Para Borges somos lo que somos por lo que leemos. El analfabeto funcional es alguien que sabe leer pero que no lee. Muchas veces alega falta de tiempo, en otras aduce falta de deseo.
¿De qué sirve su voto, si vota imágenes y no programas que ni siquiera lee?
En esta época de la imagen el aprendizaje y el ejercicio de la lectura representan un gran esfuerzo para cerebros quemados. Sin advertirlo nos estamos quedando sin lectores.
La imagen brinda su recompensa sin esfuerzo. Sin embargo no hay almuerzo gratis, esto crea un determinado tipo de pensamiento y actitud. El cerebro procesa información secuencial o simultánea. Esto depende de quién impone el ritmo. Al leer, es el lector quien manda: lee a su ritmo, regresa sobre un renglón, relee. Leer es como conducir un auto, en cualquier momento se puede detener la marcha y reflexionar. Ante la imagen es el medio quien se impone.
El que mira no puede interrumpir. Es como viajar en avión, cuando se sube ya no se puede bajar.
El procesamiento secuenciado (lectura) provoca la capacidad de reflexionar, el simultaneo (TV) el predominio del impulso. Un impulsivo no sabe esperar, vota sin reflexionar. Ni siquiera escucha, se aburre porque el ritmo del habla es de 100 palabras por minuto y su cerebro procesa imágenes 10 veces más rápido. Este vacío se llena con distracciones y desinterés.
Se denomina analfabeto funcional al que es incapaz de utilizar su capacidad de lectura, escritura y cálculo en las situaciones habituales de la vida. Se diferencia del analfabeto en que éste no aprendió a leer o escribir, ni siquiera frases sencillas.
La pereza mental
Hay quienes se niegan a leer porque requiere esfuerzo mental y tiempo. Se conforman con hacerlo de modo elemental. Hay profesionales que se desconectan de leer, escribir o aprender, y no vuelven a tocar un libro de su profesión para repasar ni actualizarse.
Decálogo de Analfabeto Funcional
1. Le cuesta mucho leer, escribir, o hacer simples operaciones matemáticas.
2. Le resulta complicado analizar un mapa, responder un cuestionario, revisar una declaración jurada de impuestos.
3. No consulta el diccionario, no puede hacer trámites por sí mismo.
4. No puede seguir instrucciones escritas, analizar facturas o redactar su currículum vitae.
5. Además de no leer se limita a ver programas de TV, tan solo de entretenimiento.
6. No le interesan los problemas de la economía, la política, los temas sociales ni la tecnología.
7. Es renuente al cambio, prefiere el “status quo”, que nada cambie. Su conocimiento es limitado, inexacto, vago y obsoleto.
8. Su gramática y su vocabulario son deficientes.
9. Desconoce cuál es su velocidad y comprensión en la lectura.
10. No intenta ni se esfuerza por mejorar su rendimiento intelectual
Analfabetismo tecnológico
En Tecnofilia, tecno referencia a tecnología y “filia” a simpatía o afición. La tecnofilia es la pasión exagerada por la tecnología. Tecnofobia es el rechazo a lo tecnológico como miedo irracional que se justifica por la dependencia que genera. Hoy en día, la brecha digital crece: “la tecnología sube por el ascensor y el hombre por la escalera”.
La fe en la tecnología hizo creer a empresas y gobiernos que podían bombear petróleo en el fondo del océano sin fallas. El derrame de petróleo en el golfo de México en 2010 fue el argumento de los tecnofóbicos para afirmar que las máquinas terminarán dominando o exterminando al hombre. Pero los tecnofílicos se preparan para “la singularidad”. Es el punto en el que las máquinas se volverán conscientes y el hombre pactará estratégicamente con ellas. Entonces los problemas de salud serán cosa del pasado y los grandes problemas desaparecerán.
Los tecnofóbicos creen que la singularidad dividirá a los humanos en seres con inteligencia superior que vivirán cientos de años y los que quedarán marginados.
No sería una sociedad fantástica para todos sino un bote salvavidas para los ricos que saltarán del barco. La tecnología cambió la forma en el cual el hombre trabaja. Hoy prevalece el Multitasking, el arte de hacer varias tareas a la vez. La sensación que genera es la de hacer 100 cosas al mismo tiempo y a la vez, ninguna. Los medios de comunicación impusieron la cultura de la interrupción. La consecuencia es un pensamiento episódico, fragmentario, que opera sin secuencias y a saltos provocados por los estímulos. Así se redujo el conocimiento basado en la experiencia y aumentó el que se recolecta en la web.
Culturas policrónicas y monocrónicas
Las culturas influyen en la mejor o peor adaptación a lo tecnológico y al manejo del tiempo. Hay culturas policrónicas (cultura latina orientada a los eventos) y culturas monocrónicas (culturas americana o Alemana, orientadas al reloj). Las culturas policrónicas funcionan bien haciendo multitasking, las monocrónicas hacen las tareas una por vez, siguen al reloj y respetan el plan; ya que consideran al tiempo como un recurso que se pierde, se gana, se optimiza, etc. En las culturas monocrónicas el tiempo es lineal, consecutivo y segmentado, a una cosa sigue la otra y empieza cuando termina la anterior, está predeterminado y se fija el que se puede dedicar a una cosa de manera única y no en simultáneo. Se respetan las prioridades y no se permiten las interrupciones. Cuando una acción tiene lugar no puede haber otra. El tiempo es rápido, dividido en bloques y con fecha de caducidad. Las relaciones duran lo que duran y eso se sabe desde el principio.
El tiempo policrónico se percibe de manera simultánea, entremezclado, en vasos comunicantes, un elemento se desarrolla en concomitancia con otro. El tiempo es improvisado y no se puede prever ni organizar. Está abierto a interferencias y a interrupciones que pueden reestructurarlo. Se percibe en un continuo en el que suceden diferentes cosas a la vez. Es lento y no tiene fecha de vencimiento. Las relaciones son eternas aunque luego no lo sean y su final se desconozca.
La tecnología y el cerebro
Más allá de los componentes culturales en la administración del tiempo hoy es notable la dificultad de concentrarse a fondo en una tarea, en escuchar una larga sinfonía, en sostener un pensamiento o una experiencia, en leer sin ser invadido por ideas parásitas y en generar relaciones estables. Crece una atención saltarina, vagabunda, fragmentaria, multidireccional y multitarea que descrema la superficie sin penetrar en el fondo.
La sensación concomitante es que se pierde algo importante, que intoxicarse con datos impide culminar con la tarea.
Los medios generan una ansiedad que ellos mismos incentivan. Así se percibe un universo atractivo que magnetiza una atención flotante que se sorprende por su falta de linealidad, por su multiplicidad de opciones y por su capacidad de crear realidades virtuales.
La ilusión de que no existen el espacio y el tiempo ofrece una percepción de presente continuo, en la que el tiempo pasa sin dejar secuelas y una espacialidad omnipresente evita el vacío de la soledad. Para McLuhan los medios de comunicación son extensiones del cerebro. Hoy las redes extienden el sistema nervioso. Para el tecnofóbico el hombre será una prótesis de lo que inventó.
Sintonizar el sistema nervioso y el sistema digital. Hoy se educa para un mundo inexistente. El átomo es pasado, el símbolo de la época son los chips y la red. La red no tiene centro, ni certezas. Combina la simpleza del átomo con el desorden del caos. El chip de silicona y la fibra de vidrio de silicato se unen a velocidad fantástica para revestir al mundo con un tejido de redes. Las redes tienen nodos y conexiones. Los nodos se achican y las conexiones crecen.
Así como células poco inteligentes crearon el sistema inmunológico, una PC conectada con otras tejió la telaraña mundial “World Wide Web”. En un mundo de especialistas unidos en red, la sabiduría retornará promoviendo un diálogo global que descomponga el todo en partes pequeñas que contribuyan a entenderlo y mejorarlo.
Este entramado se paralizaría sin ideas que motiven a trabajar en equipo. El poder del futuro consistirá en aprovechar la comunicación. En una red el talento se multiplica por el de todos los demás. De lo que se trata entonces es de sincronizar el cerebro humano con las redes digitales, el sistema de redes que ha creado un poderoso y enigmático cerebro social.
Analfabetismo creativo
Una de las grandes preguntas es si la imaginación es previa o posterior a la adquisición del lenguaje. El lenguaje cambió el modo de imaginar. Es algo muy complicado que el cerebro hace y nos parece de lo más simple.
Lo que es seguro es que la imaginación requiere que se active una amplia red neuronal: para poder armar imágenes creativas se encienden numerosas áreas del cerebro.
Si bien una imagen vale más que cien palabras una palabra puede generar 100 imágenes.
Einstein dijo que se le había ocurrido la teoría de la relatividad mientras andaba en bicicleta. La mayoría de las veces se nos ocurren ideas cuando estamos caminando, durmiendo o en la ducha. Los momentos eureka ocurren cuando menos los esperamos: cuando estamos pensando en otra cosa o en nada. Para eso la mente debe tener conocimientos (nada surge de la nada) y tener algún problema sin resolver en el fondo de la cabeza (el problema es el motor de la inteligencia). Lo que es cierto es que imaginar parece aumentar el deseo, hasta hacerlo irresistible. Fue Disney el que dijo: “Si lo puedes soñar los puedes hacer”.
Analfabetismo sonoro y visual
Las orejas no tienen párpados, están expuestas a todos los sonidos. Oír, sin embargo, no es escuchar. Escuchar es prestar atención. Hoy que los oídos se taponan con auriculares y los ojos por pantallas, pierden puentes hacia el mundo y resonancia con su entorno. La resonancia es el diálogo de la persona con el mundo y con las voces propias desoídas y con las necesidades emocionales y espirituales abandonadas. Se va perdiendo la capacidad de escuchar al otro y también la de escucharse a uno mismo. No se puede lograr que algo resuene sin escuchar y sin mirar. Los mensajes desde las pantallas de los celulares y los sonidos desde los auriculares, nos hacen ajenos al mundo. Llegó el momento de devolver a los oídos y a los ojos su función principal, que no es oír y ver, sino la de escuchar y mirar.
Alfabetizar el cerebro
En el mundo del trabajo las amenazas no son las innovaciones, sino la posibilidad de asimilarlas a la velocidad en que ocurren y se incorporan al ámbito de los negocios. Los sistemas educativos no son dinámicos en cuanto a la comprensión del mundo y en adecuarse a los cambios exponenciales que se suceden y están lejos de ser la industria pesada de una nación que forme a los futuros ciudadanos del mundo global.
Es fundamental que la sociedad logre que sus actores principales actualicen el modo de formación con las competencias que la realidad y las perspectivas demandan.
Deben conectarse quienes piensan y generan políticas públicas con el sector privado en el campo del financiamiento de la infraestructura que se precisa. El exitoso lanzamiento de los proyectos de Participación Público Privada (PPP) constituye un ejemplo saliente de lo que se puede lograr cuando todas las fuerzas de la productividad cooperan, en beneficio mutuo, para hacer frente a los desafíos. En este contexto, una articulación más amplia público-privada (empresas, escuelas y Estado), es la clave para lograr el dinamismo necesario para achicar la brecha entre las demandas del sistema productivo y las ofertas de talento.
Analfabetismo emocional
En los primeros años de la adolescencia, la parte del cerebro que procesa las emociones experimenta grandes cambios. Los seres humanos desean más las recompensas inmediatas que las recompensas mayores en el tiempo.
En los tests, las personas deben elegir entre obtener una recompensa pequeña e inmediata u otra mayor pero a largo plazo. Elegir la opción a largo plazo se incrementa con la edad por el aumento de la conectividad entre áreas cerebrales vinculadas al procesamiento de recompensas y las áreas relacionadas con la planificación y el monitoreo de los objetivos a largo plazo.
Las investigaciones sobre los mecanismos cerebrales de los adolescentes se han orientado a explorar los efectos potencialmente negativos de la mayor sensibilidad y excitabilidad a nivel neural que los distingue, así como su impacto en las conductas de riesgo.
A tal efecto es interesante ver cómo los medios de comunicación informan sobre lo que cada persona puede hacer para alfabetizarse, con independencia de la educación que haya recibido.
Las neurociencias avanzaron mucho desde la “década del cerebro” (1990-2000) pero lamentablemente no han llegado a la educación. Tal es así que si resucitara un neurocirujano del siglo pasado no sabría qué hacer en el quirófano, en cambio si se pudiera resucitar a un maestro, éste podría dar sus clases sin ningún tipo de problema.
El aula de la escuela debería ser el gran laboratorio dónde se aprenda a alfabetizar el cerebro analfabeto funcional que solamente produce el 10% de su capacidad potencial.