Ante la amnesia, la mente es exigida -como un actor sin texto- a improvisar alimentando así la capacidad creativa. No podemos recordar, entonces creamos. No podemos recordar nuestros comienzos y los fabricamos.
En la novela “En búsqueda del tiempo perdido” Proust describió las asociaciones de ideas generadas al mojar un biscocho en una taza de té. El olor y el aroma lo conectaron con recuerdos inaccesibles para su conciencia. El olfato es leído velozmente por el sistema emocional. El buen olfato -propio del animal-, se deterioró en el hombre cuando la bipedestación lo alejó del suelo. Así el cerebro cambió: la boca delegó en las manos las tareas ejecutivas, se amplificó la visión y se desarrolló el lenguaje.
El olfato trajo emociones lejanas dando lugar a esos recuerdos. Estas memorias y las palancas que las ponen en movimiento, pueden ser vitales a la hora de tomar decisiones.
Procesamiento de sensaciones
Los datos perceptivos viajan y crean una impresión sensible.
El retorno, -el feedback- está basado en la experiencia pasada y define la percepción presente.
Esta construcción cerebral del suceso explica la potencia de los placebos que curan y de los nocebos que pueden enfermar, del coaching conversacional y de la meditación. Es que la mente tiene una capacidad autosugestiva: si se convence de algo, los datos transmitidos por los sentidos no los considerará. Esto explica cómo la hipnosis y la sugestión invaden al cerebro.
El problema de la memoria
En 1942, Borges escribió “Funes el memorioso”, quien luego de un accidente fue capaz de recordarlo todo. Borges describe a Funes: “los recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares, térmicas y olfativas. Podía reconstruir los sueños y un día completo; pero así se perdía el día entero recordando”.
Las personas comunes son afectadas por la curva del olvido que pasa por el cerebro borrando casi todo cada 8 horas. Somos como computadoras con áreas interconectadas que acumulan recuerdos prácticos. Sabemos cómo ir al trabajo, pero no recordamos los sucesos pasados.
Borges supone que Funes no sabía pensar: “pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes, no había sino detalles, casi inmediatos”.
Perdimos el buen olfato
Vemos al mundo con ojos y oídos sordos al olor, como si fuera algo vergonzoso. Sin embargo el olor tiene poder: la bocanada de tabaco de una pipa o una fragancia evocan de inmediato recuerdos. Escritores y artistas se maravillaron de su calidad y persistencia. Para Proust no fue la visión del biscocho la clave. “Cuando nada más subsiste del pasado, después que la gente ha muerto, después que las cosas se han roto y desparramado, el perfume de las cosas permanece en equilibrio mucho tiempo, como almas resistiendo tenazmente, en pequeñas y casi impalpables gotas de su esencia, en el inmenso edificio de la memoria”.
Cómo recuperar el olfato
¿Por qué no educamos una mente completa? Médicos y psicólogos comienzan a darse cuenta que no alcanza con dar recetas y tratamientos. Hay que bajar la información científica a la gente, para que aprenda a entrenar su cuerpo y su mente.
La mejor manera es brindar buena educación cambiando la receta y poner la ciencia al alcance de todos. Hay que enseñarles a respirar y a codificar los olores de la vida para desarrollar el buen olfato, de ida y de vuelta, como un miembro calificado del equipo intelectual.
La existencia humana está delimitada por la amnesia
Nuestra amnesia colectiva, el vacío en la historia, corre pareja en lo individual con la pérdida de la memoria del nacimiento, de los primeros días de vida y del trajín diario. La historia de la amnesia como tema determina una vasta fractura entre el tiempo y el espacio. Atraviesa los pensamientos que luchan por afirmar la presencia. Ante la amnesia, la mente es exigida -como un actor sin texto- a improvisar alimentando así la capacidad creativa. No podemos recordar, entonces creamos. No podemos recordar nuestros comienzos y los fabricamos. Mientras los recuerdos de la infancia permanecen, los más recientes se borran. Los primeros recuerdos son contundentes, la memoria se escribe con una lapicera con más tinta al principio de la vida. En los primeros años dibujamos los planos de donde habitaremos siempre, nadie olvida sus paseos en bicicleta, los compañeros de la escuela. Pero lo que está cerca queda lejos. Poca tinta queda en la birome de la memoria.
Infancia indeleble
El niño es el padre del hombre. La verdadera patria del hombre es la infancia. Vivimos en aquel país fundado cuando niños, poblado por abuelas, maestras, capítulos y fantasmas que inciden en nuestros miedos y logros. La infancia es la caja negra de la memoria. Es que la memoria es la identidad. En la infancia se determina nuestro ADN y la memoria es donde algo ocurre por segunda vez. Los objetos guardan con más fidelidad que las personas, todas la vivencias, el placer de su recuerdo, sus colores, sus impresiones.
Memorias de 500 gigas
La capacidad para identificar y recordar ha sufrido cambios. Los hombres dejaron de recordar por relatos orales cuando se inventó el alfabeto. Con la escritura y la imprenta se sistematizó el recuerdo y se democratizó el conocimiento.
Pero cuanto más se lee menos se recuerda. Con el tiempo, los discursos confluyeron en relatos hegemónicos con la multiplicación de libros y con Internet que cobija los recuerdos en Google y Wikipedia. Allí vive nuestro pasado que hemos ido olvidando. Cada vez nos queda un universo más restringido, personal y familiar, que por cierto deberemos ocuparnos muy bien de seguir construyendo, con pequeñas cotidianeidades y grandes excentricidades.
La tecnología se mete dentro de nosotros
Prueba de ello es que ahora toda conversación se interrumpe constantemente para corroborar un dato con el celular, mientras otro interlocutor escribe con su aparato el presente en código pasado a través de las redes sociales.
Como corolario, el mal de Alzheimer es el miedo mayor de todo adulto, la luz al final del túnel, la linterna del acomodador que nos ubicará en el cine donde se proyectan nuestras vidas. Es la enfermedad terminal de la memoria antes de partir a mejor vida, antes de reunirnos con todos nuestros muertos. La memoria es «un sitio al que se puede ir» sin que sea necesariamente doloroso encontrarse con algunos muertos. Buen dato, pues a veces es demasiado doloroso y completamente insano para una familia contemplar cómo se va la conciencia de nuestros viejos hacia un mar de confusión. Aunque los afectados en edad presenil (antes de los 65) es reducida, se estima que cerca del 40 por ciento de la población mayor a 80 años sufre esta enfermedad, aunque no se sabe si por causas congénitas o contextuales. Como sociedad también sufrimos Alzheimer porque ignoramos nuestra identidad, nos quedamos con el retoño irreal de nuestra infancia nacional. Somos, también, familias sin memoria histórica porque no siempre tratamos a nuestros mayores como a la nona, sino que muchas veces lo hacemos como a la mona, olvidando la historia de nuestro grupo, sus luchas, tensiones y alegrías para hacer equilibrio, en el día de hoy. Nos cuesta recordar con otros, y nos cuesta atender y entender a los nuestros.
Poco se borra de nuestra infancia
Sus recuerdos nos sorprenden cada día más nítidos. Pero, como sociedad, nos enfrentamos al olvido de piezas clave de nuestra historia reciente, bien cercana en el tiempo. ¿Tanto nos cuesta enfrentar nuestro pasado común, el de la nación, y el de las familias, con cierto grado de madurez? Por otra parte, aquella lapicera con la que escribimos el diario de toda nuestra vida, esa que le pedíamos hace décadas a un compañero de clases, se va quedando sin tinta ante el inexorable resplandor de una hoja en blanco.
La amnesia social
Es un olvido colectivo consecuencia de la represión forzada de los recuerdos, de la ignorancia, las circunstancias cambiantes o el olvido que surge de los intereses cambiantes. La protesta, el folklore, la memoria local y la nostalgia colectiva son fuerzas que combaten la amnesia social. La amnesia colectiva refleja la tendencia a ignorar la historia y los precedentes al responder al presente o informar el futuro. Las ideas descartadas se reflotan; pero las expectativas siguen siendo las mismas. Los ataques de amnesia social después de períodos difíciles a veces pueden encubrir el pasado, y los recuerdos que se desvanecen pueden hacer que las mitologías trasciendan al mantenerlos impermeables al desafío.
El olvido social
Rara vez es una condición de olvido colectivo, sino una dinámica más compleja de tensiones entre el olvido público y la persistencia de los recuerdos privados, que pueden resurgir y recibir reconocimiento y en otros momentos ser suprimidos y ocultados.
La amnesia ambiental generacional
El cambio climático como un multiplicador de amenazas geopolíticas amenazará la estabilidad interna en diversos países. No obstante, la negación está otra vez de moda entre los más poderosos. Trump dijo que el cambio climático es un invento. Parecemos capaces de normalizar las catástrofes a medida que las vivimos. Cada generación, puede reconocer solo los cambios ecológicos de los que sus miembros son testigos en vida.
En las áreas tan empobrecidas y contaminadas de Houston que se han visto afectadas por las refinerías de petróleo se llevó a cabo una investigación a principios de los 90. Se descubrió que dos terceras partes de los niños a los que se entrevistó entendían que la contaminación del aire y del agua eran problemas ambientales, pero solo una tercera parte creía que su propio barrio estaba contaminado. La gente nace en estas condiciones de vida y piensa que es lo normal.
Síndrome de cambio del punto de referencia
Se puede ignorar algo mirando hacia otro lado o mirando tan de cerca que se pierda perspectiva. No siempre hay progreso, sino adaptación, perder calidad de vida y por la amnesia ambiental generacional, no reconocer hasta dónde llega.
Nos estamos adaptando al cambio climático a través de un consentimiento tácito, como la forma en la que en Pekín aceptan que pueden enfermarse por tan solo respirar el aire de la calle.
La gente lo sabe, tose y respira con dificultad, pero no están organizando revoluciones políticas. Corremos el riesgo de quedarnos atrapados, a través de la adaptación gradual. Los supuestos sobre el futuro, no generan cambios de manera automática. En 1970, el tráfico era muy malo y empeoró sin que eso estremeciera la conciencia. El síndrome tiene lugar en cualquier ámbito donde una línea de base se mueve imperceptiblemente a lo largo de las generaciones.
Amnesia generacional
Las generaciones viejas pueden olvidar lo que era ser joven y burlarse de ellos.Menospreciar es el común del comportamiento humano. El efecto “niños de estos días”, se remonta a los griegos, que lamentaban el declive de la generación actual. Es una ilusión. La gente olvida que han cambiado con el tiempo, como cambiarán los jóvenes. Tal amnesia tiene efectos en cómo ven el mundo forjado por sus predecesores y luego lo olvidan.
Nuevas tecnologías
Para la generación actual significan teléfonos inteligentes, criptomonedas o internet. Debería definirse tecnología como cualquier cosa que se haya inventado después de que uno nace. Olvidamos que las sillas son tecnología. Pero había una época en la que no se sabía cuántas patas deberían tener, qué tan altas debían ser y que no se rompieran al usarlas.
La persona de hoy vive una vida que hubiera sido un sueño para las generaciones del pasado. Si Cleopatra viajara en el tiempo se maravillaría de las vacunas, antibióticos, inodoros y heladeras. Las nuevas generaciones olvidan cómo el cambio social lo produjo el activismo persistente de minorías rechazadas. El sufragio universal, no siempre fue aceptado.
Es uno de los problemas psicológicos más urgentes
Ya es difícil resolver problemas, como la deforestación, la acidificación de los océanos y el cambio climático, pero al menos la mayoría de la gente los reconoce como tales. Pero hasta los ejemplos más familiares pueden olvidarse. Como el “fenómeno del parabrisas”, que describe la observación de las generaciones excepto la más joven, de que hoy menos insectos se estrellan contra la ventana delantera de sus autos.
No hace falta para educarlos visitar un bosque salvaje o caminar por un desierto inaccesible; podría ser algo simple como caminar a lo largo del borde del agua, identificar los frutos rojos en un día de verano o incluso acostarse sobre el césped o en la tierra. No importa si viven en una ciudad o en el campo. La solución es la interacción con la naturaleza. A medida que cada generación envejece, puede ser tentador lamentar la falta de conciencia de los “niños de estos días”, como lo hizo la generación anterior con ellos. Pero para garantizar que no se olviden los mejores recuerdos, deberían transmitir experiencias, en lugar de emitir juicios de valor.
La historia y la memoria
Para algunos la memoria es la vida en evolución, abierta al recuerdo y a la amnesia, vulnerable y susceptible de latir y de revitalizarse. La historia, es la operación intelectual de análisis que evita censuras, encubrimientos o deformaciones. Sin embargo, esta pretendida rigurosidad fue puesta en duda desde una mirada subjetivista de la historia. Así se produjo una analogía entre memoria e historia ya que ésta última puede dar lugar a ficciones. La sacralización, mitificación o amnesia, son también partes posibles de la historia.