El entusiasta es también el que mantiene siempre viva la llama de la esperanza.
Si la vida te deja de resultar atractiva, serás fácil presa de la desesperación. Nada te quedará por cuidar o resguardar cuando no tengas un horizonte, un camino, una meta y un propósito. Si no sabes hacia dónde ir no te queda nada por esperar, perderás la esperanza y junto con ella la inteligencia.
Como dijo Séneca, “no hay vientos favorables para el que no sabe a dónde quiere llegar”.
La esperanza es la espera de lo que anhelas y está viva en el proyecto que te guía. El faro no navega por ti, no asegura que llegues la costa, pero te indica con su luz hacia dónde ir para encontrarla.
Dicen que la esperanza es lo último que se pierde. Recurres a ella cada vez que se termina de frustrar un sueño. Sigue allí, callada, le niegas su existencia, porque la mente y la realidad se unen para decirte basta, que esto no va más. Pero la esperanza es más que una ilusión o que una idea, y, pasado un tiempo, se transforma en algo que se resiste a dejar de cumplir con su misión primordial.
Cuando no te queda nada, porque la realidad destrozó tu sueño, surge la esperanza como un soplo de vida que busca vida, sin importarle los pronósticos sombríos que muestran los hechos y la lógica.
No es un sueño
El sueño puede ser irreal, la esperanza depende del valor que le des y de que sepas bien lo que esperas, por qué lo esperas y qué harás para conseguirlo. La esperanza es realista, tiene los ojos en el cielo pero los pies en la tierra, pone pilares sólidos, sin hacer castillos en el aire.
La esperanza te da siempre una tarea, entrena tus recursos y habilidades, te ayuda a aprender mientras vas abriendo el camino. Te recuerda, en síntesis, que entre lo que esperas, tu actitud y tu voluntad, hay un lazo profundo, un hilo conductor, una relación estrecha. La esperanza rompe con el determinismo de que todo está escrito y que sólo resta aguardar el final, para bien o para mal.
Te dice que tienes la responsabilidad de proyectarte, de darle un argumento a tu vida, de elegir y decidir qué hacer y cómo hacerlo a partir de las circunstancias en las cuales te encuentras.
Los animales no tienen esperanzas ni decepciones. No tienen proyectos ni propósitos. Hacen lo que el instinto les dicta y esos dictados constituyen un programa que simplemente repiten.
Tú, en cambio, puedes elegir porque estás dotado de conciencia y de una libertad que no significa ni vida silvestre ni camino sin obstáculos. Tienes la capacidad de elegir pero no podrás evitar las consecuencias de tus decisiones. Por esto es que tienes esperanzas.
No te asegura el porvenir
La esperanza no es un acto de fe premiado por Dios o el destino. No viene con un seguro de que lograrás la meta, por eso la acompañan el temor y la ilusión. La voluntad es parte de ella, pero querer no es poder (querer es querer y poder es poder) y cuando se integran se potencian, pero no siempre sucede. El poder inteligente es un querer con eficacia.
El cóctel de la esperanza
Paciencia, seguridad en ti mismo, confianza, tranquilidad, coraje, son las actitudes asociadas a una vida activa y confiada, orientada a propósitos, en la cual se fortalece tu autovaloración y el aprecio por el simple hecho de existir. Es una vida con raíces profundas en la tierra y con ramas orientadas hacia el cielo. No edifiques tu fe en el dogma sino en la experiencia.
Para vivir una vida activa debes priorizar la trascendencia. Si aspiras a ser rico, a que tu equipo sea campeón, a que tu hijo sea el mejor, a tener la mejor casa, no hablas de esperanza sino de exigencias y expectativas. Si se dieran no iluminarían el sentido de la vida, ni harían que el mundo sea mejor.
Vive la esperanza en el presente
No dejes que se te escape hacia el futuro. Vívela hoy con responsabilidad, con empatía, cooperativamente y con amor activo traducido en hechos, se el actor de tu esperanza proyectada hacia el porvenir en el cual tal vez sean otros los que reciban el legado. Vivirás sin esperanza si no asumes los proyectos que la convoquen e incentiven. Construye la esperanza desde tu poder interior, desde tu forma de abordar la vida, y desde allí podrás mantenerla viva, con acciones, no con declaraciones o creencias. Nadie puede regalarte la esperanza y a nadie puedes culpar por no lograrla. Pueden darte promesas e incluso cumplirlas, pero una promesa no es una esperanza. A las promesas las recibes, a las esperanzas las creas, son el fruto de tus actos. Si vives con esperanzas no avanzas por caminos que hacen otros, sino por los que tú mismo abres.
Ser no es tener
Abundan los que lo tienen de todo, los que alcanzan lo que se proponen, los que reciben lo que piden y, sin embargo, viven insatisfechos, en la demanda quejosa, en la depresión. Estás entre los que corren detrás de fama, dinero, poder, pareja, posición económica, política o social, bienes objetos, relaciones; y en cuanto los tienen necesitan ir detrás de otra cosa.
¿Cómo mides tu existencia? ¿En metros recorridos a pie, en kilómetros en auto, en años, días, horas, segundos, en latidos de corazón, en litros de sudor, de orina, de sangre, en kilos de carne, de papas, en litros de vino, en tiempo perdido, en amor dado, en amor recibido? ¿Cómo lo mides?
Esta misma imposibilidad aqueja a los insatisfechos, a los que nada ni nadie les alcanza ¿Si algo te ocurre preguntas por qué a ti? ¿Y si algo no obtienes, dices por qué no a mí? ¿Jamás te preguntas por qué? Crees que tus frustraciones y dolores son siempre inmerecidos, de que todo lo que mereces nunca te llega. Te sientes desilusionado por la vida, como si hubieses llegado a ella con un contrato de éxitos bajo el brazo. Es imposible convivir con alguien que sufre el síndrome de la insuficiencia.
Para quien nada es suficiente, nunca nada lo será, pues su demanda suele partir de una base falsa. No sabe lo que quiere. O peor: lo quiere todo. Pero nada de lo que quiere lo tiene como referente. Deseas un auto como el de su vecino, un trabajo como el de su amigo, una pareja como la de tu hermano, un cuerpo como el de una estrella, una chequera, un viaje como el que hicieron otros, una familia como otra y ser joven como alguien, pero tener la experiencia, la sabiduría y el aplomo de un veterano. Comer sin engordar, envejecer sin dolores, amor sin seducir a nadie, etc.
Saber lo que quieres
La condición para salir la mediocridad en el arte de vivir es que puedas querer una sola cosa a la vez. De este modo te orientas y dedicas a lo que has decidido y tienes una meta. Pero no cualquier meta. El propósito orientador debe darlo el sentido que le des a tu vida. Si tu meta es tener, para que te admiren o te quieran, toda tu energía, creatividad y fuerza emocional, quedarán bloqueadas y tu genio interior quedará encerrado en la lámpara de Aladino.
Nada es suficiente si confundes los medios con los fines. El dinero, la fama, el poder, una pareja, una familia, son medios. Medios a través de los cuales puedas vivir una vida con significado. Instrumentos para mejorar el mundo, alcanzar metas trascendentes, tener incidencia en el universo que habitas. Pueden ser herramientas para alcanzar la experiencia del amor, para mejorarte como persona, para manifestarte en la cooperación, en la empatía, en la generosidad, en la creatividad. Para tener una existencia fecunda. Pero al tomarlos como fines abres la puerta a la insatisfacción. ¿Cuánto dinero es suficiente si tu meta es el dinero? ¿Cuánta fama? ¿Cuánto poder? ¿Basta con tener alguien al lado, de cualquier manera (sean el maltrato, la indiferencia, la dependencia, la sumisión, el engaño, la decepción) para sentir cumplida la meta del emparejamiento? ¿Alcanza con preservar la formalidad de una familia para que ese sea un espacio de amor, de respeto, de confianza, de estímulo, de aprendizaje emocional, de desarrollo personal, de cooperación?
La confusión nace en buena parte de tu insatisfacción en la sociedad de consumo, de la que esperas respuestas mágicas evitando indagaciones interiores necesarias y hasta incómodas. Cuando nada es suficiente, dejas de observar y valorar lo obvio. La fuente de tanta insatisfacción puedes rastrearla en exigencias familiares agobiantes, tempranas e importantes pérdidas afectivas, creencias heredadas según las cuales no hay otro destino que la felicidad y la grandeza y autoestimas frágiles. Todo esto no te quita responsabilidad, una cosa es la vida que te dieron, y otra lo que hiciste con la vida que te dieron. Si sientes que nada te alcanza quizás hiciste poco por descubrir el sentido de tu propia vida, aquello por lo cual es valiosa y te quedaste a la espera de que las respuestas vengan dede afuera. Si examinas el sentido de tu existencia en el lugar en donde estás, en las experiencias que vives, podrás asombrarse por el simple hecho de existir y por todo aquello que te ha sido dado, y podrás festejar y maravillarte por el entramado de pequeñas circunstancias y episodios de la existencia. Así tu vida te resultará suficiente y la celebrarás con esperanzas.
La inteligencia de la esperanza
A no tener ninguna esperanza se lo conecta hoy con la inteligencia, así como al ser esperanzado se lo considera un tonto, desmereciendo el hecho de que, la desesperanza paraliza a la inteligencia. La esperanza es la fuerza de la vida, una alianza estratégica entre el corazón y el proyecto hacia el cual se dirige el deseo. Un objetivo pueden fallar, pero no así la esperanza, que muta y a veces pierde visibilidad, pero está allí, incluso disfrazada de otra cosa, proponiendo nuevos objetivos. Y el proyecto es lo que te separa de la muerte, porque sin proyectos, perdida toda esperanza, lo único que te queda, lo más próximo, es la muerte.
Viktor Frankl, en el campo de concentración notó que los que mantenían la esperanza tenían más recursos para sobrevivir. Sin negar lo real esperaban algo de la vida, aunque fuera invisible y la realidad les mostrara otra cosa. La ilusión es la fuente de sentido, allí donde flaquean los sentidos objetivos que informan al cerebro. Un prisionero común no tenía qué comer pero el “capo” -prisionero traidor- no padecía hambre y era más cruel que los guardias de las SS. El prisionero quería volver a su casa, salvar a sus amigos y no dudaba en que otro ocupara su lugar. Se mantenía vivo el que perdía sus escrúpulos para sobrevivir. Pero el hombre no es una cosa más entre las cosas, es su propio determinante. El campo de concentración fue un laboratorio vivo, un banco de pruebas donde algunos actuaron como cerdos y otros como santos. El hombre tiene ambas potencias, de sus decisiones y no de sus condiciones dependerá cuál se manifestará. Víktor Frankl fue un prisionero que descubrió que hay algo que ninguna humillación le pudo quitar, es la actitud frente a la vida. Porque lo que vale es la actitud ante el dolor cuando debemos cargar con él. La sociedad de consumo es la cárcel moderna con un radar que incita a imitar a ricos y famosos. La esperanza es hallar la brújula del autoconocimiento y de la realización personal.
Ver para creer
No precisas ver para creer. Un objetivo puedes no alcanzarlo, un plan puede fallar, pero la esperanza sigue intacta, se actualiza de otro modo, porque lo que no se produjo es lo esperado, pero lo que se mantiene es la capacidad de esperar otra cosa.
La esperanza sirve, es eficaz, permite salir de la derrota, volver a nacer de las cenizas como el Ave Fenix, trascender el dolor. Es un «sistema» que permite transitar la noche gracias a la certeza de que el sol aparecerá en la mañana. Las ilusiones vanas no son la esperanza. Hay ilusiones que endulzan pero no alimentan son imágenes voluntaristas que violentan lo real. La esperanza, por el contrario, surge de una fuente genuina, y está siempre allí, sobre todo, para el que aprenda a percibirla.
La esperanza genera el entusiasmo
Hay personas que amanecen con una energía incontenible, otras apenas pueden levantarse. Esa virtud misteriosa es como el poder transformador del viento, invisible pero con efectos visibles y ante el cual hasta las hierbas se inclinan. Si lo real es un río, el entusiasta es la nave que despliega libremente su energía. Más que una cualidad es un estado de ánimo que no necesita ver para creer, porque su fe mueve las montañas. A nadie se le puede prestar el poder del entusiasmo o el deseo que no tiene. El entusiasta no es el optimista que mira el lado positivo de las cosas. No es el lógico que optimiza recursos, ni el conservador que actúa por conveniencia. El entusiasta es proactivo no se ata a los sucesos. Como en la profecía que se autorrealiza, logra lo que anhela porque cree. Su libertad es plena, y la potencia no se la da el intelecto o el objetivo; sino la fuente que lo nutre, reconoce y ejecuta como si fuera su novela.
El entusiasmo ilumina la capacidad con una luz interna. A la inspiración, fervor, vigor, expansión, contagio, que genera; su complemento, la perseverancia, mantiene la llama encendida. ‘Para tener éxito’, dijo Churchill, ‘hay que estar preparado a pasar de fracaso en fracaso, con el mismo entusiasmo’. A un vendedor aplicar esta frase, puede conducirlo a un desastre. Hay actividades en las cuales una actitud cautelosa es más apropiada para moderar el entusiasmo. Para pensar en forma global, es necesario, ser flexible. En lugar del fanatismo, conviene adaptar el pensamiento a la situación concreta a enfrentar. Para Aristóteles la virtud es el hábito del justo término medio.
¿Qué impide que una persona sea más entusiasta?
Fracasar es no animarse a correr detrás de los sueños. El poder del entusiasmo, como la vida, nace crece se desarrolla y muere. Es transitorio: cambia y oscila, tiene límites y finales, es como un amor que nos acerca a seres, cosas, ideas que le dan sentido y proyección a la vida. El fracaso no afecta al entusiasta, porque su pago está en el proceso y no en el resultado, lo importante es cómo viaja: su felicidad no es la estación a la que arriba sino la manera en que disfruta del viaje. El entusiasmo no se presta, se vive. El entusiasta es el mejor imitador que tiene Dios en la tierra, es un transformador perseverante del espíritu en materia. El entusiasta es también el que mantiene siempre viva la llama de la esperanza.