No es que Google esté dañando la memoria sino que, junto a Internet, permite potenciar una técnica milenaria. Para recordar cosas esquivas a esa eterna danzarina que es la memoria, buscamos artilugios. Limitados sin remedio, almacenamos la información en papelitos y en las personas que nos rodean.
Hoy el hábito se mantiene con otro soporte. En lugar del archivo mental de nuestros familiares recurrimos a Google, que se ha convertido en una extensión artificial de la memoria alimentada por todos nosotros. Es una memoria colectiva que permite solucionar cualquier olvido en pocos segundos.
La memoria transactiva. La memoria es también la capacidad de saber dónde buscar los datos que se necesitan. El arte de almacenar información en quienes nos rodean está siendo reemplazado por la tecnología. Así Evernote (aplicación que organiza la información) y los smartphones, se usan como siempre hemos tratado de hacer con nuestros familiares, amigos y colegas. Son dispositivos que utilizamos para compensar nuestra escasa capacidad de recordar detalles.
Las parejas que llevan tiempo juntas son capaces de complementar información en equipo repartiendo la tarea. Por ejemplo, él sabe la clave de la cuenta bancaria y ella los cumpleaños de los familiares. Juntos saben más que separados, esa es la esencia de su alianza estratégica.
Inteligencia situacional. Dónde obtener información no es tan importante como sacarle provecho. Para consolidar un recuerdo el contexto, la capacidad de reflexión y las emociones, son herramientas vitales. El contexto es crucial para recuperar información. Google es la técnica transactiva llevada al extremo y de esa manera transforma nuestra vida de relación ¿Para qué buscar resultados inciertos en la memoria de terceros si llevo a Google en la palma de la mano?
A eso se lo llama hoy estar conectados. No sabemos cómo funciona el cerebro pero cada vez más las respuestas y los estímulos vienen de pantallas. Aunque del otro lado exista alguien de carne y hueso o un robot, en la comunicación virtual, también el medio es el mensaje.
Thad Starner es un profesor de informática que también trabaja para Google. Mientras todos sacan el celular para filmar, él tiene una pantalla fija en uno de sus ojos. Trata de crear un mayor nivel de inteligencia, la inteligencia aumentada. Él se sentía frustrado en la toma de notas: al escribir dejaba de prestar atención al profesor. Pero sin notas no tendría cómo repasar. Ideó un equipo fácil de usar que estaba integrado a su cuerpo y a su campo de visión, mientras podía seguir mirando al profesor. Los teléfonos inteligentes tienen la molestia de tener que sacarlos del bolsillo. Casi nunca lo hacemos porque tampoco deseamos interrumpir el flujo de la conversación. Al poner una pantalla delante de sus ojos y un teclado en la mano, Starner ha movido eficazmente la telefonía móvil de su bolsillo. Es muy atento, educado y obedece estrictos protocolos sociales. Utiliza su portátil sólo para buscar información que potencie una conversación que está teniendo y la enriquece. Él espera las pausas naturales en la conversación para la tarea. La gente no puede realizar múltiples tareas. No es posible. Cree que la atención es un gran problema. Hay que hacer que los sistemas ayuden a prestar atención. Cuando él está hablando con alguien sus notas son sus tiendas personales semánticas con refrescantes detalles de lo que ya sabe en general. Ese proceso es rápido y no l distrae. Para tratar de asimilar una nueva realidad afirma que se requiere concentración. Starner no cree que el uso de su memoria tecnológica haya erosionado la propia, todo lo contrario. Eso es precisamente lo que los pioneros tecnológicos previeron en sus visiones soñadoras.
Al hombre común. Le basta con pasar el índice por la pantalla, para sentirse como una especie de Dios creador, ante quien el mundo se despliega delante. Andamos vacíos y livianos y nos colmamos al asomarnos a esa dimensión ilimitada. Uno toma de allí lo que quiera. Una cosa tras otra, hasta sumar muchas.
Pero al tomar la nueva, la anterior queda olvidada. El efecto de la disponibilidad infinita podría ser el síntoma de una memoria vacía.
Cuando tratamos de fijar los cambios escribiendo, buscamos encontrarles sentido, eligiendo el orden y el trazado, para evitar el caos. Así combinamos los universales de la experiencia, que son los hechos en bruto, los símbolos que los representan y las ideas que surgen del intercambio. Si bien cada hecho tiene una causa y genera una consecuencia estamos pasando al relato, a una forma de celebración del instante. Un destello en 140 caracteres. Si bien podemos compartir la misma memoria colectiva, gracias a la tecnología, como un avance de la humanidad, también genera reminiscencias negativas.
El gran hermano te vigila.El término orwelliano se usa como sinónimo de represión o totalitarismo.Si algo tuvo de bueno la aceleración por globalización es que aceleró la toma de conciencia sobre las tecnologías de la destrucción. Algunas mostraron el poder fuerte, como en la guerra, otras el poder débil e igualmente peligroso, el poder de la seducción. Pero la culpa no la tiene el hombre común sino los que gobiernan. Lamentablemente y a favor de los embaucadores hay una distancia entre decisión y consecuencias, somos libres de elegir, en eso consiste la libertad, pero no podemos impedir sus efectos.
El hombre común está mal educado, por eso Fromm decía que la libertad de pensamiento sólo tiene sentido si la persona es capaz de tener pensamientos propios. Mc Luhan concibió a la tecnología moderna como una extensión del sistema nervioso. Huxley en Un tiempo feliz anticipó que el hombre aceptaría ser esclavo a cambio de placer y entretenimiento. El campo de batalla estará en la educación. Implica un cambio ético que todavía no está a la vista.
Ante esa memoria colectiva, semántica de significados, un rincón permanecerá irreductible, es la memoria episódica de las experiencias vividas. Memorias latentes que se activan de modo imprevisto cuando encontramos algo que nos recuerda que por algo somos quienes somos y no cualquier otra persona. Más que de Wikipedia, ése será el territorio de la literatura, que dirá que el olvido de una máquina no deja la huella mnémica que sí queda registrada en nuestro cuerpo.
Jóvenes vs adultos. Aunque la tecnología está disponible para todos, los más jóvenes están más familiarizados con ella. Como toda herramienta, se puede utilizar bien o mal. Guardar información sin entrenar su propia capacidad los hace dependientes. Los jóvenes suelen confiar en que todo lo que tienen que recordar está allí, pero eso no es funcional porque no ejercitan nada. Un «ratón de computadora» es demasiado vulnerable a perder todo sin capacidad de recuperarlo. Por eso, debe existir un equilibrio entre el uso de la tecnología y la propia memoria. Los jóvenes pueden tener cierta ventaja al principio por la velocidad pero eso es solo al inicio. Como en una maratón, si sales rápido vas avanzar más los primeros metros, pero luego todos tienden a igualarse y gana el más habilidoso. Cada uno aprende de manera distinta. Una estrategia exitosa no necesariamente se asocia a la maquinaria genética, sino también al tipo de aprendizaje que cada uno aplique. Por eso en una sala de clases algunos requieren una tableta y otros lápiz y papel, y el profesor debería estar consciente de eso.
Dejarlo a Google. Lo que sucede es que las personas tratan a los motores de búsqueda y a los celulares como siempre han tratado a cónyuges, amigos y colegas. Durante años fueron sus «comodines» para compensar su escasa capacidad de recordar. Hoy ese rol lo cumple Google. Si bien la memoria no es susceptible de ser atrofiada, es algo que debe ejercitarse y quien descansa en que sus datos están en una máquina y no los retiene, no tendrá dónde recuperarlos cuando se pierdan.
El ciberespacio impide olvidar. El mundo digital se asemeja a una memoria absoluta, incapaz de preservar la sensibilidad del ser humano. El derecho al olvido es el de poder dejar atrás una situación trágica de la vida sin vivir aplastado por los traumas. El aparato psíquico se funda a partir de dejar de lado una escena primordial, creando una reserva que da lugar a la fantasía, la imaginación, el deseo y al mundo de ilusiones que conforman la realidad de una persona.
Lejos de componer un almacén de datos, la memoria es la capacidad de olvidar situaciones dolorosas que lastiman, al mismo tiempo que se privilegian otras valiosas. La vida en común es imposible sin el olvido, nada menos aconsejable que recordarle todo el tiempo a un partenaire todos sus fracasos.
Borges consideraba tan importante al olvido como a la memoria. Funes el memorioso era incapaz de olvidar: recordaba todo pero era incapaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es abstraer. En el abarrotado mundo de Funes sólo había detalles. El refugio del olvido crea el vacío para que surjan las ideas.
En la foto que sigue aparecen seis plazas de parking numeradas. La primera es el 16. La segunda, el 06, la tercera, el 68, la cuarta el 88, en la quinta aparece un coche que tapa el número y la sexta es el número 98. La pregunta es: ¿en qué número se estaciona el coche que tapa el número de la cochera?
Es un problema que deben resolver los niños de seis años de Hong Kong para ser admitidos en la escuela Primaria. Ellos lo resuelven en segundos, pero muchos adultos son incapaces de hacerlo porque su pensamiento está condicionado por reglas de solución de series matemáticas. El pensamiento lateral aplica una técnica de observación creativa e indirecta. En este caso, basta con observar la imagen al revés.
Educar la memoria. Un padre recortó con tijeras el globo terráqueo de una revista para que su hijo arme un rompecabezas. Al rato el niño terminó ¿Cómo lo hiciste?, preguntó el padre. Vi en el reverso de la página un hombre, antes que la cortaras. Así que di vuelta los recortes y recompuse al hombre. Valga la metáfora: para arreglar al mundo hay que arreglar al hombre. Y para eso debemos hacer de la educación una política de estado. Educar es la industria pesada de la memoria colectiva de la humanidad porque es la que fabrica los ciudadanos del futuro.
Lic. Horacio Krell. Ceo de Ilvem [email protected]
No es que Google esté dañando la memoria sino que, junto a Internet, permite potenciar una técnica milenaria. Para recordar cosas esquivas a esa eterna danzarina que es la memoria, buscamos artilugios. Limitados sin remedio, almacenamos la información en papelitos y en las personas que nos rodean.
Hoy el hábito se mantiene con otro soporte. En lugar del archivo mental de nuestros familiares recurrimos a Google, que se ha convertido en una extensión artificial de la memoria alimentada por todos nosotros. Es una memoria colectiva que permite solucionar cualquier olvido en pocos segundos.
La memoriatransactiva. La memoria es también la capacidad de saber dónde buscar los datos que se necesitan. El arte de almacenar información en quienes nos rodean está siendo reemplazado por la tecnología. Así Evernote (aplicación que organiza la información) y los smartphones, se usan como siempre hemos tratado de hacer con nuestros familiares, amigos y colegas. Son dispositivos que utilizamos para compensar nuestra escasa capacidad de recordar detalles.
Las parejas que llevan tiempo juntas son capaces de complementar información en equipo repartiendo la tarea. Por ejemplo, él sabe la clave de la cuenta bancaria y ella los cumpleaños de los familiares. Juntos saben más que separados, esa es la esencia de su alianza estratégica.
Inteligencia situacional. Dónde obtener información no es tan importante como sacarle provecho. Para consolidar un recuerdo el contexto, la capacidad de reflexión y las emociones, son herramientas vitales. El contexto es crucial para recuperar información. Google es la técnica transactiva llevada al extremo y de esa manera transforma nuestra vida de relación ¿Para qué buscar resultados inciertos en la memoria de terceros si llevo a Google en la palma de la mano?
A eso se lo llama hoy estar conectados. No sabemos cómo funciona el cerebro pero cada vez más las respuestas y los estímulos vienen de pantallas. Aunque del otro lado exista alguien de carne y hueso o un robot, en la comunicación virtual, también el medio es el mensaje.
Thad Starner es un profesor de informática que también trabaja para Google. Mientras todos sacan el celular para filmar, él tiene una pantalla fija en uno de sus ojos. Trata de crear un mayor nivel de inteligencia, la inteligencia aumentada. Él se sentía frustrado en la toma de notas: al escribir dejaba de prestar atención al profesor. Pero sin notas no tendría cómo repasar. Ideó un equipo fácil de usar que estaba integrado a su cuerpo y a su campo de visión, mientras podía seguir mirando al profesor. Los teléfonos inteligentes tienen la molestia de tener que sacarlos del bolsillo. Casi nunca lo hacemos porque tampoco deseamos interrumpir el flujo de la conversación. Al poner una pantalla delante de sus ojos y un teclado en la mano, Starner ha movido eficazmente la telefonía móvil de su bolsillo. Es muy atento, educado y obedece estrictos protocolos sociales. Utiliza su portátil sólo para buscar información que potencie una conversación que está teniendo y la enriquece. Él espera las pausas naturales en la conversación para la tarea. La gente no puede realizar múltiples tareas. No es posible. Cree que la atención es un gran problema. Hay que hacer que los sistemas ayuden a prestar atención. Cuando él está hablando con alguien sus notas son sus tiendas personales semánticas con refrescantes detalles de lo que ya sabe en general. Ese proceso es rápido y no l distrae. Para tratar de asimilar una nueva realidad afirma que se requiere concentración. Starner no cree que el uso de su memoria tecnológica haya erosionado la propia, todo lo contrario. Eso es precisamente lo que los pioneros tecnológicos previeron en sus visiones soñadoras.
Al hombre común. Le basta con pasar el índice por la pantalla, para sentirse como una especie de Dios creador, ante quien el mundo se despliega delante. Andamos vacíos y livianos y nos colmamos al asomarnos a esa dimensión ilimitada. Uno toma de allí lo que quiera. Una cosa tras otra, hasta sumar muchas.
Pero al tomar la nueva, la anterior queda olvidada. El efecto de la disponibilidad infinita podría ser el síntoma de una memoria vacía.
Cuando tratamos de fijar los cambios escribiendo, buscamos encontrarles sentido, eligiendo el orden y el trazado, para evitar el caos. Así combinamos los universales de la experiencia, que son los hechos en bruto, los símbolos que los representan y las ideas que surgen del intercambio. Si bien cada hecho tiene una causa y genera una consecuencia estamos pasando al relato, a una forma de celebración del instante. Un destello en 140 caracteres. Si bien podemos compartir la misma memoria colectiva, gracias a la tecnología, como un avance de la humanidad, también genera reminiscencias negativas.
El gran hermano te vigila.El término orwelliano se usa como sinónimo de represión o totalitarismo.Si algo tuvo de bueno la aceleración por globalización es que aceleró la toma de conciencia sobre las tecnologías de la destrucción. Algunas mostraron el poder fuerte, como en la guerra, otras el poder débil e igualmente peligroso, el poder de la seducción. Pero la culpa no la tiene el hombre común sino los que gobiernan. Lamentablemente y a favor de los embaucadores hay una distancia entre decisión y consecuencias, somos libres de elegir, en eso consiste la libertad, pero no podemos impedir sus efectos.
El hombre común está mal educado, por eso Fromm decía que la libertad de pensamiento sólo tiene sentido si la persona es capaz de tener pensamientos propios. Mc Luhan concibió a la tecnología moderna como una extensión del sistema nervioso. Huxley en Un tiempo feliz anticipó que el hombre aceptaría ser esclavo a cambio de placer y entretenimiento. El campo de batalla estará en la educación. Implica un cambio ético que todavía no está a la vista.
Ante esa memoria colectiva, semántica de significados, un rincón permanecerá irreductible, es la memoria episódica de las experiencias vividas. Memorias latentes que se activan de modo imprevisto cuando encontramos algo que nos recuerda que por algo somos quienes somos y no cualquier otra persona. Más que de Wikipedia, ése será el territorio de la literatura, que dirá que el olvido de una máquina no deja la huella mnémica que sí queda registrada en nuestro cuerpo.
Jóvenes vs adultos. Aunque la tecnología está disponible para todos, los más jóvenes están más familiarizados con ella. Como toda herramienta, se puede utilizar bien o mal. Guardar información sin entrenar su propia capacidad los hace dependientes. Los jóvenes suelen confiar en que todo lo que tienen que recordar está allí, pero eso no es funcional porque no ejercitan nada. Un «ratón de computadora» es demasiado vulnerable a perder todo sin capacidad de recuperarlo. Por eso, debe existir un equilibrio entre el uso de la tecnología y la propia memoria. Los jóvenes pueden tener cierta ventaja al principio por la velocidad pero eso es solo al inicio. Como en una maratón, si sales rápido vas avanzar más los primeros metros, pero luego todos tienden a igualarse y gana el más habilidoso. Cada uno aprende de manera distinta. Una estrategia exitosa no necesariamente se asocia a la maquinaria genética, sino también al tipo de aprendizaje que cada uno aplique. Por eso en una sala de clases algunos requieren una tableta y otros lápiz y papel, y el profesor debería estar consciente de eso.
Dejarlo a Google. Lo que sucede es que las personas tratan a los motores de búsqueda y a los celulares como siempre han tratado a cónyuges, amigos y colegas. Durante años fueron sus «comodines» para compensar su escasa capacidad de recordar. Hoy ese rol lo cumple Google. Si bien la memoria no es susceptible de ser atrofiada, es algo que debe ejercitarse y quien descansa en que sus datos están en una máquina y no los retiene, no tendrá dónde recuperarlos cuando se pierdan.
El ciberespacio impide olvidar. El mundo digital se asemeja a una memoria absoluta, incapaz de preservar la sensibilidad del ser humano. El derecho al olvido es el de poder dejar atrás una situación trágica de la vida sin vivir aplastado por los traumas. El aparato psíquico se funda a partir de dejar de lado una escena primordial, creando una reserva que da lugar a la fantasía, la imaginación, el deseo y al mundo de ilusiones que conforman la realidad de una persona.
Lejos de componer un almacén de datos, la memoria es la capacidad de olvidar situaciones dolorosas que lastiman, al mismo tiempo que se privilegian otras valiosas. La vida en común es imposible sin el olvido, nada menos aconsejable que recordarle todo el tiempo a un partenaire todos sus fracasos.
Borges consideraba tan importante al olvido como a la memoria. Funes el memorioso era incapaz de olvidar: recordaba todo pero era incapaz de pensar. Pensar es olvidar diferencias, es abstraer. En el abarrotado mundo de Funes sólo había detalles. El refugio del olvido crea el vacío para que surjan las ideas.
En la foto que sigue aparecen seis plazas de parking numeradas. La primera es el 16. La segunda, el 06, la tercera, el 68, la cuarta el 88, en la quinta aparece un coche que tapa el número y la sexta es el número 98. La pregunta es: ¿en qué número se estaciona el coche que tapa el número de la cochera?
Es un problema que deben resolver los niños de seis años de Hong Kong para ser admitidos en la escuela Primaria. Ellos lo resuelven en segundos, pero muchos adultos son incapaces de hacerlo porque su pensamiento está condicionado por reglas de solución de series matemáticas. El pensamiento lateral aplica una técnica de observación creativa e indirecta. En este caso, basta con observar la imagen al revés.
Educar la memoria. Un padre recortó con tijeras el globo terráqueo de una revista para que su hijo arme un rompecabezas. Al rato el niño terminó ¿Cómo lo hiciste?, preguntó el padre. Vi en el reverso de la página un hombre, antes que la cortaras. Así que di vuelta los recortes y recompuse al hombre. Valga la metáfora: para arreglar al mundo hay que arreglar al hombre. Y para eso debemos hacer de la educación una política de estado. Educar es la industria pesada de la memoria colectiva de la humanidad porque es la que fabrica los ciudadanos del futuro.
Horacio Krell CEO DE ILVEM. Mail de contacto [email protected]