Nos invade un relativismo que propicia el individualismo extremo y que traba la formación de la familia. Un pensamiento líquido y el cambio continuo son alentados por la sociedad de consumo, que planifica la obsolescencia de todo, incluso en las relaciones personales funciona el úselo y tírelo. Un pensamiento único condena al que piensa diferente.
Para Erich Fromm “la libertad sólo tiene sentido si se tiene la capacidad de pensar por uno mismo”. Huxley en “Un mundo feliz” vaticinó la aparición de este hombre moderno que sacrificó su libertad recibiendo en compensación consumo y entretenimiento.
El gen egoísta, busca su satisfacción. El mem es su espejo cultural -como cruce de gen con memoria-. Ambos pueden asociase para bien o para mal. Cuando el mensaje cultural es “todo vale”, el gen y el mem se vinculan, generando un final peligroso y abierto. El pensamiento light donde todo es igual y nada es mejor traba al deseo genuino, que es el motor de la civilización y la cultura. La educación por el ejemplo de la unidad familiar es la llave maestra que todavía nos queda para producir el cambio social.
Los valores compartidos en familia nos permiten conocernos, nos ayudan a saber quiénes somos, a dónde vamos, qué queremos y a lograr el bienestar emocional, elemento esencial de la calidad de vida. Estos valores no dependen del tiempo o del espacio, ni del sistema económico o político, ni de la moda del momento.
La sociedad de consumo presiona sobre la familia para que en lugar de la brújula que orienta su destino siga el radar que les exige imitar a los ricos y famosos.
Los valores de que hablamos son atemporales, de puro corazón y potenciadores de la sociabilidad y del amor. Están por encima de los hechos y de los avatares, porque se relacionan con la dignidad humana y con el respeto por lo que piensan y necesitan los demás. Son valores de quienes no pueden vivir sin libertad, coherencia y hermanados en el principio de la igualdad de oportunidades, respetando los modos particulares de ver y de sentir, la diversidad de intereses, necesidades y gustos. Eso sí: iguales pero distintos.
El malestar en la cultura. Hay una sensación de malestar por el atraso de la educación porque no logra que el niño aprenda a desempeñarse en la vida. Mientras tanto la sociedad de consumo prefiere el objeto al sujeto. Países avanzados, como Finlandia, invierten en educación y los maestros son estrellas con título universitario. Tienen PRINCIPIOS con mayúscula. El niño vive la edad de los estrenos, el ejercicio pleno de la curiosidad. La sociedad que pierde sus PRINCIPIOS daña el principio de sus niños.
El cerebro del niño al nacer es una página en blanco que madura con la educación y la experiencia. Cada una de sus neuronas puede conectarse con hasta otras 200 según la estimulación que reciba. El estilo de vida familiar se refleja en la corteza cerebral mediante la neuroplasticidad -la capacidad del cerebro de autoformatearse con la práctica-. El hombre moderno dispone de más conexiones que sus ancestros para mejorar sus decisiones e influir de ese modo en sus circuitos neuronales.
Desarrollo natural o dirigido. La opción es que el cerebro madure solo -como crece la lechuga- o provocar la creación de circuitos neuronales. En sus primeros años el niño puede crear el capital intelectual que le permitirá como hombre vivir de los intereses.
Lo que no se crea en la niñez no creará jamás. La mejor educación es el ejemplo que reciba.
Las claves del progreso humano son la cultura del ejemplo y la estimulación temprana. Si un niño es criado por lobos nunca recupera lo que no pudo generar. El niño se pierde si ignora su genio interior y la cultura le ofrece un radar para imitar la moda y no la brújula del autoconocimiento. No hallará vientos favorables si no sabe a dónde quiere llegar.
No se trata de forzar un desarrollo artificial sino que desarrolle su esencia. Sobre el código genético no se puede influir, pero si la educación familiar le ofrece oportunidades, la posibilidad se convierte en realidad.
Lo que no se usa se pierde. Existen circuitos con los que se nace, algunos se pierden y otros se crean. Al nacer la posibilidad es amplia, pero lo que hasta los 7 años no se creó ya no existirá. El niño criado entre lobos será un lobo, la bipedestación se logra madurando en los principios. Como dijo Gohete «lo que has heredado debes adquirirlo para que sea tuyo».
Por eso hay que crear y mantener sus circuitos cerebrales, sin eso cuando se haga hombre no tendrá libertad de elección. No sirve regar una planta que murió, ni aplicar estímulos sin un órgano capaz de procesarlos, ni intentar establecer conexiones fuera de tiempo.
Estimulación temprana El niño reconoce la música en el embarazo y también puede detectar el estrés de su madre. Aprendió que un latido cardíaco muy rápido refleja un peligro, entonces al percibir situaciones similares interpreta que hay un riesgo y llora.
Al nacer su cerebro está incompleto pero los órganos sensoriales ya son accesibles. Por lo tanto podemos rodear al niño de estímulos que le aporten mayor cantidad de energía.
Cada idioma utiliza otra frecuencia. Un niño argentino escucha una banda que oscila de 300 a 500 hertz. Cuando habla en inglés tiene acento español porque oye a esa frecuencia.
Lo ideal es rodear precozmente al niño de un ambiente sónico variado. En su maduración hay que brindarle estímulos útiles que pueda asumir. Los circuitos se construyen en la primera edad, por eso debe aprender a generarlos cuando su cerebro es todavía moldeable.
Aprender a leer. La lectura es la habilidad humana primordial. El tallado del alfabeto en el cerebro le dio al hombre la posibilidad de convertirse en amo del mundo. Leer es asociar un concepto abstracto a una realidad tangible. El hemisferio derecho es analógico con lo real, el izquierdo la interpreta. Una mesa es parte de la realidad, el símbolo «mesa» es un elemento arbitrario que la representa. Los hemisferios se conectan por el cuerpo calloso, un cable de millones de fibras nerviosas. Cuando el niño pequeño aprende a leer, avanza desde lo conocido, de lo concreto a lo abstracto. Así conecta sus hemisferios.
Aquí nuevamente la clave es la cultura familiar. Hay padres que se quejan de que los niños no son lectores pero en casa nadie lee. Del mismo modo actúa el amor, se da lo que se recibe. Un estímulo importante es el masaje con caricias de connotación afectiva y el olfato que tiene una misión biológica importante. Por eso se asocia la inteligencia con el olfato.
La teoría de las inteligencias múltiples descubrió que en todo niño hay un genio interior que se debe descubrir y potenciar. La educación debe luego encauzar su desarrollo brindándole modelos para imitar inmersos en un mundo afectivo y amoroso. La mejor educación es la cultura del ejemplo y no la del “haz lo que te digo, pero no lo que yo hago”. El niño es un gran imitador. El crecimiento exponencial del saber hace que educarse no sea sólo cosa de chicos, el adulto deberá volverse cada vez más niño. La juventud no coincidirá así con una edad cronológica sino con una actitud. Quien generó en su primera infancia el circuito de la curiosidad en su familia será joven a cualquier edad, porque el niño es el padre del hombre.
Organizar el cambio. Una familia puede generar un cambio cultural dirigido si advierte que la cultura imperante no funciona. Los valores deben incluir velocidad de implementación, cumplimiento, sensación de desafío, simplicidad, colaboración y magnetismo. Los primeros que deben cambiar son los padres para modificar el modelo mental de la vieja cultura. Modificando su pensamiento cambiarán su conducta, los demás comprenderán su significado, difundirán el cambio y modificarán su manera de actuar.
En el círculo virtuoso del cambio las personas son el activo, nada ocurre sin ellas, ya que todo lo que hacen produce resultados. Einstein creía que “es una locura pensar en mejorar y hacer más de lo mismo”. Un acertijo humorístico propone que para cambiar hay que cambiar a la gente o cambiar a la gente. Hay otro modo: los que dirigen el cambio familiar son los primeros que deben cambiar. Porque lo que un líder es suena tan fuerte en los oídos de su gente que no pueden escuchar lo que les dice.
Dr. Horacio Krell. CEO de ILVEM [email protected]
Absolutamente de acuerdo. Lo resumo en una frase que repito a menudo, sobre todo a los jóvenes padres: «Los chicos no te escuchan, te miran».
Y lo he comprobado con mis propios hijos.