Usar el placebo es una estrategia que funciona si se le suma un plan. El cerebro recuerda y asocia el momento en que lo recibe con algo que una vez lo curó y así facilita el camino hacia la superación.
La investigación sobre el don curativo del efecto placebo, sin razones médicas, conmueve a la ciencia. Los científicos del siglo XIX buscaban una especie de fórmula general. Todos necesitamos creer que lo que sucede, pasa por algo. Pero también en el universo político se puede observar un fenómeno en el cual se ve lo que se quiere ver y cuánto más gente comparte la ficción, esta se vuelve realidad y los que la presentan ganan las elecciones. La vida siempre termina resultando distinta, porque políticos casi nunca cumplen las promesas de campaña y del mismo modo el placebo es un tratamiento ignorado por la medicina.
Un médico en el cual se confía prescribe una píldora inocua de azúcar a alguien cuya enfermedad se agrava por el estrés. Si tiene sobrepeso su cerebro digestivo responde bajando las grasas. Si le sugiere que haga gimnasia en la montaña con un tanque de oxígeno, su desempeño mejora a si lo inhala del aire del ambiente natural. Cuando sólo se le da anestesia y se le dice que fue operado, cuando despierta, el dolor que le molestaba ya no se produce. Del mismo modo un medicamento renombrado, logra mejores resultados que el genérico.
Las reuniones del G 20
En Alemania el año pasado y este año en Argentina el encuentro generan costos y molestias ¿Qué beneficio se espera de la reunión de mandatarios de tantos países? En lo económico la visión probable puede ser más importante que la determinística. Entonces las recomendaciones basadas en estos pueden ser inútiles y terminen generando vicios. Y nadie quiere hacerse cargo del costo de la solución, como ocurre con el cambio climático. Además: para qué paralizar al país en el cual se reúnen, si con la tecnología no se precisa el traslado físico. También se sabe que no arribarán a acuerdos 20 países que son heterogéneos desde el punto de vista de su situación. Quizá tenga sentido alguna reunión, pero con más participantes, menor es la posibilidad de lograr progresos. Como dijo Perón “si quieres que un problema no se resuelva nombra una comisión para que lo trate”. Los recursos son escasos y tienen usos alternativos, por eso no conviene afectar las energías humanas y recursos materiales que se poseen para implementar reuniones improductivas. Los gobiernos deberían revisar el sentido que tienen tales actos con la mejora concreta de la población de los países involucrados.
Tampoco hace falta engañar al cerebro
Si el médico alerta al paciente sobre que la sustancia es un placebo, igualmente mejora, sobre todo si el mensaje se da con compasión y calidez. Depresión, dolores de espalda, efectos de la quimioterapia, migrañas y estrés postraumático son afecciones que responden tan bien a los placebos como a los fármacos.
Comprender el efecto
Como no entienden cómo funciona, muchos médicos no saben cómo usarlo. Las explicaciones psicológicas por el lado de expectativa favorable de quien cree en el tratamiento al que se somete y su efecto psicosomático, no les dan credibilidad a los médicos empapados en la tradición científica. Por el momento no hay moléculas que expliquen la expectativa o el condicionamiento o que el efecto placebo se deba a procesos conscientes e inconscientes a partir de la relación que hay entre paciente su médico. Con ayuda de imágenes de resonancias magnéticas se ha logrado dilucidar procesos bioquímicos que explican por qué los placebos curan y también hallar las moléculas. Así podrían revelarse fallas en cómo se entiende la curación en las intervenciones médicas típicas. El efecto placebo, que desde hace tiempo ha sido la contraparte negativa, podría representar pronto un reto fundamental.
El reflejo condicionado
Es común que empecemos a salivar con sólo hablar de una comida y se nos haga agua la boca. Pavlov, médico ruso, observó que a su perro le bastaba oír los pasos de la persona que le traía la comida para empezar a salivar. Pavlov se preguntó si cualquier otro estímulo, por ejemplo el sonido de una campana, podía provocar la salivación. Tras varios días repitió la secuencia sonido de la campana-presentación de la comida, el perro comenzó a salivar sólo con escuchar el sonido de la campana, aunque no hubiera comida.
La mala reputación del efecto placebo surgió en 1784 durante el régimen del rey francés Luis XVI. El médico Franz Anton Mesmer había huido de Viena cuando las juntas médicas decidieron que su afirmación de que había curado la ceguera de una joven tras ponerla en trance era falsa. Mesmer promovió luego una teoría acerca de cómo había “funcionado”: había una fuerza en el universo llamada magnetismo animal que provocaba enfermedades si era perturbada. Tal magnetismo podía ser percibido y solucionado solo por él. Hubo suficientes reportes de gente que mejoraba tras visitarlo como para que hubiera filas de visitas. Sus afirmaciones eran un reto directo a la idea de la Ilustración: decía que la verdad podía ser determinada por cualquiera con tal de que usara sus sentidos a partir del escepticismo.
Las quejas contra Mesmer llegaron hasta la corte y el rey contrató a Benjamín Franklin, como director de la investigación, quien hizo pruebas a partir de un método sencillo: vendarles los ojos a los pacientes para ver si el efecto era el mismo si no podían ver qué se les hacía. Se le pedía que moviera sus manos cerca de alguna parte del cuerpo del paciente y que éste dijera dónde lo sintió; le decían al participante que el médico estaba presente en la sala cuando no era así, y viceversa, o le indicaban que estaba haciendo algo distinto. En cada prueba, el paciente reaccionaba de acuerdo con lo que le decían que el médico había hecho, pero sin que realmente hubiera hecho nada. Concluyeron entonces que no había causalidad entre la conducta del doctor y la respuesta del paciente. La conclusión fue que la imaginación produce todos los efectos atribuidos al magnetismo. Mesmer sostuvo que, imaginación o no, el efecto producido podía ser muy valioso para aliviar el malestar humano de ser usado por profesionales médicos. El reporte de la comisión fue que se había demostrado que si se eliminaba la imaginación la ciencia podía encontrar la verdad sobre nuestros cuerpos afligidos. Franklin se refirió así a lo que ahora llamamos efecto placebo, para establecer que esto era lo que los médicos debían aislar e ignorar.
En 1955, durante una reunión de la Asociación de Médicos Estadounidenses, el cirujano de Henry Beecher recalcó que aunque los placebos eran medicina falsa —el nombre de hecho proviene del latín y significa “complacer”— no podía negarse que obtenía resultados.
Por mucho tiempo se pensó que era la imaginación. Ahora con las imágenes se puede ver cómo literalmente se enciende el cerebro cuando a alguien toma una píldora hecha de azúcar.
Dijo que si era suficientemente poderoso como para que un tercio de los pacientes analizados por él mejoraran, entonces el efecto placebo sí desempeñaba un papel para estudiar el efecto íntegro de un fármaco: los medicamentos solo podían ser calificados como efectivos si funcionaban mejor que el placebo. Entonces debían compararse sus efectos.
El método de doble-ciego
Sirvió para evaluar nuevos medicamentos contra un placebo. Es un método usado hoy en prácticamente todos los estudios clínicos; se requiere que una nueva droga tenga mejor resultado que el placebo antes de ser comercializada. El efecto placebo tiene una naturaleza contrastante: se incluye en las pruebas porque se reconoce que tiene un efecto importante en el tratamiento, pero la paradoja es que se considera el mismo tiempo que no lo es.
La ciencia no es la única manera de comprender la enfermedad y la curación, pero es la manera establecida
“Ahí está el poder”, dijo Ted Kaptchuk y dejó su puesto como director de una clínica en 1990 para estudiar el efecto. En 2010 lo contactó Kathryn Hall, bióloga molecular: interesada en el tema y experta en moléculas. Ambos acudieron a una conferencia en la que un colega sugirió que una enzima llamada COMT tenía vínculos con la respuesta de las personas al dolor y a los analgésicos. Quienes tenían la variante genómica que predice niveles altos de COMT registraban respuestas más débiles al placebo y quienes tenían la variante opuesta respuestas más fuertes. Las reacciones variaban según quien les daba el tratamiento o eran genéticamente más sensibles al impacto de su relación con el curador. Hallar la correlación genética desató el esfuerzo de Hall por encontrar la reacción bioquímica que llamó placebioma.
Dijo Hall: «Con las imágenes se puede ver cómo se prende el cerebro con una píldora de azúcar».
Los medicamentos y los placebos no provocan reacciones por procesos separados -físico o psicológico- sino que operan en el mismo camino bioquímico. Puede que por ese camino el cerebro traduzca el acto de curar en una reacción física y ponga en marcha procesos que reducen el dolor en malestares crónicos. Si el cerebro usa la misma senda para placebos o fármacos entonces estos puedan trabajar en conjunto por ese camino o, quizá, anularse entre sí.
Cuando Hall le comentó estos hallazgos, Ted Kaptchu, pero su teoría es que buena parte del efecto se debe a la relación médico paciente, y está incómodo por el descubrimiento de Hall.
Él está seguro de que el efecto no puede reducirse tan solo a las moléculas y, aunque la investigación de Hall seguramente le dará más credibilidad al efecto placebo, cree que es riesgoso que este se vuelva parte del campo científico. Cuando empiezas a medir el efecto placebo de manera cuantitativa, lo transformas en algo distinto a lo que es”. Si se ve sólo como moléculas, puede que se vuelva tan solo algo más en la cinta transportadora del cuidado.
Si se comprueba que la calidez del médico tiene más efectividad para gente con un genotipo, entonces surgirán frases como otorgarle el “beneficio mínimo adquirido” por “atenciones empáticas” a quienes tengan esa variante. Además, si se comprueba que hay cuestiones neuroquímicas relacionadas con el efecto placebo, ¿qué va a detener a una farmacéutica de desarrollar un medicamento —uno “real”— que active el proceso placebo farmacológicamente? ¿Será que este trabajo destruirá todo aquello que tiene que ver con la sabiduría, la imaginación, todo lo que es clave para humanizarnos?”, dijo Kaptchuk. “No lo sé, pero elijo creer que hay una reserva infinita de sabiduría y de imaginación que resistirán que las veamos como explicaciones meramente materiales. No hay motivación tan efectiva como enfermarse para que alguien se incline hacia las certezas de la medicina moderna, sin necesidad de la imaginación. Nos gusta quedar en manos de curadores con respaldo científico, creer que las moléculas, y solo las moléculas, nos ayudan a sanar. Nos gusta, que nos engañen.
El anclaje
Es acceder a nuestros mejores recursos o estados deseados cuando los necesitemos.
Gran parte de las conductas se aprenden por condicionamiento, advirtiendo que lo que hacemos tiene consecuencias y somos capaces de anticiparlas y modelar nuestra conducta. Por ejemplo, sabemos que si no aprobamos la materia, sentiremos insatisfacción y aunque nuestra tendencia nos alejara del estudio, modificamos nuestra conducta para lograr resultados satisfactorios.
Anclarse a los mejores momentos
Podemos, como hizo Pavlov, condicionarnos para mejorar el rendimiento. Se trata de cambiar cuando no estamos conformes con lo que sentimos mediante un estímulo seleccionado y practicado para generarlo. Ejemplo: cuando se quiere estimular al grupo en una fiesta patria el himno o la bandera provocan la intensidad requerida. El anclaje se instala por azar o impuesto desde afuera, por la costumbre, la publicidad o los políticos.
Lo mejor que podemos hacer es desterrar los anclajes negativos y generar los positivos. La técnica del anclaje es asociar el estado deseado al estímulo memorizado para reproducirlo.
Un mismo anclaje puede utilizarse en diversas situaciones, por el principio de que el éxito llama al éxito. Instalar estados es parecido a instalar el software que compramos para la PC. Para calibrar o modificar un estado es fundamental considerar todos los aspectos, mirada, voz, sensaciones internas, postura, respiración, color de la piel, postura, etc. Comparar imágenes permite eliminar las negativas, porque el cerebro asume por lo general el ángulo positivo.
Etapas del anclaje
Primero: Recordar un momento en el que actuamos de modo excepcional y que nos gustaría repetir en situaciones nuevas. Segundo: Revivir intensamente con todos los sentidos la experiencia. Tercero: Buscar un lugar en el cuerpo donde guardar esa experiencia, por ejemplo en la oreja derecha. Cuarto: Poner un dedo sobre la oreja derecha para instalar el ancla. Con los ojos cerrados se debe percibir la experiencia en un estado de concentración. Quinto: Control de calidad. Probar diariamente si al colocar el dedo en la oreja se reproduce la experiencia, en caso contrario se debe recalibrar hasta lograrlo. Sexto: Un ancla exitosa es el comienzo, se pueden sumar muchos más recursos para tenerlos a mano.
Aprender a anclarse uno mismo a los mejores momentos y a las mejores respuestas es aprender a obtener los recursos de una batería interna que se recarga con cada experiencia. Aprender a usar el cerebro es mejor que dejarlo en piloto automático porque le podemos dar una dirección.
Placebo y nocebo
Son las dos caras del mismo efecto, uno positivo y el otro negativo, que nos afectan a nivel inconsciente. Son el resultado directo del contexto y pueden ser producidos por múltiples factores, como las sugerencias verbales y la experiencia pasada. La información verbal negativa puede convertirse en estimulante del dolor, similar a un estímulo doloroso real. Al paciente al que se le informa de la interrupción de la morfina, aumenta su dolor en comparación con quien no se les da ese dato y siguen pensando que lo están recibiendo.
¿Pero funciona?
El efecto placebo existe. Alguien cree en algo falso o dudoso y la psiquis transmite una energía al cuerpo que lo acepta como un santo remedio. A veces sirve para tomar conciencia de que así no se puede seguir.
La rana puesta a calentar a fuego lento se muere porque su sistema inmunológico no detecta los pequeños cambios, en cambio cuando es arrojada en agua hirviendo salta inmediatamente.
Usar el placebo es una estrategia que funciona si se le suma un plan. La confianza en el placebo, la píldora mágica, un consejo de alguien que admiramos, un deseo que se pone en marcha con una idea, es lo que le confiere poder curativo. El cerebro recuerda y asocia el momento en que lo recibe con algo que una vez lo curó y así facilita el camino hacia la superación.