Vivimos en épocas de fanatismos exacerbados; te amo o te odio, eres una maravilla o un desastre. Nos cuesta tolerar un mínimo nivel de frustración. La militancia suena a algo militar: si me mandan obedezco, esto es una batalla. Es muy difícil construir desde esas categorías absolutas.
Hay gente a la que parecen importarles muy poco los valores republicanos. Y se ven comportamientos políticos inconmovibles en relación a ese tipo de prácticas. No todo el mundo se indigna por las mismas cosas. A muchos no les importa un manejo autoritario de la cosa pública.
¿Tan bien andan las cosas? Los populistas no ganan simplemente por fraude o porque las cosas funcionen bien, ganan en, general, por una mezcla de clientelismo y una adhesión cuasi religiosa de grupos muy grandes de la sociedad a determinados símbolos del pasado. Cada cual habla desde la perspectiva que le toca vivir. Nos seguimos debiendo una revisión histórica seria, tal como se debe hacer para cambiar la historia.
¿Fanático yo?
Los que quieren cambiar. La costumbre fija el peso de la autoridad en el espíritu de los hombres, sin que lo adviertan, y ejerce una tiranía de la que es casi imposible librarse. Los hábitos y costumbres modelan la personalidad y generan las condiciones del conformismo. Los que quieren conservar alegan sencillez y obediencia. Al contrario, los que desean cambiar corren el riesgo de elegir lo nuevo, arrogándose el derecho a juzgar. El conservador se atiene a la naturaleza de las cosas. El innovador, debe ser capaz de ver la falta de lo que quita, y el bien de lo que introduce.
Hay un dato clave que diferencia a los innovadores de los conservadores: la percepción de la propia situación económica. La mayoría de los que quieren conservar, tienen una buena situación económica, y los que anhelan el cambio no les está yendo del todo bien. Los que quieren cambiar declaran haber sido víctimas de delitos en mayor proporción que los otros y se muestran partidarios de la mano dura. Otros rasgos completan el perfil de los que prefieren la alternancia: están más desinteresados en la política y desencantados que los demás, son menos estatistas, apreciarían el mejoramiento institucional y experimentan un rechazo visceral al poder vigente. Podría decirse, de manera general, que antes que desamparados de la política parecen marginados de la economía y la seguridad. Son los olvidados del modelo, por eso lo quieren revocar. Sin embargo, los que están a favor del cambio no tienen clara la dirección política. Parecen personajes en busca de un autor. Da la impresión de que su daltonismo político los extravía, impidiéndoles actuar con estrategia. Poseen una trágica ambivalencia, están un tanto dispersos y no conforman un frente común
Ciudad tonta es la que no está integrada. La visión liberal ve una ciudad hecha por las fuerzas del mercado y la conservadora la ve construida por expertos urbanistas o ingenieros en transportes. Pero la ciudad es un hecho político, fruto de fuerzas que luchan por hacer prevalecer sus intereses o sus visiones de lo que es vivir en democracia, y de cómo valores de justicia, solidaridad y libertad se expresan en la organización de las ciudades.
¿A qué llama “ciudad tonta”? A la que no tiene un enfoque integral de su desarrollo. Los distritos toman decisiones sin mirar su impacto en el resto, los ministerios intervienen sin coordinación con otros, se duplican esfuerzos en forma desarticulada. También es tonta cuando utiliza mucha tecnología descoordinada, con sistemas de seguridad desconectados unos de otros, o bases de datos que no se integran ni cruzan.
¿Qué paradigmas debe tener un líder político para transformar una ciudad y hacer la “inteligente”? Uno: mejorar la calidad del gobierno para mejorar la calidad de vida de la gente. Dos: la tecnología es el medio, no el fin. Tener la visión clara de lo que se quiere y contratar líderes capaces de implementarlo. Tres: hay que soñar en grande, partir de lo pequeño y escalar rápido. Hay que tener victorias tempranas, visibles y con sentido.
Los enemigos del cerebro. Son las fallas en la percepción de lo que pasa, errores que se reiteran, el pensamiento automático y la perversidad. Los enemigos del cerebro llevan al error. El hombre es el único animal capaz de chocar dos veces con la misma piedra. La realidad está ahí pero el problema es la percepción. Pecados de distracción, olvido, trasgresión de reglas, actuar por creencias erróneas, por conveniencia o por ignorancia. El estrés favorece un tipo de razonamiento infantil o intuitivo más simple, que economiza la energía que supone el pensar a fondo.
La confianza en los expertos es otro problema. El especialista tiene el martillo de su conocimiento y todo lo que ve es el clavo. También el experto puede no opinar para no contradecir al directivo. Otras veces el error lo comete un operario. Ortega y Gasset dijo: «La obra intelectual aspira -con frecuencia en vano- a aclarar un poco las cosas, mientras que la del político suele confundirlas más de lo que estaban”.
Racionalidad limitada. El hombre no razona deductivamente cuando la ideología regula su pensamiento cotidiano. La vida moderna obliga a correr y luego pensar. Esto provoca errores individuales. También hay fallas que provienen de la dinámica del grupo, son mecanismos sociales colectivos derivados tanto del pensamiento único, como de la necesidad de ser aceptado por el grupo o de seguir las tradiciones. A veces se pierde el sentido de por qué se hace lo que se hace, como la maestra que se preocupa más por cumplir el programa que por que los alumnos aprendan.
La decisión absurda persiste y atenta contra el objetivo El trasbordador Challenger estalló en 1986 cuando las juntas no resistieron la fría temperatura. Escapó el gas y los tanques se incendiaron. Los ingenieros no advirtieron que en el cálido clima de Florida esto podría pasar.
En piloto automático. Hay hábitos que conducen al cerebro de la nariz y le impiden detectar el error. Las palabras no son inocentes, movilizan estructuras previas que traban la voluntad, y si la información no concuerda con ellos, ignoran hechos objetivos que saltan a la vista.
Si te dicen «no pienses en un elefante», harás lo contrario ya que es necesario imaginar primero para luego comprender. El «no» produce el efecto contrario, así «no fumes» genera deseos de fumar. Expresar la intención en positivo: «Quiero respirar aire puro», envía una señal precisa al cerebro. Para motivar un cambio hay que ordenar la exposición. Para eso hay que investigar los pasos mentales y el criterio que prevalece en la decisión. Las conductas dejan huellas digitales. Al descubrir cómo piensa y qué valoriza, se pueden ordenar los argumentos. El hábito de pensar por patrones, en cambio, adapta la realidad a la creencia. Este automatismo es muy explotado por los políticos para crear fanáticos.
El demonio de la perversidad. Es la tendencia a hacer el mal, son impulsos autodestructivos que obligan a hacer cosas por el mismo motivo que no deberían hacerse. La combatividad tiene por esencia la autodefensa, concierne al bienestar. Pero la perversidad genera lo contrario. Así surge el deseo loco de torturar al interlocutor, el impulso crece hasta un ansia incontrolable y el ansia se convierte en agresión.
Una tarea debe ser cumplida ya. La demora es ruinosa, pero la dejamos para mañana. Si la contienda se mantiene, la sombra vencerá.
Estamos al borde de un precipicio. Miramos el abismo, sentimos malestar y vértigo. El primer impulso es retroceder. Y porque nuestra razón nos aparta del abismo, nos acercamos a él con más ímpetu. Perpetramos acciones pese a que sentimos que no debemos hacerlas. No hay inteligencia, es como una instigación demoníaca. El peligro es que cuando llegan a la mente crece la posibilidad de que pase. La voluntad es dominada por la pulsión. El riesgo aumenta en el estrés. «Hay un alivio en que pase lo peor, para dejar de preocuparnos«, aunque sea inexplicable.
Instinto De Muerte: El instinto de muerte es una tendencia innata a la destrucción que compite con el instinto de vida. Son impulsos que alteran la conducta. Se gasta tanta energía en reprimir como en la acción, evitando pensamientos asociados a la muerte o a la enfermedad. Se producen más errores al evitar algo, porque se hace más presente: se debe imaginar primero, aparece el impulso y el cerebro da rienda suelta a la pulsión. El pensamiento negativo se repite bajo presión. Concentrarse demasiado en no errar lleva al error. No podríamos entrenarnos para hacerlo peor.
Cerebros distintos. Es posible educar al cerebro para que desafíe los pensamientos destructivos y los caminos trillados, un cerebro que sepa generar mejores alternativas. No es posible progresar haciendo más de lo mismo, resistiendo al cambio y conviviendo con los problemas.
Einstein dijo: «mi cerebro es mi laboratorio».
El pensamiento lateral no consiste en hacerlo mejor, sino de otro modo. Elude la cárcel de las ideas dominantes, patrones de un pensamiento vertical que marcan el recorrido. Hay que transgredirlas rompiendo las reglas. Para Freud «la herejía de una época es la ortodoxia de la otra«. Un loco es un loco hasta que tiene éxito, entonces es un genio. Una vez generada la idea nos parece increíble no haberla pensado antes, pues ahora el camino es muy simple. El pensamiento lateral no sigue patrones lógicos, avanza sobre nuevos territorios saltando por encima del círculo de comodidad y aceptando desafíos. «No pienses en un elefante» es la metáfora de la presión que ejercen los enemigos del cerebro. Necesitamos inventar cerebros creativos, desarrollando a esos gigantes dormidos que sólo funcionan al 10% de su capacidad.
El verdadero sentido de educar es desarrollar el potencial que traemos al nacer.
El neurocientífico David Amodio, de la Universidad de Nueva York, demostró que es posible medir las diferencias entre conservadores y liberales a través de la actividad cerebral. 40 personas realizaron una prueba sencilla: debían presionar un botón cuando cierta letra aparecía en la pantalla. Según el estudio, la letra aparecía frecuentemente y los participantes aprendieron a responder al estímulo. Sin embargo, una de cada cinco veces aparecía una letra distinta, pero muchos participantes seguían apretando el botón accidentalmente.
La capacidad de resistir al hábito de presionar el botón es una analogía de la capacidad individual de manejar fuentes de información contradictorias. Amodio halló una relación entre la fuerza que poseerían las ideas liberales y los resultados de la prueba.
Es más, pudo asociarla con la actividad cerebral de los participantes, a los que les colocó electrodos sobre el cráneo para registrar ciertas alteraciones. Según los registros obtenidos, los liberales tenían una mayor actividad cerebral que los conservadores cuando debían resistir a presionar el botón y también inmediatamente después de cometer un error. Y cuanto mayor era la actividad cerebral, mejor era su rendimiento en varias rondas de la prueba. Para Amodio, los mecanismos cerebrales básicos serían los que distinguen las mentes liberales de las conservadoras.
Cerebros de izquierda y de derecha. Estos experimentos suponen que las cosas son así. Y las cosas son así son así porque se acepta que hay cerebros de izquierda y de derecha. Sin embargo el cerebro izquierdo es el dominante por factores culturales, ya que el diseño natural del cerebro los igualaría a través del cuerpo de fibras nerviosas que los une. Así masculino o femenino tampoco son categorías rígidas. Si los hombres ahora cocinan es porque hay un ambiente que lo incentiva.
La tecnología de imágenes cerebrales, permite cotejar las teorías sin recurrir a casos de pacientes sino a qué capacidad exige la tarea, y ver en vivo y en directo cómo se activan. Pero sin un modelo teórico son sólo datos. Creer que se puede leer el pensamiento viendo esas imágenes es una idea loca, sería como pensar que el microscopio supera a la biología. La neuroplasticidad es la capacidad del cerebro para modificarse a sí mismo.
Esto genera efectos en su organización, creando o eliminando redes neuronales. No hay cerebros de izquierda y de derecha sino un reformateo continuo regulado por la educación, la cultura y la actividad.
Crítica a las ideologías. Las grandes ideologías buscan el sentido de la vida, de la justicia social y hasta un futuro feliz. Su vigencia en los últimos siglos arroja un balance de violencia, asesinatos, guerras, terrorismo, campos de concentración y genocidios. La profundidad de la ideología es proporcional a la crueldad y el horror que se usa para hacerla realidad. A los nacionalistas, fascistas, racistas, terroristas, imperialistas, providencialistas o neoconservadores los une la forma en que creen lo que creen: ideales absolutos, ciertos e ineludibles y guiados por una fe ciega, suponen que algo muy alto los apoya: un dios, una ciencia exacta, un racismo científico, unas raíces ancestrales o una identidad indudable.
La creencia ciega es infranqueable a la crítica y al pensamiento. El que cree ciegamente no piensa. Tenemos que estar atentos ante el que dice yo pienso así, porque es probable que se trate de una creencia oculta y disfrazada detrás de la palabra pienso. Los fanáticos no piensan.
Dr. Horacio Krell Director de Ilvem, mail de contacto [email protected]