El filósofo Pablo da Silveira manifestó que hay una sensación colectiva de malestar con la educación. A la luz de los resultados, afirma, debería revisarse el paradigma de la escuela obligatoria y gratuita.
Por ejemplo, en Estados Unidos hay dos millones de chicos que se educan en sus casas, sus padres se niegan a mandarlos a la escuela. Es que el principio de obligatoriedad es una construcción ideológica para justificar el monopolio estatal de la educación. Lo que realmente importa es que el chico aprenda a desempeñarse en la vida.
Hacia una sociedad basada en principios.
En la sociedad de consumo se valora el objeto antes que al sujeto y progresivamente fue disminuyendo la calidad docente. Los países avanzados no regalan PCs, invierten en educación. Los maestros son estrellas con título universitario, aquí admiramos a los ricos y famosos. Nos faltan PRINCIPIOS con mayúscula. El niño es el padre del hombre, vive en la edad de los estrenos, en el ejercicio pleno de la curiosidad. Nuestra sociedad que perdió sus PRINCIPIOS, en la alienación cotidiana, puede recobrarlos cambiando los principios de sus hijos. Así se instalará la sensación de desafío a través de la educación.
La creatividad es el principio de todo lo bueno. El lazo docente- alumno es la clave de un proyecto país. Para salir de la oscuridad que nos domina hay que crear otra historia. El maestro educado tiene el futuro de los niños en sus manos y hace tangible su pasión. Más que una PC por estudiante, el mejor regalo que podemos brindarnos es el de tener buenos maestros.
La sociedad se dio cuenta de ello y pretende un cambio. El sistema educativo europeo por ejemplo, pretende que los estudiantes desarrollen valores emocionales como realización personal, ciudadanía responsable, cohesión social; los que deberían asociarse con los valores intelectuales y los hábitos operativos de destreza mental. Un alumno es valioso si sabe y puede estudiar, pero si sólo lo hace por dinero, no valoriza la intención.
Es necesario inculcar la mentalidad de servicio aunque la cultura del facilismo y la inmediatez atraviesa a la sociedad y está insertada en la escuela. Cuando llegan a la universidad tratan de zafar; eligen materias de promoción directa, protestan por las que tienen extensa bibliografía y reclaman gratuidad mientras ostentan celulares de última generación.
Darse cuenta a tiempo
La sociedad de consumo legitima modelos de ejecutivos acostumbrados a obtener ganancias con poco esfuerzo y políticos que no cumplen con sus promesas electorales. Todo esto afectó también a la familia y al principal laboratorio social que es el aula. La política no hace de la educación su política de estado. La enseñanza masiva ayudó a que se perdiera la brújula, tanto en la escuela pública como en la privada.
Pero darse cuenta es el primer paso en la solución de cualquier problema, aunque generalmente se buscan excusas para evitar los controles. Las estadísticas cumplen un rol esencial en la vida de las personas y de las instituciones y el miedo a examinarse para conocer la verdad suele ser propiciatorio de males mayores.
Muchas veces no se trata solo de miedo sino de que la verdad puede no resultar conveniente para los gobernantes. Así recientemente en Argentina
las autoridades decidieron suspender las pruebas de calidad educativa dando como argumento el cierre de las escuelas por la gripe A.
Medir el rendimiento
Sin datos y sin estadísticas no se pueden formular políticas de estado. El test Pisa realizado a nivel internacional por la OCDE es parcial, mide lo
que quiere medir, las partes en lugar del todo, pero sirve para demostrar nuestra decadencia. Argentina se encuentra entre los países de menor rendimiento educativo del planeta.
Educar es sacar de adentro el potencial que traemos al nacer. No es adoctrinar ni llenar el cerebro con información -que deja de lado el conocimiento- ni que el conocimiento especializado se aleje de la sabiduría. Desde el siglo XXVII ya no hay sabios, sino sólo especialistas. El cambio favorable sería democratizar el conocimiento con la igualdad de oportunidades al estilo Finlandés con un enfoque interdisciplinario.
¿Pero, para qué estudiamos? Alguien estudia cuando cree que le sirve más que trabajar y por tanto piensa que le asegurará su supervivencia futura. Estudiar es una inversión. La mayoría elige carreras que con sustento económico, como abogacía, pero hay tantos abogados que terminan trabajando en otra cosa o son cadetes de lujo. Y le quitan el puesto a otra persona que debería estar en ese puesto.
¿Por qué eligen así? Porque sistemáticamente, generación tras generación, se ha carecido de una educación capaz de potenciar los talentos y fortalezas
individuales que sirvan de brújula interior y permitan conectar a cada individuo con su pasión. Se necesita de una educación enfocada en el mundo interior y que fomente la trascendencia y convivencia en las diferencias y no solo la supervivencia individual.
Inteligencia múltiples
La inteligencia conecta el autoconocimiento con la destreza social. Buscando el "por qué" se justifica lo que ya se cree, detectando "cómo" lo hacen
las sociedades exitosas, se puede igualarlas primero y superarlas después. Así no repetiremos las recetas del pasado que no se adecuen a los contextos actuales.
El poder inteligente es querer -enamorarse del futuro- más eficacia -saber alcanzar ese querer-. Para mejorar hay que imitar a los países que hicieron
de la educación su política de estado. En Finlandia el maestro es una estrella social, la igualdad de oportunidades minimiza la distancia entre ricos y pobres y la educación rinde dividendos sociales, económicos y políticos. Finlandia tiene corrupción casi cero y es primera en el mundo en educación.
De niños creamos o nos crean el hábito, luego ese hábito nos crea. Entonces se nubla la percepción, se elimina del mundo lo nuevo para ubicarlo en esquemas conocidos. El auténtico líder social y el líder de sí mismo rompe los esquemas. Gandhi independizó a la India usando la paz como estrategia. Hay que aprender de las tormentas. Cuando pasan limpian las tierras, terminan con las plagas y muestran los errores. Debemos perderle el miedo al miedo. Cuanto más tememos al fracaso, más cerca se encuentra.
Creemos que el problema está afuera, pero nosotros somos el problema. No advertimos las excusas que ponemos para evitar el cambio. Aprovechemos nuestra libertad de elección para desprogramar nuestras conductas que ya no nos sirven, para destruir creativamente las creencias que ya no funcionan.
Debemos crear una sociedad inteligente donde cada uno sea útil haciendo lo que ama. Y además, aprendamos a enseñar valores y métodos para que nuestros hijos aprendan a aprender y para que nuestros bienes no se conviertan en males. La cultura del ejemplo es la mejor escuela. Sólo hagámoslo.
Dr. Horacio Krell. CEO de Ilvem, [email protected]