Recuerdo una anécdota de Paul Valery, el célebre poeta francés, quien –en ocasión de una reunión literaria-comenzó diciendo algo así como “Qué decir yo aquí, ahora, cuando aún resuenan las palabras de Baudelaire”, el otro gran poeta francés, llamado el creador de la poesía moderna. Y los dichos de Valery encerraban la metáfora de que Baudelaire había muerto 4 años antes de que Valery naciera. ¿Qué decir yo ahora, cuando aún resuenan las palabras de tantos prestigiosos especialistas que me han precedido en el tratamiento del mismo asunto? Acaso una audacia de mi parte.
Y yendo al tema, -“Argentinos a las cosas”, como nos recomendara Ortega, debo adelantar que –acaso- no seré simpático, pues abordaré lo que he dado en llamar la equis no económica de la ecuación exportar. Y no es económica, porque es –fundamentalmente- cultural. Claro está que ambas cosas se vinculan, se involucran recíprocamente, pero estimo que conviene analizarlas separadamente. Y digo que acaso no resulte simpático, porque pareciera que cuando hablamos de cuestiones que tienen que ver con variables económicas, las personas quedamos fuera del juicio crítico directo. En cambio, cuando hablamos de cuestiones culturales, las personas somos –insoslayablemente- los protagonistas y cada uno de nosotros nos reconocemos o nos negamos, y nos hacemos responsables o no de sus efectos.
Frecuentemente, cuando hablamos de comercio exterior, hablamos de asimetrías (pocas veces podemos hacerlo en términos de analogías) y hablamos, entonces, de asimetrías con relación a tales o cuales mercados y la comparación pasa casi exclusivamente por su dimensión en términos de población, del PBI, de la balanza comercial y de pagos, de las relaciones cambiarias, de los regímenes impositivos, de los subsidios gubernamentales, los intereses políticos regionales y otras cuestiones determinadas por la política y la economía. En cambio, pocas veces, diría que casi nunca, nos detenemos a analizar (mucho menos a reconocer) las asimetrías culturales, y éstas últimas no son necesariamente simétricas de las económicas.
Debemos despejar la equis no económica de ésta gran ecuación “Exportar”: la equis de la confianza.
No nos creen. No somos confiables. No somos predecibles. No se pueden hacer cálculos basados en la estabilidad de costos, precios, regímenes impositivos, aduaneros, etc. argentinos.
Se estima que respecto de los Acuerdos bilaterales y regionales suscriptos con países del MERCOSUR, de las regulaciones recíprocas, no se cumple con más del 50% de las del lado argentino. Firmamos tratados, declamamos hermandades y luego no honramos lo que firmamos.
No se confía en que sostendremos la calidad, aún cuando al momento de presentar nuestros productos, éstos merezcan el reconocimiento de los importadores y los acreditemos con certificaciones ISO 9000. Y me apresuro a señalar que necesitamos acelerar la generalización de certificaciones de calidad bajo normas internacionales, justamente porque necesitamos –mucho más que otros pueblos, y digo pueblos y no economías-, sumar a favor de que se nos crea. Ni más ni menos que eso: que se nos crea.
A propósito de certificaciones ISO, vale señalar que en poco más de tres años, las empresas certificadas en el mundo pasaron de alrededor de 400.000 a más de 600.000. Y de esas nuevas certificadas, un altísimo porcentaje son chinas; ejemplo de que los productores de potencias, certifican para exportar pero también lo hacen para frenar el ingreso de terceros países en sus economías, fijando pautas mínimas de calidad a los productos que pretendan competir con los propios en su mercado interno.
Lamentablemente, no hay norma ISO que certifique, -más allá de la cultura de la calidad en productos y procesos-, que hemos aprendido a cumplir nuestros compromisos, por ejemplo, en orden a que lo que exportemos sea finalmente igual o mejor que las muestras en base a las cuales se concretó el negocio, o que aprendimos a cumplir los plazos y las cantidades pactadas, o a pagar lo que debemos.
Qué maravillosa sería una norma ISO que acreditara fehacientemente que somos serios. No nos ven así en el mundo y no podemos reprochárselo a ninguna organización perversa: nos lo hemos ganado por propio y exclusivo mérito en los últimos años, en los últimos 60 años diría yo.
Mientras nos jactábamos de ser los más vivos de América y otros barrios del mundo, mientras los “ponjas” eran solo buenos tintoreros, los gallegos muy brutos, los alemanes todos parecidos a los ingenuos del cuento y los africanos unos negros…, los japoneses se constituyeron en la tercera economía mundial, los chinos en la segunda, con un espectacular desarrollo y muy alta tasa de crecimiento, los alemanes se unieron en la gran Alemania del siglo XXI, alcanzaron la Unión Europea y los pueblos de África y otros muchos de muchas otras regiones del mundo crecieron a tasas relevantes, y muchos de ellos, como Nueva Zelanda, Australia o los gigantes asiáticos despertaron a la ciencia, a la tecnología, a la industria más sofisticada y a la economía de mercado. Los chinos merecerían un largo y ejemplificador capítulo aparte. Aprendieron que competir no es mala palabra y que rechazar lo vulgar y ordinario y promover en cambio la excelencia, no constituye pecado de proterva discriminación. Y aprendieron de competitividad y de productividad. Nosotros, sin sufrir guerras como las que sufrieron muchos de esos pueblos, nos quedamos en la anécdota, en la burla folklórica de esas otras culturas. Y en muy buena medida, -lamentablemente- continuamos perseverando en lo que me animo a calificar como una involución cultural. Y ello es muy grave, porque como dijera ya, no se arregla con plata o exclusivamente con plata; demandará 30 o más años, varias generaciones que transiten por una educación e instrucción formal profundamente renovada en sus contenidos y calidad.
Los griegos decían: lo que ha sido ha sido y ni los dioses pueden modificarlo. No solucionaremos nada si no nos hacemos cargo de la realidad.
La promoción de las exportaciones no se puede hacer por internet. Hay que salir al mundo, tenemos que viajar, tenemos que visitar ferias y exposiciones, participar de ellas y preferiblemente, hacerlo debidamente asesorados por profesionales, acompañados por instituciones como Fundación ExportAr y otras entidades, gubernamentales o no, pero que nos permitan una gestión altamente profesional. Y entonces, cuando nos imaginemos asistiendo a esos eventos internacionales, deberemos caer en cuenta de que allí no estarán las normas ISO, ni los certificados de origen, ni los tratados ni las misiones oficiales; allí, antes que todo aquello, estaremos nosotros, personas, los primeros productos a vender en un mercado representado por otras personas que -prima facie- muchas veces desconfían de nosotros. Y en cada uno de nosotros -aún inconscientemente- están los rasgos culturales de nuestra sociedad toda. Menuda responsabilidad.
La confianza: la equis no económica de la ecuación exportar.
Y porque, cuando exportamos mercaderías o servicios, exportamos siempre a la propia patria, a los argentinos como pueblo y su cultura, voy a concluir con una invocación, a todos nosotros, a nuestra juventud, a los docentes, al periodismo, a nuestros gobernantes: a mirar profundamente hacia dentro nuestro, con coraje, con humildad y con el merecido orgullo de ser argentinos, pero abandonando facilismos folklóricos. Pongámonos a trabajar en pos de estos valores intelectuales, de esos principios morales y éticos que alguna vez nos distinguieron entre los pueblos del mundo.
Volvamos a la cultura del trabajo, desacralicemos los falsos ídolos, ya se trate de personajes del deporte , de la farándula o de la política. Hay demasiados directores técnicos y futbolistas confundidos con San Martín, Belgrano y Sarmiento, como si se tratara de prohombres y del mismo rango que nuestros próceres.
Volvamos a condenar la corrupción generalizada.
Y admitámonos que todo ello no se habrá de resolver con posturas necias, triunfalistas ni con conclusiones agoreras, ni mucho menos, con reducciones apocalípticas.
Volvamos al culto de la escatología, del Hombre como ser trascendente, y entonces, podremos volver a salir al mundo, acompañando a nuestros productos, transformando nuestras exportaciones de productos primarios en productos con mayor valor agregado de inteligencia, de trabajo y de cultura argentinos.
Volvamos la mirada a Dios y rindámosle cuenta de nuestra buena fe; Él no necesita de certificaciones ISO para aprobarnos.
Volvamos a decir orgullosos aquello de “América para los americanos y Argentina para el Mundo”.
Horacio Avalos. Director General de OSE – ORGANIZACIÓN DE SERVICIOS EMPRESARIOS