La post-verdad no somete a control las afirmaciones y hechos, los presenta como verdaderos y que han sucedido.
Las noticias falsas existen desde hace siglos, pero ahora nos invaden y cambian hasta el resultado de las elecciones presidenciales. Hace poco se creía que escribir corto atentaba contra el periodismo, como también lo hacía escribir para la web buscando que Google indexara el contenido. Un cambio se iba gestando en el modo de producir la noticia y el que no cambió no pudo sobrevivir como periodista. Hoy el problema no se trata de cómo titular o escribir, sino de convivir con un sistema informativo rodeado de opiniones, datos y falsas certezas, donde los hechos influyen menos en la opinión pública que las emociones y las creencias. Y algo que aparenta ser verdad es verdadero, si coincide con el sentido común.
Hay cosas que se creen pero que nunca pasaron. Que Adán y Eva mordían la manzana, en la Biblia no está. Don Quijote no dijo: Ladran, Sancho, señal que cabalgamos. No fue de Voltaire la frase «No estoy de acuerdo, pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo». Hegel no escribió: «Gris es la teoría, y verde el árbol de la vida», ni Sherlock: «Elemental, querido Watson», o Borges: «Si viviera de nuevo trataría de cometer más errores». Si no se revisan las creencias, cada tanto, pueden ser falsas o controladas por un autor desconocido.
En 201, se produjo el boom de las noticias falsas. Tanto, que el Diccionario Oxford declaró la «post-verdad» como la palabra del año. Ya no era un artilugio para conseguir más tráfico. La elección de Trump como presidente comprobó que las mentiras pueden ocupar el lugar del poder real.
Mentir a sabiendas
La post-verdad no somete a control las afirmaciones y hechos, los presenta como verdaderos y que han sucedido. Acude a la supresión de palabras que no sean acordes o acomodadas a lo que es supuestamente correcto. La imagen de la familia feliz la usa para transmitir preocupación social, mientras se sabe del porcentaje altísimo de familias y chicos pobres que existen y que crece cada vez más.
Detectar lo verdadero se transformó en una necesidad, todos comenzamos a convertirnos en periodistas. Y los periodistas a volver al chequeo de datos, a ser más sencillos al narrar y profundos al interpretar. Es importante mejorar las habilidades para detectar información falsa. Que la comunidad denuncie las mentiras, y que participe en grupos internacionales de chequeo de noticias es necesario para acercarse a la racionalidad.
El periodista pregunta, el militante responde. El militante tiene certezas, el periodista dudas. Se trata de decir quién miente. El desafío será reinventar los medios. Pero las reglas básicas serán las mismas: buscar una verdad que conmueva, inspire y permita agregar puntos de vista.
Viralizar
Debilita la intimidad: cualquier acto se sube a las redes y se hace público al instante, ya sea para denunciar, exhibirse, por humor y para comunicar. Puede ser espontáneo o preparado, banal o dramático, llegar desde de la cima o de muy abajo. El mensaje más potente renuncia a la creatividad, combina lo ya existente. Se da curso a la ansiedad, la emoción milenaria que se reproduce a escala ilimitada con recursos muy simples.
No hace falta tener una cadena de TV para llegar al poder. Se trata de dominar la publicidad en las redes sociales donde los usuarios son prosumidores, es decir consumidores y productores de noticias a la vez. Trump advirtió que podía usar su gran poder de contagio en las redes y contrató a expertos en marketing digital, para llegar a los que podían multiplicar su mensaje. No todo lo que sale de la usina Trump es verdad. El mismo compartió encuestas parciales haciéndolas pasar como sondeos nacionales, y publicó información falsa. No desmintió la mentira que más circuló: que el papa Francisco apoyaba su candidatura. Los usuarios consideraron ciertas el 75% de las noticias falsas, y las habían compartido.
El sesgo de confirmación
No busca la verdad sino confirmar lo que uno cree. En una discusión, sumar información científica, real y objetiva, en contra de la visión del otro, no hace que cambie de opinión, sino que refuerza el apego a su posición original, porque ve la información según los patrones que ya posee y su compromiso con su set de valores y creencias originales. Para convencer a alguien se basan en sus propias creencias.
Para que sucediera, Facebook, que premia «subiendo» en el muro lo más compartido y comentado, le hizo gran parte del trabajo a la mentira.
El presidente Obama dijo: «Si todo es verdad, entonces nada es verdad. Hay tanta desinformación presentada de modo tan lindo que, si no distinguimos las cosas, ya no sabremos qué proteger». Recién entonces, Facebook se hizo cargo: «Hay mucho que necesitamos hacer, es importante que sigamos mejorando nuestras habilidades para detectar la información falsa”. La gran red social anunció un conjunto de medidas, entre ellas, agregar un botón para que la comunidad denuncie las mentiras, y asociarse a un grupo internacional de medios de chequeo de noticias.
Pos-verdad: el fin de una época. Los promotores del Brexit, tuvieron éxito porque confirmaron los prejuicios de los ingleses de que saliendo de la UE ahorrarían u$s 435 millones por semana, falsedad que reconocieron después de ganar el referéndum, porque no les convenía sostenerla.
Las apariencias engañan
La fragmentación de fuentes de noticias creó un mundo atomizado en el que mentiras, rumores, chismes, se riegan con velocidad y son compartidas en una red cuyos miembros confían entre sí más que en los medios. El populismo creó los mayores aparatos de prensa estatales desde la Guerra Fría para desmentir verdades y calificar de enemigos de la patria a los adversarios.
Trump convenció a sus votantes de la errada idea de que el desempleo había crecido durante la segunda presidencia de Obama. Sólo en su primera semana de gobierno, se comprobó que mintió más de 300 veces. Contra toda evidencia, afirmó que a la ceremonia inaugural había asistido la mayor multitud de la historia. No es casual su frase: “la gente siempre quiere creer que algo es lo más grandioso y espectacular que existe».
La materialidad de internet
Un centro de procesamiento de datos es una estructura importante de poder del mundo 3.0 en el que vivimos. Ellos guardan la información generada por millones de usuarios de Internet. Grandes estructuras dispersas por todo el mundo, conectan en milésimas de segundo a través de cables submarinos de fibra óptica. Seamos conscientes de la fuerza de invención, de innovación y de trabajo inmaterial que marcan el Capitalismo Cognitivo. Además de productores somos la materia prima de este sistema que busca patrones con los cuales se intenta conocer comportamientos futuros. Un proceso automático que toma decisiones en marketing, planeamiento financiero y estrategia política.
Pos-verdad no siempre es mentir
No todo se dice con el propósito de engañar. Es un cambio de época que trasciende a la simple distinción entre lo verdadero y lo falso. A fines del siglo XVIII fueron naciendo las ideologías, frutos del Iluminismo. La fe, la tradición o la autoridad del emisor ya no eran suficientes para que algo ingresase al debate público. La racionalidad se convirtió en lo válido. Sin perjuicio del inevitable recurso a los sentimientos, lo central fueron los diagnósticos bien elaborados acerca de lo que se quería mantener o a cambiar. Ese andamiaje racional hoy se está derrumbando. Los intereses o los instintos son dimensiones que motivan más que la razón para sostener las creencias.
El racionalismo de los países desarrollados fue elitista, liberal y no democrático, y la participación política quedó restringida a la «gente decente». Al expandirse el sufragio y el liberalismo se democratizaba, la forma representativa de gobierno buscó ponerle límite a los razonamientos de sentido común del pueblo, al prohibir que los representantes quedaran sujetos a instrucciones. Con ese argumento fue que lo enfrentó el populismo.
Modernidad líquida
Son 40 años de juerga, de vivir a crédito, de orgía consumista, de brecha social, de tomar ganancias y distribuir pérdidas. El anclaje racional licuó las pautas y modelos sociales sólidos, y nos llenó de incertidumbre. El mundo líquido se enamoró de la emoción continua, de lo impredecible y llevó el miedo a las Redes sociales, esas son zonas de confort, de esclavos del consumo, y donde ser feliz es ir de compras.
Un candidato con millones que lo siguen en las redes sociales se permite la arrogancia y sumado al enojo colectivo genera la tormenta perfecta: globalización, tecnologías antiempleo, cambios disruptivos, pobreza, desconfianza en las minorías, un presente incierto y un futuro ausente.
El capitalismo no supera la crisis de desigualdad
La concentración de la riqueza es abismal y el neoliberalismo postula como remedio que se les rebajen los impuestos a los ricos, mientras que la pobreza y la incertidumbre recorren el mundo. La sociedad del conocimiento culminó en ese logro inmenso que es la informática, pero las redes sociales son el vehículo instantáneo de falsedades que refuerzan el sentido común vulgar, siempre ávido de certezas. Y como dijo Goebbels, miente que algo queda. Han perdido autoridad los juicios de los expertos encargados de discriminar entre verdad y mentira. Perón decía: «Alpargatas, sí; libros, no»; Trump declara: «Amo a la gente poco educada». El intelectual es cuestionado y debe asumir su responsabilidad por este desenlace. Después de todo, los tecnócratas y los populistas tienen algo en común y es su aversión al debate: unos, porque poseen la única solución racional para cada problema; y los otros, porque sólo ellos expresan la voz del pueblo.
Son razones de fondo que han llevado a que la pos-verdad indica el cierre de una época, por poco que nos gusten personajes como Trump.
La única manera con la que puede sostenerse la mentira es con la violencia, y demanda de sus víctimas la complicidad con la mentira. La mentira organizada se llama mendacidad y es el cimiento de la corrupción. La política es su lugar privilegiado y el régimen totalitario su siniestro reino.
El ciudadano y el historiador
La preocupación del ciudadano contrasta con el optimismo del historiador, siempre capaz de encontrar un sentido en el caos. El historiador tiende a pensar a largo plazo, el ciudadano percibe a corto plazo. En ciertos niveles de abstracción existen dificultades para ajustar esas perspectivas. El historiador entiende sin juzgar, halla tendencias y matices, el ciudadano tiene certezas e imperativos. El historiador percibe lo relativo de valores y razones; al ciudadano lo moviliza una certeza moral. Querer ser ambos a la vez lleva a la perplejidad.
El complejo juego entre la realidad fáctica y la ideología, es mediado por las experiencias, las formas de vida y las mentalidades. Se precisa una capacidad especial para suscitar entusiasmo por la aventura de comprender contra la certidumbre, la íntima relación entre el pasado vivido, el futuro proyectado y el presente, instante a la vez efímero y vitalmente decisivo. Allí está la articulación lógica y necesaria, entre el historiador y el ciudadano, entre la perspectiva de largo plazo y la contingencia del aquí y el ahora.
Conocer
Es comparar y no hacerlo a solas. Con la revolución de las comunicaciones el mundo se rebela a las predicciones. Ahora los gigantes de Internet dicen que perseguirán las noticias falsas. El optimismo se contagia con buena onda aunque siempre hay obstáculos. La excelencia se nutre de detalles, se mide por rendimiento, impacto social, sustentabilidad, hacer las cosas bien, no violar reglas y menos a la reina: la ley de la gravedad.
Tirar para el mismo lado
Si todos pensamos parecido, nadie está pensando demasiado. Discutir e identificar los roles y destacar lo que cada uno aporta a la conversación lleva a chocar, pero en busca de una solución óptima. Luchar por las ideas y no por ganar, da el tiempo necesario para expresar y normalizar las tensiones y libera de tener que tirar, empujar, aflojar y pelear hasta encontrar la mejor respuesta.
Se debe velar porque se expresen todos, cuando el pensamiento grupal empiece a dar vueltas sin salida. Las reglas del disenso pueden acudir a la conocida técnica de Los seis sombreros, en la que cada miembro del equipo entrega una perspectiva específica, por ejemplo la mirada lógica, la creativa, la provocativa, la pesimista, todas en pos de dar nueva luz sobre viejas trabas. Otros pueden optar por un «presidente» rotativo de la reunión, encargado de administrar y provocar divergencias entre las posturas. Tener permiso para hablar y velar por hacer al conflicto productivo, es una obligación para buscar las mejores ideas. Porque para maximizar el beneficio de la colaboración se necesita divergir antes de converger.
Hechos alternativos
No son hechos, son falsedades. Aceptar mentiras como «hechos alternativos» desfigura la política. Si van a seguir mintiendo: ¿cómo confiar en la información que brindan en sus declaraciones? ¿Cómo poder creerles? Exijamos que siempre digan la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad. Rechacemos las exageraciones y las mentiras fabricadas, las diga quien las diga. No aceptemos términos políticamente correctos pero falsos, encapsulados como hechos alternativos. Como dijo Nietzche: “no existen hechos, sólo interpretaciones”.
Dr. Horacio Krell. Director de Ilvem, mail de contacto [email protected]