mismo la voluntad llega más lejos que la inteligencia. Al hallar la misión y consultarla, sin limitarnos a la interpretación sensorial, esos pensamientos crean nuestro mundo, nos alejamos de lo que hacemos y sembramos la semilla de lo que queremos ser.
Un poco de historia
El hombre primitivo vivía de la caza descubriendo su presa por sus rastros en la tierra. Fue el proceso que condujo a la lectura. Adivinar reunía el diagnóstico y el pronóstico a través del gesto más antiguo de la historia intelectual: el cazador agachado en el barro examinando las huellas de su presa. Con el lenguaje verbal, en el hemisferio izquierdo se alojaron las destrezas de pensamiento y en el derecho el sentimiento y la intuición. Un cuerpo de fibras los conectó. Cuando este cuerpo es seccionado se pierde el sentido de identidad.
Nuestros microbios
100 billones de microbios se incorporan al cuerpo que los cobija y matan los gérmenes que causan las enfermedades. El bienestar depende del microbio-clima que ayuda a descomponer alimentos, sintetizar vitaminas y proteger contra gérmenes. El organismo del adulto tiene 10 veces más bacterias que células en el tracto digestivo.
Tenemos tres cerebros
En la cabeza, en el corazón y en el intestino. El último es capaz de dominar a los otros. Quien sintió un hormigueo en el estómago previo a una conferencia, sabe de eso. Ansiedad, depresión, úlceras, colon irritable, colitis, reconocen síntomas duales. El cerebro abdominal aporta el agua y elementos nutritivos. Los conduce por el tubo digestivo con movimientos ondulatorios, segrega jugos digestivos, digiere y absorbe el alimento, lo lleva hasta el sistema circulatorio y expulsa los desechos. Crea neurotransmisores que influyen en el estado anímico, opiáceos que modulan el dolor y compuestos químicos tranquilizantes.
Se creía que el cerebro controlaba el intestino a través del nervio vago, que el tubo sólo obedecía. Pero el intestino alberga más células inmunitarias que el resto del cuerpo. Sus neuronas comandantes dirigen a millones de neuronas. Hay células glía que las nutren y producen la respuesta inmunitaria. Poseen sensores y almacena programas, controla el progreso, mide los ácidos y las sales, es un laboratorio químico con sistema informático propio.
El intestino utiliza neurotransmisores como la serotonina que provoca bienestar.
Los tres cerebros intercambian mensajes que desencadenan efectos. Estrés e intestino se conectan. Los pacientes con trastornos crónicos tuvieron traumas. Lo que es bueno para el cerebro es bueno para los demás. Al detectar sustancias extrañas, suena la alarma y se liberan agentes que generan diarrea para expulsar al intruso. Un intestino estresado propicia trastornos y cáncer de colon. A medida que se conocen a las mariposas del estómago, se ve cómo influyen las hormonas estresantes. El diálogo de los cerebros explica también el efecto placebo.
El poder del centro del cuerpo
La comunicación es de ida y vuelta, con 10 veces más tráfico hacia arriba. Las sensaciones que envían son de dolor o hinchazón. El intestino hace bien su trabajo. En su laboratorio produce medicamentos naturales. Allí reside el océano de la energía vital donde se integran mente y cuerpo. La meditación y las disciplinas psicofísicas se conectan allí, para integrar los sistemas corporales y lograr un estado de serenidad y de calma profunda.
Hipócrates, el Padre de la Medicina, dijo: “La Naturaleza es la que cura”: “Si no quieres estar enfermo, vive saludablemente”. Salud es vivir de acuerdo a leyes naturales, que afectan cuerpo, mente y espíritu. Hipócrates afirmó: “No hay enfermedades, hay enfermos”, son los que no viven saludablemente. La Naturaleza se regenera. “Deja obrar a la Naturaleza”. “Curar es desintoxicar”. Que tu medicina sea tu alimento, y que tu alimento sea tu medicina.
Hay alimentos que nutren y curan. Ellos limpian, restablecen y regeneran. Pero están los que alimentan pero enferman. Los Agentes que activan las defensas son: el ejercicio, la respiración correcta, la higiene física, mental y espiritual, el ayuno preventivo, el descanso, la vestimenta.
La limpieza es al cerebro del bajo vientre lo que la cura de sueño al sistema central. Se trata de hacer menos caso al parloteo mental y atender más al estómago. Hay que recuperar la sabiduría del bebé, quien puede llorar desesperadamente por hambre o acariciarse la barriga por placer.
El cerebro digestivo
Fue el primero, los animales eran un mero tubo digestivo. Con la evolución desarrollaron el sistema nervioso central. Pero el intestino no podía confiar en el cerebro y quedó como un circuito autónomo. El cerebro de la cabeza aprende, el colon también.
El intestino separa lo bueno de lo malo y absorbe sustancias que integra, tal como hacen sus colegas con las emociones, pensamientos y experiencias. El miedo produce estreñimiento.
En el intestino se conectan la realidad interna y externa, se retienen aspectos de la personalidad que se teme liberar. Apreciar los mensajes del vientre ayuda a conectar la mente con el cuerpo, si fuésemos plantas serían sus raíces. El sistema digestivo es el acoplado del corazón que mantiene al cerebro. Si falla el cerebro abdominal, el sistema se cae.
Tócame que me gusta
Para un tímido, el tacto es como el lenguaje Braile para un ciego. El estrés se nota, es el grito del cuerpo reclamando esa inteligencia arcaica y profunda, que satisfaga la necesidad de encuentro. Acariciarnos estimula las endorfinas que hacen soportar el dolor y brindan una profunda sensación de bienestar. La caricia abre la puerta: el pelo se eriza, el escalofrío aparece y la emoción se despliega. Una caricia habla antes de manifestarse, desde la intención. Al incluirla en el alfabeto nos comunicamos con los que amamos. No hay fuerza más potente que el amor, ni nada más hermoso que sentirlo correr por las venas.
La rueda hedónica
El placer es efímero, es una cuestión de piel, la felicidad se mide a largo plazo. La dopamina es la droga del placer y ataca a la serotonina que es la droga de la felicidad. El placer a corto plazo, euforia y recompensa, no brindan la calma ni la satisfacción genuina.
Las 4 C de la felicidad
La primera C es la de Conectar, la empatía es un generador de serotonina y de felicidad duradera. Hay que entrar en conexión con la gente, pero de verdad. No consultar Facebook para estar al día de las vidas de quienes no nos importan ni inundar el WhatsApp con mensajes reenviados. Lo que vale son las relaciones personales, cara a cara y hallar momentos de calidad que generen empatía, el motor para producir serotonina y felicidad.
Contribuir, es dar algo a los demás, recibir crea dopamina. Cuidarse, porque la falta de sueño, descanso, estrés o la sobrecarga de tareas, aumentan el cortisol, que es el motor de la depresión. Cocinar, ya que el triptófano en los huevos o en el pescado, los ácidos grasos omega 3 y la fructosa crean serotonina, la cocina sana, y equilibrada es precursora de la felicidad.
Por el contrario, la comida basura es el motor de placer y de la dopamina.
Placer o felicidad
La sociedad de consumo ha llevado a confundirlos. Mientras el placer es visceral; la felicidad es etérea. El placer se obtiene de sustancias químicas, la felicidad no. El placer es recibir; la felicidad es dar. El placer es individual; la felicidad es compartida. El placer lleva a las adicciones por drogas o conductas pero no se puede ser adicto a la felicidad. El ánimo por darse placer es insaciable, porque el cuerpo y la mente siempre quieren más. Ambos neurotransmisores son producidos por el cerebro en respuesta a las conductas. La dopamina excita o estimula a las neuronas y entonces estas se defienden del ataque creando defensas y reduciendo la cantidad de receptores para evitar el daño. Pero la siguiente vez se va a requerir un doble de estímulo porque habrá menos receptores disponibles. Y llega un momento en que no se siente nada y la neurona empieza a morir. Es el proceso de la adicción. La serotonina cumple el papel inverso, trata de inhibir al invasor. Su función es provocar alegría. La dopamina suprime a la serotonina, la búsqueda del placer por el placer nos aleja de la auténtica felicidad. El placer no es malo, darse un gusto de vez en cuando nunca viene mal. Lo malo es cuando la vida se enfoca mal. Se debe aprender a usar el cerebro para equilibrar el placer y la felicidad. Por eso hay que cuidar a la persona que nos acompañará toda la vida: a nosotros mismos.
Gimnasia corporal y mental
Son claras las ventajas de mover el cuerpo como un antídoto contra las plagas de la obesidad, el sedentarismo y el estrés. Lo que no se usa se pierde. La gimnasia influye en la mente ya que libera agentes químicos, que como la endorfina, provocan bienestar. Muchos dejan operar al cerebro en piloto automático como si pudiera entrenarse solo en la dura tarea de vivir y progresar. Esta fórmula no funciona.
La neuroplasticidad
Es la capacidad del cerebro de modificarse con el aprendizaje y la experiencia. La memoria se expande por redes neuronales que reflejan los cambios que se producen al aprender, practicar, entrenarse, trabajar y jugar. La pandemia más grave del siglo xxi será el mal de Alzheimer porque la edad física se extenderá pero no la del cerebro que no reciba entrenamiento. Esto diferencia a la gimnasia mental -dirigida por un método- de la basada en la fuerza bruta- que lleva al Burn out o cerebro quemado.
Volver a la infancia
Hay que destruir lo que ya no sirve, lo que impide crecer. El hombre no simpatiza con el cambio, cuando comienza a controlarlo y a disfrutar, debe cambiar y destruir las ideas que ya no le sirven. El peligro del éxito es que nos engaña. El retorno al pasado viene del futuro, desde nuestros proyectos. El regreso hace escala en el presente. Luego construimos el porvenir transformando sucesos aleatorios en tareas inventadas, para dominarlos con un proyecto transformador. Sin innovación nos sometemos, renunciamos al presente, sin afrontar el desafío de enriquecerlo.
Renovarse es vivir
La destrucción creativa evita perder flexibilidad ante lo nuevo y elimina viejas ideas que nos rigen silenciosamente. Para re: rejuvenecer el cerebro, renacer, reinventar y revolucionar, hay que atreverse a dejar lo que ya no es, para que crezca lo que puede ser. Siempre que se gana se pierde algo; siempre que se cierra una puerta se abre otra. Algo anda mal: cuando ganamos experiencia perdemos imaginación.
La Pandemia está poniendo a prueba la capacidad de renovación. Hay empresas aéreas que retiran los asientos de sus aeronaves y las convierten en espacio para cargas de mercaderías y con esa actitud comenzaron a obtener ganancias.
La propensión al consumo
Bares abiertos hasta el amanecer y tantos emoticones sonrientes son parches procuradores de bienestar momentáneo que malacostumbran y que salpican el camino a la felicidad. La sociedad actual se enfoca en el placer, en la satisfacción a corto plazo, en no tener que dar nada a cambio que es la vía directa a la frustración y a la depresión.
La rueda hedónica adopta al placer por el placer mismo. Como si fuera una droga, se precisa cada vez más y más placer para experimentar el mismo grado de bienestar, tal como ocurre en las primeras salidas de la etapa adolescente. Antes cualquier plan propiciaba sensaciones placenteras; ir al cine, tomar algo, todo valía. Placer en estado puro. Pero hoy, los planes deben volverse más elaborados para disfrutar el mismo placer. La sociedad de consumo ofrece el hedonismo, un radar que atrae como una adicción y que lleva a imitar a los ricos y famosos.
Por el contrario el camino a la felicidad ofrece una brújula que conduce a conocerse a uno mismo y a descubrir al genio interior que todos llevamos dentro. Pero todos los problemas tienen una causa y también una salida. La solución para todos los males pasa por la educación.