Para combatir la corrupción es necesario conocer como funciona la mente del corrupto y comprender sus mecanismos.
Los humanos son diferentes y su propia naturaleza los lleva a la vida social, pero suelen anteponer el interés propio al colectivo. Para evitar la confrontación nació el “Contrato social” que exige dejar de lado el egoísmo para lograr el bienestar general. La moral es un conjunto de reglas sobre cómo deben tratarse las personas y es esencial la buena fe, para que resulte viable.
Para Hobbes en estado natural, el hombre busca sobrevivir y vive en estado de guerra. El contrato facilitaría la vida social si todos renuncian a la fuerza para dirimir sus conflictos, aceptan la ley y el Estado garantiza su cumplimiento. Sin eso, el hombre es el lobo del hombre.
Para Rousseau, la sociedad pervierte al hombre, que, en estado natural, es pacífico y bueno. En la sociedad hay desigualdad, competencia y efectos negativos del progreso. La libertad es un hecho natural al que renuncian parcialmente para vivir en sociedad, a partir de leyes que garantizan su ejercicio y que el Estado supervisa. El futuro de una comunidad depende de que contrato social se cumpla, y no se da cuando se lo viola, la comunidad festeja el incumplimiento y la Justicia omite las sanciones. Así la aspiración a la vida tranquila suena utópica.
La burocracia del Estado
La creación de un Estado inteligente entra en conflicto con la corrupción fomentada por los gobernantes. Cuando el Estado se ocupa de todo, de manera detallada y pretende que los funcionarios actúen honestamente, el tamaño desmedido de su organización resquebraja los controles. Para disminuir los actos de corrupción hay que simplificar la administración porque detrás de cada trámite se incentiva una prebenda.
La maldición de los recursos naturales
Hay países ricos en recursos con pueblos pobres. Noruega es la excepción. Con enormes riquezas en petróleo y gas lidera en desarrollo humano y administra su riqueza con una economía planificada. Suecia, Finlandia y Dinamarca sin esos recursos tienen un modelo capitalista con economías exitosas basadas en la innovación. Noruega, en cambio, no apostó a la investigación. Sin esos recursos no sería competitiva pero no tiene corrupción. Países populistas con grandes recursos ocupan las peores posiciones en los índices de transparencia. Entre 158 países, Bolivia ocupa el puesto 117 y Venezuela el 130. La diferencia es que Noruega usa sus recursos sin innovación, pero los beneficios llegan a su gente.
Algunos noruegos temen que sus riquezas repartidas por un Estado pródigo hayan terminado por corromper la ética del trabajo, como si hubiesen canjeado ocio por petróleo. Trabajan menos horas que los ciudadanos de otras democracias. Se han vuelto complacientes, con más vacaciones, beneficios y licencias por enfermedad. Un día de éstos, el sueño puede terminar. Pero hoy el trabajo abunda y la mano del gobierno es omnipresente, incluso para los marginales.
Argentina es un país rico en recursos naturales que falla en la gestión, el 50% de su gente es pobre. Así dilapidó los recursos de la época de bonanza, al revés de lo que hicieron Chile y Noruega. Predominan la burocracia y la incapacidad. Las decisiones no se basan en el conocimiento y la memoria institucional es pobre porque los funcionarios cambian después de los comicios. No hay funcionarios bien remunerados y comprometidos con el interés nacional y con políticas de estado, se eligen por amiguismo o clientelismo. Así se reduce la capacidad de acción de los gobernantes, la eficacia de sus proyectos y sus respuestas ante las crisis. Un equipo profesional no minimiza la política, le otorga capacidad de gestión.
El argentino descree de su gobierno, por eso evade los impuestos y envía sus ahorros al exterior. La deuda externa argentina es igual al dinero que los argentinos poseen afuera del país.
En Argentina la corrupción se aceptaba y tenía su eslogan: «Roba pero hace». Para aplicarla en gran escala se la cubrió con el manto sacrosanto de la ideología. Defender los derechos humanos, atacar la xenofobia y a la prensa libre son mecanismos útiles. Son importantes las buenas ideas para hacerse de fondos y de votos: Nacionalizar la línea de bandera y el sistema jubilatorio, Fútbol para todos, Subsidiar a los amigos, Aumentar la retención a las exportaciones e impuestos abusivos. Había que tener caja y sentarse sobre ella para comprar voluntades. Esto requería un congreso escribanía y una justicia afín o muy lenta. Para acelerar la gestión estaban los superpoderes, para evitar la burocracia. La parte final es el retorno, el favor que devuelve el beneficiado de turno. La mejor forma de detectar y penalizar la corrupción es seguir la ruta del dinero ¿Cómo y quién lo recibió? El 50% de la economía en negro es funcional a la corrupción sistémica, así no quedan rastros ni huellas.
La mente del corrupto
Los investigadores Neil Garret y Stephany Lazzaro, describieron la falta de honradez como una parte integral del mundo social, en las finanzas, la política y las relaciones personales. Las transgresiones a la moral comienzan con pequeñas faltas que crecen con el tiempo. Existe una escalada gradual de la falta de honradez en beneficio propio que crea un mecanismo neuronal que está detrás. En cuanto al comportamiento, los actos deshonestos se van automatizando con la repetición de los mismos. Cuando alguien comete por primera vez una acción reprobable, su amígdala cerebral se activa y siente miedo. Pero si esa acción poco ética no le genera un castigo y, por el contrario, obtiene una ganancia, la valoración del acto se modifica y el siguiente no se registra como amenaza, ni alarma y las siguientes faltas no serán consideradas peligrosas por la amígdala y pasarán de largo sin llegar a la conciencia. .
A medida que se repiten la respuesta de temor es cada vez menos intensa y, por lo tanto, las normas morales y éticas se van relajando, cambiando así su visión del mundo. Se produce una adaptación y se termina registrando la acción como inofensiva. El malestar psicológico se atenúa y desaparece el conflicto entre lo que se considera correcto y la forma de comportarse.
Quien no se comporta de acuerdo con sus principios y su manera de pensar, con la repetición terminará pensando de la misma forma que actúa, para silenciar a su conciencia moral.
La progresiva reducción de la sensibilidad ante hechos deshonestos induce a que, con el tiempo, los actos indebidos pierdan importancia y abren la puerta a transgresiones cada vez mayores que se van naturalizando como normales. Tales resultados muestran el peligro de los pequeños actos deshonestos, que se observan en los negocios en la política y en la justicia. Las pequeñas faltas pueden desencadenar una bola de nieve que conduce a transgresiones mayores.
La cultura del ejemplo familiar
Juancito se llevaba muy bien con sus abuelos, a los que visitaba los fines de semana y en vacaciones. Ellos tenían una quinta de la cual vivían. Eran solidarios con los pobres y les daban comida a cambio de que escucharan sus buenos consejos. Un día el abuelo le contó a Juancito donde tenía el dinero que obtenía por su trabajo. Lo enterraba en un lugar y le mostró cómo lo ponía y lo sacaba. Cuando todavía Juancito era chico los abuelos murieron y fue el único que sabía el secreto. Sus padres preocupados por el tema, sabían lo del dinero pero no dónde estaba. Juancito les dijo que podría guiarlos, pero a cambio de la bicicleta que soñaba tener ¿Dónde aprendió Juancito el método para extorsionar?
Arrepentimiento o remordimiento. Debemos aprender a arrepentirnos tanto de haber hecho algo incorrecto como de no haber hecho algo que debíamos hacer. No es normal quien dice: «Yo no me arrepiento de nada». El arrepentido es el que modifica su conducta, pega la vuelta, cambia de dirección y aprende del error. A todo error hay que extraerle una enseñanza. Puedo llorar, sentir dolor y no estar arrepentido. Arrepentimiento implica un cambio de conducta. Puedo confesar un error y no aprender nada de él. Hasta puedo hacerlo para disminuir el monto de una pena, como se busca con la ley del arrepentido. Pero tal sanción y castigo no implican arrepentimiento. Tampoco lo es lastimarse a uno mismo, condenarse a modo de castigo o reconocer que se actuó mal y arreglar la situación con un lindo gesto, como hace el maltratador. El remordimiento es la acusación hacia uno mismo. Es un malestar, un dolor, que no genera ningún cambio. Puede darse por haber sido descubierto o por la conciencia que acusa.
Sin embargo, no hay modificación en la conducta. Tengo que modificar mi conducta hacia adelante. En el remordimiento, me siento culpable y me castigo pero no modifico nada.
Frente a un error podemos: Castigarnos, desanimarnos o victimizarnos. Nada de eso resulta efectivo porque lo único que corrige es el aprendizaje. Arrepentirse es aprender y no aprender nos puede conducir a repetir los errores una y otra vez. La vida es ensayo y error, porque todos nos equivocamos, pero todos poseemos la capacidad de transformar cada error en aprendizaje.
Concentrarnos en el error provoca malestar y dolor, por eso, buscamos excusas. Pero quien aprende siempre tiene nuevas oportunidades y tarde o temprano logra el éxito que persigue.
El que no se arrepiente de nada es narcisista, porque no es capaz de ver sus errores, el que se arrepiente de todo asume el papel de víctima. Todos hacemos cosas malas pero también, cosas buenas. Nadie debe arrepentirse de todo y nadie debería no arrepentirse de nada.
Arrepentimiento es reconocer el error, cambiar la conducta y reparar el daño ocasionado.
Impunidad
Hoy existen las redes de corrupción, sistemáticas y naturalizadas. Los fueros de los diputados y senadores deberían ser para tener inmunidad de opinión, no un paraguas para cometer delitos. Hubo un tiempo, algo olvidado, en que los militares tenían sus fueros: se juzgaban a sí mismos. En 1996 pidieron el desafuero del senador Eduardo Angeloz. Procesado por enriquecimiento ilícito, él mismo se adelantó y renunció a los fueros. Hoy los corruptos quieren seguir siendo senadores o diputados porque así funciona un código de protección.
Narcisismo de máxima pureza
Theodore Millon es un terapeuta norteamericano, especialista en trastornos de la personalidad, que define al narcisista compensador como aquella personalidad anclada en la grandiosidad, que además busca compensar aquello que, en su infancia, ha vivido como déficit. El ejemplo es Napoleón. En su carrera por ascender y «pertenecer», se apela a dos mecanismos de compensación: el anhelo de riqueza, como una manera de sentirse más poderoso, y el maltrato (en combo con la soberbia), para sentirse más seguro. Sienten que llegan a la cúspide de la pertenencia social cuando se convierten en presidentes. En su frenética huida hacia adelante no advierten que nada es para siempre.
La engañosa felicidad de la corrupción. Hay que tener cuidado: puede ser que, sin advertirlo, se esté envidiando a los corruptos que se salen con la suya. No hablamos de envidiar a los corruptos que terminan encarcelados sino que nos referimos a aquellos que son imaginados allá, «felices» y bronceados, en el Caribe, recostados en la reposera. «La pasan bárbaro» dicen muchos, y nadie podría decir que no tienen razón si la idea de lo que significa «pasarla bárbaro» es el sentimiento narcotizante de vencer cualquier tipo de limitación, olvidando por un rato (y a expensas del prójimo) la finitud y la fragilidad de la existencia. Habría una idea subyacente y no reconocida, según la cual el corrupto es feliz, la pasa estupendamente, toma champagne y llega siempre antes porque circula por la banquina, mientras la «gilada» va por el carril correcto.
El corrupto plasma el paraíso del catálogo pequeño burgués (y es envidiado), pero lo malo es cómo lo logra. Sin embargo, hay algo interesante para pensar en relación con esta cuestión. En tal sentido ¿estaría usted dispuesto a cambiar su vida por la de un corrupto rico e impune?
La respuesta, por lo general, es no. No se desea la vida de quien va por izquierda de manera crónica y nada en aguas turbias. Y las razones que para ello dan los preguntados son todas de tipo anímico: «No lo soportaría», «Sentiría culpa», «Me costaría mirar a mis hijos a la cara».
Lo notable del caso es que esas frases son pronunciadas por aquellos que, minutos antes, los envidiaban porque evitan el castigo y «se salen con la suya», accediendo a «la felicidad» de la cuenta millonaria. Cuando notan el costo anímico, dicen que no, que mejor no ir por ese lado.
Esa negativa a trocar identidades se debe a una intuición rotunda que se corrobora en el ámbito de la psicología: los corruptos la pasan mal, sus familias la pasan peor, y la vida de aquel que vive de esa manera se transforma en una suerte de exilio, dado que gran parte de su identidad y accionar son inconfesables y eso demanda una gran energía de mendacidad y engaño.
No es que los corruptos siempre tengan remordimiento (de hecho, muchos no lo tienen ni por asomo), pero se pierden algunas bondades de la vida «a la luz del sol» y, por otra parte, es habitual que existan problemas familiares y sufrimiento psíquico entre los integrantes del entorno. De hecho, hay poco que envidiar a los corruptos, pero para percatarse de ello habrá que salir de los estereotipos de lo que es ser feliz, para asumir que nuestra humanidad será frágil y limitada, pero no deja de ser interesante cuando evitamos atajos, y sentimos que podemos mirar a los ojos a los hijos, haciendo las cosas como es mejor hacerlas: a la luz del sol.
El héroe nacional argentino legado por la literatura fue un desertor. La historia de Martin Fierro es el relato de una fuga, un gaucho que escapa del servicio militar y que le recomienda al lector hacerse amigo del juez. Esta versión política de la omertá ( la ley del silencio), el código de honor siciliano que prohíbe informar sobre las actividades delictivas de las personas implicadas; será la lealtad, festejada como valor fundacional. El argumento “nosotros somos chorros, pero ustedes también”, sigue siendo utilizado por el que no advierte que, aunque así fuera, los delitos no los absuelven de las responsabilidades propias. Se trata de llenar a los demás de barro propio. Al final, todo el barro llegara a confundirse, son como bomberos pisándose la misma manguera.
La mejor forma de combatir la corrupción estructural y personal sería tener una auténtica división de poderes y una educación que, como política de Estado, esté basada en la igualdad de oportunidades para todos, porque un pueblo educado no podrá ser engañado.
Como dijo Lord Acton el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente.