El cerebro del niño al nacer es una página en blanco que escribirá con su experiencia. Construirá su cerebro con lo que haga y con lo que piense ya que para el cerebro las imágenes son hechos. El animal nace listo para vivir, el niño sobrevive por el amor de sus padres. Que escriba páginas de gloria dependerá de la educación y la cultura.
La libertad del pájaro es un mito
El pájaro no es libre porque vuela, nace condicionado, no puede elegir, sólo puede volar. El niño tiene la plasticidad necesaria para cambiar e incorporar información. Lo que aprende se instala en la cadena neuronal que soporta el aprendizaje. Cada huella mnémica – el registro corporal de la vivencia – modifica su cerebro sumándose a la red formada por huellas preexistentes.
100.000 millones de neuronas conviven en el cerebro y se comunican en milésimas de segundo en sinapsis o puntos de encuentro. Cuanto más diversas y ricas son las redes más se entrenan. Las neuronas que no participan se deprimen y mueren. Las que participan en la gimnasia mental neuróbica se mantienen vivas y radiantes.
Para escapar al condicionamiento biológico dispone de los lóbulos frontales, la sede de los proyectos y de la libertad que lo convertirá en el arquitecto de su propio destino.
Educar proviene de "educare", es sacar de adentro el potencial. Pero hoy la enseñanza es enciclopedista, llena la memoria con información. Para que "educare" sea el objetivo debe cambiar el modelo, porque no hay nada más práctico que una buena teoría.
La lectura es la gimnasia del cerebro, es el motor de la civilización y la cultura. Los genes brindan los instintos, las reacciones y los movimientos, pero el tallado del alfabeto en el cerebro es la victoria de la mente y del espíritu sobre la materia. Los genes han dejado para el cerebro la
sensibilidad ante la experiencia.
¿Por qué el niño indefenso al nacer llega a ser el dominador del universo? Por su capacidad de comunicarse con los demás de una manera que ninguna otra especie puede hacerlo. La lectura es una gimnasia que pueden realizar los niños de 9 a 99 años.
El divino tesoro
El don maravilloso de lo humano, es su inteligencia, la capacidad de adaptarse a situaciones nuevas. Este don se ejerce gracias al conocimiento que guarda la memoria. Aprender y recuperar lo aprendido en el momento de la acción es el resultado de una sana conexión entre la memoria y la inteligencia.
El problema que entraña el funcionamiento de la memoria es que si nos detenemos para incorporar información trabamos el mecanismo automático de la comprensión que administra la memoria del largo plazo. Por eso una película la recordamos con lujo de detalles y del libro que terminamos de leer retenemos sólo generalidades.
Si la memoria queda librada al azar se recuerda lo que impacta al cerebro y no lo que importa. Somos lo que recordamos. Sin memoria seríamos vegetales que no podríamos pensar, sentir o actuar. Como la memoria es nuestro capital intelectual, si sólo evocamos conocimientos concientes, lo que se olvida ejerce una presión inconsciente.
Las fallas de la memoria difieren, la falta de integración entre la memoria sensorial con las de corto y largo plazo interfieren en la memoria episódica, en la semántica de los conocimientos y en la operativa que regula las acciones. Los recuerdos positivos incrementan la autoestima, los traumáticos la resquebrajan.
El enemigo silencioso
Vivimos presionados por estímulos -ladrones de tiempo que nos persiguen-. El celular, por ejemplo, nos acompaña hasta en el baño. Consumir tanta información implica seleccionarla o leer sólo los títulos. Esto genera la pobreza de la atención. Y para la memoria no existe segunda oportunidad para la primera impresión. Dominar la distracción implica hacernos dueños de nuestro pensamiento. Los ladrones externos de tiempo suelen ser sólo internos disfrazados. Hay que aprender a dirigir la atención a los estímulos que generan valor. Somos el resultado de las atenciones que prestamos, cada decisión que tomamos compromete nuestro futuro.
Todo lo que logramos en la vida se relaciona con la memoria, cuya particularidad es catalizar las experiencias. Este proceso actúa en redes y en equilibrio para producir el divino tesoro: adquirir el sentido de uno mismo y de la vida, como producto de lo aprendido, aplicado en el aquí y ahora, y proyectado hacia el futuro.
La memoria es nuestro divino tesoro por eso debemos aprender a cultivarla para que se convierta en el pilar de nuestro desarrollo. Desarrollo no es lo que tenemos sino lo que hacemos con lo que tenemos. Entrenar una memoria es saber conectarla con la percepción, con la comunicación y con la inteligencia. Así es como el capital que guardamos entre nuestras dos orejas será un activo valioso que nadie nos podrá quitar.
Dr. Horacio Krell. CEO de Ilvem. Contador Público y Licenciado en Administración UBA. Contacto: [email protected]