por Dr. Horacio Krell*
Una especie de decepción invade a quienes intentan resolver desafíos planteados en el formato de acertijos. Suele ocurrir que al conocer la respuesta, se pregunten por qué no se les había ocurrido la solución. Lo curioso es que la mayoría no logra resolverlos. Es el caso de un estudio donde se usó este desafío para estudiar el funcionamiento del cerebro:
Un médico y su hijo viajan por una autopista y tienen un accidente grave. El padre muere y el hijo necesita una compleja operación quirúrgica de emergencia para la que se convoca a una eminencia médica para que lo opere. La eminencia, al entrar al quirófano, dice: «No puedo operarlo porque es mi hijo». ¿Cómo se explica esto si el padre del joven está muerto?
¿Por qué la mayoría no pudo resolverlo? Lo que los afectó es un sesgo de género implícito, un sesgo automático que explica por qué incluso las personas más feministas no resuelven el acertijo simplemente pensando que la eminencia es una mujer.
Este sesgo de género implícito tiene sus raíces en la infancia, cuando se van creando en el cerebro asociaciones entre conceptos y recuerdos de manera inconsciente.
El cerebro inconsciente, lo heredamos del reptil, no razona con palabras, sino que aprende que las cosas están relacionadas de cierto modo y las neuronas las conectan. Son asociaciones culturales que se fijan como huellas para toda la vida, forman parte del desarrollo evolutivo, ayudan a navegar por el mundo, a categorizar en piloto automático a personas y situaciones que podrían representar un peligro y a decidir con rapidez.
En otro estudio, se encontró que tanto hombres como mujeres están más predispuestos a emplear a candidatos varones, así como a darles una mayor valoración en capacidad y a pagarles más que a las mujeres. La mayoría, incluidos los más pro igualitarios, no saben que portan estos sesgos culturales que los afectan tanto como a las decisiones que toman.
Para demostrar que la disonancia podía ser utilizada para motivar a las personas a seguir las directrices, se concibió como fundamental para el cambio de comportamiento hacer una declaración pública.
La disonancia cognitiva, una tensión de sostener ideas contradictorias con las creencias, se da cuando la evidencia desafía una creencia significativa. Esa falta de armonía suele ser incómoda.
Uno de los ejemplos más citados es el de los fumadores. Si fumas tres paquetes de cigarrillos al día, y escuchas que fumar causa cáncer, esas dos cogniciones son disonantes, asumiendo que no quieres morir temprano de modo horrible. Les resulta difícil negar ambas realidades, así que intentan justificarse diciendo ‘¿Y qué? Mañana me podría atropellar un auto’. Los fumadores pueden buscar justificaciones como ”de qué sirve vivir mucho si no se puede disfrutar de la vida». Así reducen la disonancia cognitiva distorsionando la información que reciben.
El paradigma de la hipocresía es evidente en situaciones donde nuestras acciones contradicen nuestras creencias, como amar a los animales pero comerlos. O comprar ropa barata sin fijarse en las condiciones de trabajo de quienes la fabrican.
La teoría de la disonancia cognitiva puede ser un instrumento poderoso para entender el mundo actual, ya que se encuentra en la política, en las redes sociales, e incluso en la ciencia.
La pregunta es qué hacemos con ella. Si nos aferramos a nuestras creencias, ningún argumento nos llevará a moderar nuestros puntos de vista, sino a atrincherarnos en ellos.
Tal vez al reconocer que este proceso mental nos sucede a todos, podamos considerar nuestras posiciones de manera más razonable y el autoexamen podría llevar al diálogo y lograr así que las consonancias cognitivas superen a las disonancias.