El esfuerzo es mejor aliado que el talento para progresar profesionalmente. “No tengo talento” es una excusa que aporta confort, pero quita una gran herramienta de trabajo.
Aducir falta de talento tiene una implicancia sutil: dado que el talento es innato, no hay mucho para hacer ante su escasez. Ergo, ante la falta de cursos de acción, mejor resignarse al lugar que nos tocó y no desperdiciar la vida entrenando para lograr un progreso que está destinado a nunca ocurrir. Esta postura es tan falsa como peligrosa. Pensar así nos impide ver los propios errores y trabajar duro para corregirlos. Para peor, ante los obstáculos, las personas que nos aman suelen intentar reconfortarnos sin darse cuenta que a la vez, nos perjudican. Encontré un fabuloso ejemplo para ilustrar esto en el libro de Kasparov, “How Life Imitates Chess”: «Cuando era chico, después de perder un torneo, mi madre solía decirme: “No te preocupes, hiciste lo mejor posible”. ¡Yo odiaba eso! Si hice lo mejor posible y aún así perdí miserablemente, debería dedicarme a otra cosa. Prefiero creer que jugué muy lejos de mi potencial, y trabajar duro para alcanzarlo».
No pretendo echar la culpa a nuestras madres, sino a nosotros mismos por creer sus bienintencionados comentarios y concluir falsamente que “no tenemos talento”, evitando así enfrentar el problema con esfuerzo y dedicación.
Desmitificando las excusas típicas
Como cuenta Malcolm Gladwell en Outliers, un alto IQ no tiene gran correlación con el éxito profesional. Lo importante es ser suficientemente inteligente, y ese umbral es mucho más bajo que lo que cree la mayoría. Otra excusa típica es la falta de creatividad. Por siglos existió un mito que dice que las artes sólo pueden ser aprendidas por gente con talento natural. Solemos creer que, por ejemplo, cualquiera puede aprender a correr, pero no cualquiera puede aprender a dibujar. Sin embargo, Betty Edwards dice en su libro Drawing from the Right Side of the Brain: «I firmly believe that given good instruction, drawing is a skill that can be learned by every normal person with average eyesight and average eye-hand combination».
El libro pide a los lectores que dibujen un autorretrato antes de empezar a leerlo, y luego otro al terminarlo. Los resultados hablan por sí solos:
Persistencia, madre y abuela del progreso
Un famoso estudio de K. Ericsson mostró con mil ejemplos que el esfuerzo es una condición necesaria para ser un experto en casi cualquier ámbito.
Gladwell cuenta en Outliers que incluso los más exitosos necesitaron invariablemente sus 10.000 horas de práctica. Para los Beatles fue su etapa de Hamburgo, donde tocaron varias temporadas, 7 días a la semana. Bill Gates aprovechó que el mainframe de la Universidad de Washington tenía tiempo ocioso a la madrugada, y aprendió a programar ahí por años.
Según mi experiencia, el 99% de las personas que trabajan hoy en tecnología superan el umbral de talento “suficiente” para progresar en las muy diversas áreas de desarrollo de un Producto. Un porcentaje mucho menor está dispuesto a persistir sostenidamente para vencer sus propias limitaciones.
Resumiendo
Opino que dentro un grupo de tecnología, el progreso personal es una variable mayormente controlable, y que depende en gran medida del esfuerzo sostenido que cada uno esté dispuesto a hacer. Esta verdad es incómoda pero inevitable. Por supuesto, siempre existe la opción de apoltronarse y echarle la culpa a la falta de talento…