Daniel Goleman, gurú indiscutible del término, en sus estudios descubrió algo realmente interesante que pasa desapercibido en la cotidianeidad del pensamiento, de lo que no paramos a pensar cuando desarrollamos una acción.
El éxito de cualquier empeño, a priori, tenemos la impresión que pasa por la utilización de todas aquellas lecciones magistrales que, con tanto ahínco, nos hicieron memorizar en el colegio o en la Universidad. A esto se le llama capacidad cognitiva o gestión del conocimiento. En definitiva se trata de desplegar los conocimientos adquiridos para resolver los problemas o para enfrentarlos. La extensión del concepto capacidad cognitiva da como resultado el intelectual. Figura que no pretende ser criticada en estas páginas, sólo la pasividad de su acción. El intelectual pasivo, es aquel que en pocas ocasiones pone en práctica lo que dice. Un ejemplo son los filósofos, los cuales se debaten en interminables discursos enredaderas de lo útil. Luego está el cerebrito, esa persona con un currículo extraordinario, matricula de Honor en caso todo. A ninguno de estos dos ejemplos se les está marginando a desechando de la utilidad para contratarlos en cualquier organización. Todo lo contrario, tienen su lugar y su función. Pero ninguna de las personas representadas en el intelectual y el cerebrito sirven para el liderazgo, en raras ocasiones se les puede considerar personas de fiar par ejercer liderar. La inteligencia emocional se lo prohibe. Daniel Goleman les dictó sentencia, les puso en su sitio al concluir que para conseguir el éxito en nuestro empeño profesional y vital sólo nos vale del conocimiento aprehendido el 20%, mientras que el otro 80% lo desarrollan las emociones.
La capacidad emocional del individuo es más poderosa que todas las formulaciones pitagóricas. Si una organización tiene a personas capaces de resolver problemas de trigonometría a velocidades intelectuales de vértigo pero incapaces a la hora de construir alternativas, su potencial se reduce a las mismas velocidades.
La gestión empresarial, política, social en el siglo XXI necesita a líderes implicados en las capacidades emocionales. Líderes con inteligencia emocional. De lo contrario sufrirá los rigores de la competencia en clara desventaja.
Por Inteligencia Emocional entendemos la capacidad para crear un ambiente dinámico, un buen clima de trabajo donde primen las virtudes, los valores creativos, donde el miedo no tenga cabida anulado por la libertad de pensamiento. La inteligencia emocional crea climas de confortabilidad, es decir, anula el rumor de los mentirosos, le da ventaja a la bondad borrando del mapa a esos que hacen de la conspiración un modelo, a esos que lo que más les gusta es engañar para crecer.
La Inteligencia emocional actúa sobre el futuro. Al líder emocional no le basta con ver los que todos ven, va más allá y piensa lo que nadie piensa.
Para ello ha de tener liberada su mente. El concepto hermano de la IE es la imaginación. Al liberar la mente en ella aparecen imágenes positivas cuya puesta en práctica requiere un esfuerzo adicional que no te da la razón. Imaginación viene de imagen. Si no crees en las imágenes que te proporciona el cerebro, con escaso interés las pondrás en práctica. Para provocar su nacimiento se necesita imaginación, para ponerlas en práctica se necesita Inteligencia Emocional. Esta ofrece un plus de credibilidad sobre lo uno ha desarrollado mentalmente. Anima a su consecución aunque la razón interponga dificultades de todo tipo.
¿Quién no ha soñado alguna vez? Y quien cuando el paso del tiempo le ha otorgado esa posibilidad real ha comentado: “sueño cumplido”. Si no se sueña no se pueden cumplir los sueños.
En las organizaciones actuales la actuación sobre los acontecimientos no puede esperar, hay que ser preactivos, de lo contrario entras en una decadencia pasmosa de la actividad, es decir, lo pequeño resulta grande, lo ligero se hace pesado, el trabajo puede con nosotros y cada vez nos empequeñece más.
Los líderes resultantes del conocimiento acaban desesperados, desbordados. Piensan la manera en que deben enfrentar las realidades y no concretan las soluciones porque el exceso de reflexión se lo impide. A veces estos líderes llegan a poseer la capacidad para emitir varias ideas conductuales, es decir, varios caminos de solución. El problema viene cuando falta decisión para tomar un destino porque el conocimiento anuncia dificultades en todos ellos. Esto es lo peor que le puede ocurrir a alguien que pretende consolidarse en el liderazgo.
Los líderes con inteligencia emocional actúan con rapidez movidos por el pálpito. La intuición como consejera. Algunos dirigentes empresariales han manifestado su oposición fulgurante a esta cualidad. Sin embargo, es imprescindible para lograr una buena orientación. La intuición es otro de las virtudes hermanas, junto con la imaginación, de la inteligencia emocional.
Para pensar lo que nadie piensa no viene mal algunas dosis de intuición. Actuar con el pálpito, hacer buena esa frase de “vamos por aquí porque me lo pide el corazón. No me pregunté por qué, no te voy a dar una respuesta”.
Son las emociones las que dictan sentencia en estos casos. Tener la capacidad para escucharlas, sentirlas, comprenderlas y darles salida es propio de líderes con inteligencia emocional. Cuando se produce un conflicto entre la razón y el deseo, es preciso desatascarlo utilizando fórmulas creativas, acudiendo a la imaginación, a la intuición, ofreciendo ayuda para llevar a cabo una actuación de la que no podamos arrepentirnos. En ese caso sólo el sentimiento acude en nuestro socorro. No le cerremos la puerta. Sentimos que algo no anda bien mucho antes que las cuentas nos lo digan.
La mayor empresa de nuestra vida se llama matrimonio. Unimos dos destinos, creamos una familia, un hogar. En el trayecto hay tristezas, alegrías, hipotecas, gastos, sueños.
El matrimonio no se mantiene con el conocimiento, lo mantiene el sentimiento. Si no haces feliz a tu pareja, a tus hijos puedes considerarte próximo al fracaso. Las emociones mantienen viva esta empresa. La imaginación le otorga categoría de excelencia
Moisés Ruiz González. Profesor de la Universidad Europea de Madrid. Autor del libro «La encrucijada del líder: el liderazgo en las organizaciones»